martes, 14 de febrero de 2012

CÓMO LA LECTURA AYUDA A LAS PERSONAS A CONSTRUIRSE

Michèle Petit es una antropóloga francesa reconocida como una de las estudiosas más importantes en el mundo occidental del tema de la lectura y el rol que esta desempeña en la sociedad. Ella se empezó a interesar por estos temas desde 1992.

En el 2007 visitó Colombia. Impronta, boletín de novedades editoriales cuatrimestral de la Pontificia Universidad Javeriana de ese país, le hizo una entrevista de la cual hemos extraído un fragmento.

A la interrogante «¿Cómo se construye un lector?», ella respondió: «La pregunta podría entenderse de diferentes maneras. Podría entenderse como una pedida de recetas: cómo hacer para construir un lector. En América latina (sic) se usa mucho esa expresión: “construir lectores”, y me suena curiosa, algo así como si se tratara de encontrar una fórmula de alquimista para modelar una criatura ideal. El objeto de mis investigaciones no es tanto cómo “construir un lector”, sino cómo la lectura ayuda a las personas a construirse, a descubrirse, a hacerse un poco más autoras de su vida, sujetos de su destino, aun cuando se encuentren en contextos sociales desfavorables.

»Ahora bien, si se trata de evocar la manera en que uno se vuelve lector, diferentes encuestas lo probaron, la lectura es un arte que se transmite más de lo que se enseña*. Y en muchos países es en gran medida en la familia donde se construye la relación con lo escrito: se ha observado desde hace tiempo que los niños y niñas que han tenido acceso en sus familias, desde los primeros años, a la lengua de la narración se encontraban más a gusto cuando se enfrentaban al aprendizaje de la lengua escrita, que aquellos y aquellas que han crecido en familias donde el uso de la lengua era limitado, utilitario. Se sabe también que el gusto por la lectura se debe en buena parte al hecho de ver a los padres leer, a las conversaciones sobre el tema, a las lecturas orales dirigidas a los niños en donde las inflexiones de la voz se mezclan con gestos de ternura: dicho de otra manera, a la capacidad de establecer con los libros una relación afectiva, emotiva y no solamente cognitiva.

»Pero cuando no es una historia de familia, la lectura puede ser una historia de encuentros: a los que no pudieron encontrar libros en su casa, ver a sus padres dedicados a la lectura o escucharlos contar historias, un encuentro con alguien que ama a los libros puede dar la idea de que una relación con los libros es posible. Ese iniciador ofrece la oportunidad de tenerlos entre sus manos, de asirlos físicamente. Deconstruye lo que parecía como un monumento lejano, pomposo, vuelve posible un diálogo con un texto singular, con su autor. Reconstituye un marco y una atmósfera susceptibles de volver la apropiación de la cultura escrita deseable, aún (sic) en contextos difíciles. En este caso también es el interés profundo por los libros que el niño, el adolescente —de igual forma el adulto— entiende. Y si ninguna receta garantiza que un niño leerá, una real apetencia por los libros que emane de un bibliotecario, un maestro, un pariente o un amigo es una de las mejores garantías para dar gusto por la lectura» (2007: 8 y 9).

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*Concordamos plenamente en este punto con la investigadora francesa; esa es justamente una de las principales razones por las que surgió este blog, y que anunciamos en nuestra presentación (ver entrada del 29.11.2008: http://elartedeleermromane.blogspot.com/search?updated-min=2008-01-01T00:00:00-08:00&updated-max=2009-01-01T00:00:00-08:00&max-results=2).



