sábado, 31 de diciembre de 2011

EL PODER DE LA LECTURA

La lectura es una forma económica de empoderar a las personas. Tener una amplia cultura te permite expandir tu visión y ver cosas que los que no asumen ese reto no pueden observar.

Un ejemplo de ello es la anécdota que cuenta Luis Fernández Zaurín en su libro De cuando Vargas Llosa noqueó a Gabo y otras 299 anécdotas literarias sobre Rubén Darío:

Félix Rubén García Sarmiento es conocido también como el príncipe de las letras castellanas. Nació en la ciudad nicaragüense de Metapa, hoy llamada Ciudad Darío, el 18 de enero de 1967. Poeta decisivo en la evolución de la poesía del siglo pasado, todo el mundo lo conoce por el nombre de Rubén Darío. A su segundo nombre acopló el de Darío y el motivo lo explica en su autobiografía: «Según lo que algunos ancianos de aquella ciudad de mi infancia me han referido, mi tatarabuelo tenía por nombre Darío. En la pequeña población conocíale todo el mundo por don Darío; a sus hijos e hijas, por los Daríos, las Daríos. Fue así desapareciendo el primer apellido, a punto de que mi bisabuela paterna firmaba ya Rita Darío; y ello, convertido en patronímico, llegó a adquirir valor legal; pues mi padre, que era comerciante, realizó todos sus negocios ya con el nombre de Manuel Darío» (2009: 79 y 80).

De este detalle no nos podríamos enterar, si no hubiésemos leído el libro de Fernández Zaurín o la autobiografía de Rubén Darío. Y así leyendo también es que nos podemos enterar de que esa frase tan mentada en el Perú: «El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro», no pertenece a Raimondi (como equivocadamente se la atribuyen muchos periodistas que no corroboran sus fuentes), sino que sería un dicho popular.

Esa es la conclusión a la que llega Augusto Alcocer Martínez en su artículo «Conjetura y postura frente al dicho ‘El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro’».

Y a usted, amable lector lo invito a enterarse de los pormenores de esa investigación consultando directamente la fuente a través de este enlace: https://es.scribd.com/document/8332059/Augusto-Alcocer-Conjetura-y-postura-frente-al-dicho-El-Peru-es-un-mendigo-sentado-en-un-banco-de-oro

 

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Nota: La imagen de Antonio Raimondi que aparece al inicio de esta entrada fue tomada de la siguiente dirección electrónica:

 

Bibliografía

ALCOCER MARTÍNEZ, Augusto. «Conjetura y postura frente al dicho ‘El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro». En: Boletín de la Academia Peruana de la Lengua, Nº 41, 1º semestre de 2006, pp. 454-58.

FERNÁNDEZ ZAURÍN, Luis. De cuando Vargas Llosa noqueó a Gabo y otras 299 anécdotas literarias. Barcelona: Styria de Ediciones y Publicaciones, 2009.

jueves, 24 de noviembre de 2011

EL ERROR DEL REY



En ocasiones, después de leer un texto, sentimos que si no nos ha quedado claro lo que plantea o propone es porque no lo hemos leído bien o no hemos procesado adecuadamente la información, sin embargo no siempre resulta eso cierto. No pocas veces es el mismo texto el que contiene el defecto y no nos permite tener una visión panorámica clara de su contenido.

Un ejemplo de ello lo encontramos descrito en el libro El arte de enseñar (1959), de Gilbert Highet; en él se señala lo siguiente: «Muchos libros de texto cometen el error del Rey; no le informan al lector claramente lo que va a aprender. Cuando está aprendiendo, no le muestran la relación de cada parte con el conjunto, y normalmente terminan, no con una conclusión razonable y una recapitulación, sino de manera repentina y quizás torpe. Recuerdo muy bien la primera vez que leí a Homero; fue en un horrible libro marrón; el erudito que lo había editado había escrito notas de explicación de cada verso (principalmente sobre ese tema apasionante que es la gramática homérica) pero no se le había ocurrido informarme:

»—quién fue Homero, si es que fue alguien,

»—donde vivió y cuándo,

»—qué era la Ilíada,

»—qué era el libro I de la Ilíada (yo no comprendía cómo un libro podía contener otros libros, y no lo descubrí hasta que me enteré de que eran los rollos de papiros),

»—cuál era el plan general del poema y cómo el libro I se relacionaba con él,

»Ni de responder a cientos de otras sencillas preguntas que se me ocurrían mientras traducía obedientemente. Simplemente comenzó a hablar en el primer verso, se detuvo en el verso 611, y desapareció como si no hubiera sido un hombre sino un torrente de palabras saliendo de un dictáfono.

»Ésa era una experiencia corriente y todavía lo es…» (1959: 98 y 99).

Algo similar aunque en menor dimensión ocurre con