Nota: La foto de Michèle Petit que aparece en la parte superior de este envío fue tomada de la siguiente dirección electrónica:
http://literaturageneralppd.blogspot.com/2010/09/lectura-y-familia-1-michele-petit.html



Bibliografía

Editorial Pontificia Universidad Javeriana. «La lectura como constructora de sujeto. Entrevista exclusiva con Michèle Petit». En: Impronta. Boletín de novedades editoriales cuatrimestral. Nº 3, vol. 1 / septiembre – diciembre del 2007. Consulta: 8 de agosto del 2009. http://www.javeriana.edu.co/editorial/impronta3_web.pdf


miércoles, 1 de febrero de 2012

EL PAPEL DE LA MEMORIA EN LA LECTURA

Una memoria que funciona bien puede ayudar a crear lectores más eficaces, siempre que sepamos de qué manera nos puede ser más útil, y no confundamos su papel con el de la simple memorización.

Juana Pinzás lo explica de esta manera en su libro Metacognición y lectura: «Al hablar de registro perceptual y memoria activa nos estamos refiriendo a un estado de alerta inicial y a poder retener información durante el tiempo necesario para utilizarlo de inmediato o transferirla a la memoria de largo plazo. No se trata aquí de memorizar en el sentido de repetir textualmente la información como evidencia de aprendizaje, sino de poder evocar para actuar de acuerdo a dicho recuerdo, para elaborar y poder transferir información» (2003: 40).

Agrega luego: «El problema de la memorización como equivalente del aprendizaje radica en otras consideraciones y depende de la asignatura o materia de la que estemos hablando. En la lectura, por ejemplo, la memoria crea dificultades cuando el recuerdo de lo literal no deja lugar a la elaboración personal, cuando no se discrimina entre lo importante y lo secundario en el texto, cuando la evocación o el reconocimiento literal son los únicos elementos que se utilizan para “medir” el aprendizaje o la comprensión, etc. Por otro lado, en los grados finales de la educación primaria y, especialmente, en la secundaria, el alumno tiene que saber asociar, utilizar y recordar contenidos sin los cuales no se puede esperar que lleve a cabo un aprendizaje inteligente de las diversas asignaturas.

»Hay determinados conocimientos, sobre todo en las ciencias biológicas y físicas, que se tienen que aprender y recordar pues se utilizan una y otra vez para entender y relacionar contenidos más avanzados. El alumno que no los tiene claros y definidos en su memoria de largo plazo no avanza con facilidad en los aprendizajes subsiguientes» (2003: 40 y 41).

La investigadora remarca luego: «La diferencia con la memorización es que no se espera que repita textualmente lo que dice un libro particular, sino que sepa aplicar y utilizar la información en la solución de problemas. Esto sólo es posible si es capaz de relacionar la información que se le ofrece con su experiencia previa y con otros fragmentos o elementos de conocimiento que ya posee, de modo que entienda su sentido» (2003: 41).

Una memoria, entonces, que discrimina entre lo importante y lo secundario, relaciona la información con los conocimientos previos, y con contenidos complejos que son parte de nuestra estructura cognitiva, y permite la elaboración personal, entre otras cualidades, es la que resultará más provechosa en nuestro camino a convertirnos en lectores expertos.

Es sabido que muchos de los más grandes hombres de las ciencias y las humanidades poseían una memoria privilegiada. Ahora sabemos que, adecuadamente empleada, esa condición les podía facilitar, a su vez, el convertirse en grandes lectores.

Voy a mencionar aquí el caso de Alfonso Reyes, quien reúne ambas cualidades, y quien es, tal vez, el personaje que inspiró a Borges la redacción de su cuento «Funes, el memorioso», según lo infiere Braulio Hornedo en su artículo «Reyes el memorioso. Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes; una amistad memorable» (véase: http://www.alfonsoreyes.org/amigo.htm).

Horneda cita el testimonio de Alicia Reyes, nieta del escritor mexicano, quien relata esta anécdota sobre su abuelo: «La memoria de nuestro Alfonso era prodigiosa y mi padre se divertía jugando con él a las adivinanzas literarias: tomaba algún libro clásico y leía un trozo ya en prosa, ya en verso, y a las primeras de cambio, abuelito adivinaba autor y obra, ante el asombro de los que lo rodeábamos» (Ibíd.).

También cita Hornedo a José Rojas Garcidueñas, quien comenta la gran capacidad de lectura de Reyes: «Reyes leía con máxima atención aunque con rapidez extraordinaria: hojeando un libro recién llegado, pasaba las páginas de modo que parecía no haber podido leer sino algunas cuantas y salteadas líneas, pero de repente, levantando la vista, hacía algún comentario que demostraba lo mucho que se había enterado del contenido, en aquellos minutos que uno creería apenas bastantes para un menos que superficial ojeo. Yo fui testigo de ello varias veces...» (Ibíd.).

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Nota: La foto de Alfonso Reyes que aparece en la parte superior de este envío fue tomada de la siguiente dirección electrónica: http://www.justa.com.mx/?p=25036


Bibliografía


HORNEDO, Braulio. «Reyes el memorioso. Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes; una amistad memorable». En: La Capilla Virtual. Alfonso Reyes. [Consulta: 1 de febrero del 2012]. <http://www.alfonsoreyes.org/amigo.htm>

PINZÁS GARCÍA, Juana. Metacognición y lectura. 2.da ed. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2003.

viernes, 13 de enero de 2012

LA CARTA DEL LIBRO

En el anexo del libro El deseo de leer, de Ronald E. Barker y Robert Escarpit, podemos encontrar la «Carta del Libro» en su versión completa (1974: 219 - 226). Ellos, a su vez, toman la información del diario La Vanguardia Española, del 22 de abril de 1972, el cual da a conocer la noticia con motivo de la proclamación por la Conferencia General de la UNESCO de ese año como el Año Internacional del Libro, bajo el lema «Libros para todos».

La Carta en mención fue aprobada en una reunión del Comité de Apoyo del Año Internacional del Libro, que se realizó en la Biblioteca Real de Bruselas, del 20 al 22 de octubre de 1971, entre los portavoces de las principales organizaciones internacionales, no gubernamentales, que representaban a los profesionales del libro (editores, autores, bibliotecarios, documentalistas y libreros) de las más diversas regiones del mundo (incluido América Latina).

Cito un pasaje de la Carta que remarca el importante papel que cumple el libro en la vida de la sociedad contemporánea: «Esta declaración de principios que regulan el tratamiento que debe estar reservado a los libros, tanto en el plano nacional, como en el internacional, ha sido adoptada por las asociaciones profesionales internacionales de autores, editores, bibliotecarios, libreros y documentalistas. Estas asociaciones, de común acuerdo con la UNESCO, entienden afirmar así que es preciso conceder a los libros y publicaciones afines un lugar, en relación con la importancia capital de su contribución al desarrollo del individuo, al progreso económico y social, a la comprensión internacional y a la paz. Invitan a las demás organizaciones internacionales, e igualmente a las regionales y nacionales a adherirse a esta Carta del Libro» (1974: 219 y 220).
Carta del Libro


ARTÍCULO I
Todo el mundo tiene el derecho de leer.


ARTÍCULO II
Los libros son indispensables a la educación.


ARTÍCULO III
La sociedad tiene el deber de establecer las condiciones propicias para favorecer la actividad creadora de los autores.


ARTÍCULO IV
Una sana industria editorial propia es indispensable al desarrollo nacional.


ARTÍCULO V
Para el desarrollo de la edición son indispensables condiciones favorables a la producción de libros.


ARTÍCULO VI
Los libreros constituyen un vínculo fundamental entre los editores y los lectores.


ARTÍCULO VII
Como hogares del conocimiento artístico y científico, centros de radiación de la información, las bibliotecas forman parte de los recursos nacionales.


ARTÍCULO VIII
Como medio de conservación y de difusión, la documentación sirve a la causa del libro.


ARTÍCULO IX
La libre circulación de los libros entre los países constituye un complemento indispensable a las producciones nacionales y favorece la comprensión internacional.


ARTÍCULO X
Los libros sirven a la causa de la comprensión internacional y de la cooperación pacífica.


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Nota: La imagen del libro medieval que aparece al inicio de esta entrada fue tomada de la siguiente dirección electrónica: http://mujerlista.blogspot.com/2008/10/libros-antiguos.html



Bibliografía


BARKER, Ronald E.; y ESCARPIT, Robert. El deseo de leer. Barcelona: Ediciones Península, 1974.

sábado, 31 de diciembre de 2011

EL PODER DE LA LECTURA

La lectura es una forma económica de empoderar a las personas. Tener una amplia cultura te permite expandir tu visión y ver cosas que los que no asumen ese reto no pueden observar.

Un ejemplo de ello es la anécdota que cuenta Luis Fernández Zaurín en su libro De cuando Vargas Llosa noqueó a Gabo y otras 299 anécdotas literarias sobre Rubén Darío:

Félix Rubén García Sarmiento es conocido también como el príncipe de las letras castellanas. Nació en la ciudad nicaragüense de Metapa, hoy llamada Ciudad Darío, el 18 de enero de 1967. Poeta decisivo en la evolución de la poesía del siglo pasado, todo el mundo lo conoce por el nombre de Rubén Darío. A su segundo nombre acopló el de Darío y el motivo lo explica en su autobiografía: «Según lo que algunos ancianos de aquella ciudad de mi infancia me han referido, mi tatarabuelo tenía por nombre Darío. En la pequeña población conocíale todo el mundo por don Darío; a sus hijos e hijas, por los Daríos, las Daríos. Fue así desapareciendo el primer apellido, a punto de que mi bisabuela paterna firmaba ya Rita Darío; y ello, convertido en patronímico, llegó a adquirir valor legal; pues mi padre, que era comerciante, realizó todos sus negocios ya con el nombre de Manuel Darío» (2009: 79 y 80).

De este detalle no nos podríamos enterar, si no hubiésemos leído el libro de Fernández Zaurín o la autobiografía de Rubén Darío. Y así leyendo también es que nos podemos enterar de que esa frase tan mentada en el Perú: «El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro», no pertenece a Raimondi (como equivocadamente se la atribuyen muchos periodistas que no corroboran sus fuentes), sino que sería un dicho popular.

Esa es la conclusión a la que llega Augusto Alcocer Martínez en su artículo «Conjetura y postura frente al dicho ‘El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro’».

Y a usted, amable lector lo invito a enterarse de los pormenores de esa investigación consultando directamente la fuente a través de este enlace: https://es.scribd.com/document/8332059/Augusto-Alcocer-Conjetura-y-postura-frente-al-dicho-El-Peru-es-un-mendigo-sentado-en-un-banco-de-oro

 

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Nota: La imagen de Antonio Raimondi que aparece al inicio de esta entrada fue tomada de la siguiente dirección electrónica:

 

Bibliografía

ALCOCER MARTÍNEZ, Augusto. «Conjetura y postura frente al dicho ‘El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro». En: Boletín de la Academia Peruana de la Lengua, Nº 41, 1º semestre de 2006, pp. 454-58.

FERNÁNDEZ ZAURÍN, Luis. De cuando Vargas Llosa noqueó a Gabo y otras 299 anécdotas literarias. Barcelona: Styria de Ediciones y Publicaciones, 2009.

jueves, 24 de noviembre de 2011

EL ERROR DEL REY



En ocasiones, después de leer un texto, sentimos que si no nos ha quedado claro lo que plantea o propone es porque no lo hemos leído bien o no hemos procesado adecuadamente la información, sin embargo no siempre resulta eso cierto. No pocas veces es el mismo texto el que contiene el defecto y no nos permite tener una visión panorámica clara de su contenido.

Un ejemplo de ello lo encontramos descrito en el libro El arte de enseñar (1959), de Gilbert Highet; en él se señala lo siguiente: «Muchos libros de texto cometen el error del Rey; no le informan al lector claramente lo que va a aprender. Cuando está aprendiendo, no le muestran la relación de cada parte con el conjunto, y normalmente terminan, no con una conclusión razonable y una recapitulación, sino de manera repentina y quizás torpe. Recuerdo muy bien la primera vez que leí a Homero; fue en un horrible libro marrón; el erudito que lo había editado había escrito notas de explicación de cada verso (principalmente sobre ese tema apasionante que es la gramática homérica) pero no se le había ocurrido informarme:

»—quién fue Homero, si es que fue alguien,

»—donde vivió y cuándo,

»—qué era la Ilíada,

»—qué era el libro I de la Ilíada (yo no comprendía cómo un libro podía contener otros libros, y no lo descubrí hasta que me enteré de que eran los rollos de papiros),

»—cuál era el plan general del poema y cómo el libro I se relacionaba con él,

»Ni de responder a cientos de otras sencillas preguntas que se me ocurrían mientras traducía obedientemente. Simplemente comenzó a hablar en el primer verso, se detuvo en el verso 611, y desapareció como si no hubiera sido un hombre sino un torrente de palabras saliendo de un dictáfono.

»Ésa era una experiencia corriente y todavía lo es…» (1959: 98 y 99).

Algo similar aunque en menor dimensión ocurre con las noticias que publican algunos diarios, y puedo mencionar aquí también un ejemplo de ello. Si un hecho ocurrió el 24 de noviembre y el 25 te informan sobre ello, el 26 ya no repiten sintéticamente la noticia, sino que dan por sobrentendido que uno la leyó el día anterior (lo que no siempre sucede), y continúan con la secuencia de acontecimientos como si se tratase del segundo capítulo de una novela.

En esos casos, el grado de incomprensión no se debería a una falta de capacidad de asimilación del lector, sino a defectos del texto, como el «error del Rey», así bautizado por Higuet. Pero es necesario indicar y advertir que de esta situación solo pueden percatarse los lectores que han alcanzado un grado de comprensión que se ubica en el nivel crítico, es decir, en el más alto.

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Nota: La foto de Gilbert Higuet que aparece en la parte superior de este envío fue tomada de la siguiente dirección electrónica: http://www.columbia.edu/cu/alumni/Magazine/Fall2001/Highet.html


Bibliografía

HIGUET, Gilbert. El arte de enseñar. 2da ed. Buenos Aires: Editorial Paidós, 1959.

miércoles, 12 de octubre de 2011

DANIEL PENNAC, LOS DERECHOS DEL LECTOR Y ALGO MÁS


Si hacen doble clic en la imagen que antecede a estas líneas podrán ver y leer en una imagen agrandada los derechos del lector de Daniel Pennac, que aparece en su libro Como una novela (1993).

Los transcribo a continuación, según aparecen en la siguiente dirección electrónica: http://blogdemiscelanea.blogspot.com/2009/04/el-arte-de-leer.html

1. Derecho a no leer
2. Derecho a saltarse páginas
3. Derecho a no terminar un libro
4. Derecho a releer
5. Derecho a leer cualquier cosa
6. Derecho a leer lo que me gusta
7. Derecho a leer en cualquier parte
8. Derecho a picotear
9. Derecho a leer en voz alta
10. Derecho a leer en silencio

No dispongo de mucho tiempo para escribir este nuevo envío, pero un llamado interior me fuerza a dejar todo de lado por unos instantes y a digitar lo que sigue, a fin de invitar a los lectores a la reflexión.

Tengo muchos deseos de leer el libro de Daniel Pennac: Mal de escuela. Su autor trabajó como docente en Francia durante 26 años. No tendría eso nada de extraño si no fuera porque Pennac fue durante su etapa escolar un alumno gris, durante la mayor parte de su escolaridad. Y es justamente ese tipo de personaje el protagonista de su novela.

En una entrevista que le hace Lola Lara en la revista Cuadernos de Pedagogía Nº 385, Pennac cuenta lo siguiente: «Yo era un alumno muy, muy malo: no hacía los deberes, no estudiaba… como todos los malos alumnos que he encontrado en mi vida de profesor, yo me inventaba explicaciones para justificarme. Es decir, mentía constantemente a los profesores y a mi familia. Un buen día, un profesor de literatura que escuchaba atentamente mis mentiras y que no las juzgó desde un punto de vista moral, se dijo: ‘este chico tiene cierta imaginación narrativa’ y entonces me encargó una novela. Me dispensó de los deberes del trimestre, a cambio de que todas las semanas le entregase el capítulo de una novela; “y en la medida de lo posible” —me dijo— “sin faltas de ortografía para elevar la crítica”. Por primera vez, me encontré con un adulto que tuvo la intuición pedagógica de transformar un comportamiento descarriado en un deseo creativo. Él encontró esa vía conmigo, tuvo esa genialidad pedagógica, que no era la misma que utilizaba con otros. Por primera vez, encontré a alguien que me permitió centrarme en mí mismo. Eso es un profesor» (2008: 92). (Véase: http://www.nosoposicions.com/imgs/pdf/entrevistapennac.pdf).

En otra entrevista que le hace Álex Vicente, Pennac señalará: «Quería dejar muy claro que éste es un libro [se refiere a Mal de escuela] sobre el sufrimiento que produce el hecho de no comprender. No pretende analizar la institución escolar, sino ese tipo de dolor, que me parece bastante desconocido. Se suele creer que a los malos alumnos les da todo igual, pero la realidad es otra. El fracaso escolar se vive con gran sufrimiento. Yo lo sé porque lo he vivido.

»¿Cómo se origina ese sufrimiento?

»- Por el simple hecho de no entender la pregunta del profesor. Es algo que empieza a una edad muy temprana y que tiene efectos colaterales: el niño cree que no encaja en la escuela y desarrolla una especie de rechazo hacia la institución; la familia se preocupa y no sabe cómo ayudarlo, y el docente lo vive como un fracaso personal y profesional. Es como una bomba de fragmentación».

En otro momento, el entrevistador le pregunta a Pennac: «-¿Cuál fue la peor nota que llevó a casa?
»- En Francia, los maestros apuntan comentarios con cierta mala fe al lado de la calificación de cada materia. Una vez me escribieron: “No hay nada que esperar de este alumno”. Me pareció excepcionalmente cruel» (véase: http://revistaliterariaazularte.blogspot.com/2008/10/lex-vicenteentrevista-daniel-pennac.html).

Y sin embargo ese profesor cruel cometió un craso error con Daniel Pennac, que es hoy en día un escritor exitoso; y si tuviera que ser calificado por su veredicto desacertado y condenatorio estaría desaprobado.

Pennac pudo toparse con cuatro profesores salvadores (lean la entrevista completa en las direcciones electrónicas citadas) durante su etapa escolar, pero ¿cuántos otros Pennac no tuvieron la oportunidad de cruzar sus vidas con un solo profesor salvador, y sus talentos quedaron adormilados y sepultados con un alud de frases condenatorias?


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Nota: La imagen que encabeza el texto fue tomada de la siguiente dirección electrónica: http://librerialapecera.blogspot.com/2010/12/los-derechos-del-lector.html



jueves, 4 de agosto de 2011

CÓMO LEE UN HISTORIADOR DE LA LITERATURA HISPANOAMERICANA


En el prólogo a la tercera edición de su libro Historia de la literatura hispanoamericana, Enrique Anderson Imbert ofrece algunos detalles acerca de cómo escribió su obra. Al mismo tiempo, nos revela cómo hacía para leer la ingente cantidad de material que implicaba su empresa.

Su testimonio ayuda a derribar algunos mitos en torno a la escritura y lectura que circulan entre los lectores novicios, como aquel de suponer que un libro publicado ya es un texto definitivo, que no necesita de correcciones, agregados o supresiones; o aquel otro de creer que por ser un lector experto uno puede leer todos los libros que desee o necesite leer. Ya en los años sesenta, cuando aún no existía Internet (que ha ayudado a multiplicar las fuentes), Anderson Imbert admitía no haber posado sus ojos en todas las obras literarias de las que trata en su estudio.

Dejemos que él mismo nos lo cuente: «Un historiador de la literatura no puede leer todos los libros —no alcanzaría una vida para hacerlo— pero tampoco puede limitarse a comentar sólo los libros que ha leído —si lo hiciera no mostraría un proceso histórico sino su autobiografía de lector—. Para ofrecer un panorama completo de lo que se ha escrito durante cuatrocientos años en un continente ahora dividido en diecinueve repúblicas hispánicas, por fuerza ha de echar mano de datos y juicios ajenos. Hay varias maneras de llevar adelante esta tremenda empresa informativa. Una, la más seria desde el punto de vista científico, pero la menos eficaz desde el punto de vista de un manual, es interrumpir a cada paso la exposición con referencias bibliográficas, notas al pie de página, citas dentro del texto, apéndices y cuidadosos reconocimiento (sic) a los centenares de colegas cuya labor se aprovecha y se refunde. Otra manera, la que arriesgadamente he seguido, es erigirse en una especie de secretario de redacción de una fantasmal sociedad anónima de hispanoamericanistas y volcar en un fluido relato todo lo que sabemos entre todos (…). Arte compositivo. Así, páginas que se basan en un conocimiento directo de los textos van mezcladas —y a veces integradas— con otras que, indirectamente, resumen estudios desparramados (…) hay, pues, un manejo de historias de conjunto, de monografías parciales, de artículos de circunstancia, de reseñas periodísticas. Más: a veces consulté por carta a críticos de diferentes partes, y sus respuestas entraron en la construcción sistemática de esta gran síntesis. Al viajar por nuestros países me acerqué a los grupos literarios y, lápiz en mano, tomé apuntes que luego utilicé (…). Mi voluntad ha sido rendir un servicio público: juntar lo disperso, clasificar el fárrago, iluminar con una única luz los rincones oscuros de una América rota por dentro y, por tanto, desconocida, poner en manos del lector una Suma (…). He trabajado, pues, un poco como arquitecto y un poco como albañil. No hay ni una sola cita, aunque siga de cerca a otros críticos. Tampoco cito mis propias contribuciones, de más aparato erudito y académico, que he publicado por separado: en esas contribuciones analizo con rigor el estilo de los textos; acá, en la Historia, refundo a veces lo que no he analizado directamente. Con todo, no exagerar. Esta Historia es personal en su concepción, en su ordenamiento y en gran parte de sus comentarios. Edición tras edición voy corrigiéndola: si la prisa me obligó a llenar un hueco con un retazo extraño, en cuanto puedo lo sustituyo con un examen propio, más reposado y sólido. Mi Historia es provisional: alguna vez será definitiva. A medida que tomo posesión directa de la materia, la Historia se va haciendo más y más personal. Escrita con una perspectiva abierta, crece junto con mi conocimiento. En esta tercera edición he reajustado los materiales y ampliado considerablemente los juicios. Todo esto ha exigido una división en dos volúmenes, que esperamos sean acogidos con el mismo favor de antes» (1967: 13-15).


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Nota: La imagen que encabeza el texto fue elaborada por Marco Antonio Román Encinas.



Bibliografía


ANDERSON IMBERT, Enrique. Historia de la literatura hispanoamericana. México: Fondo de Cultura Económica, 1967, 2 vols.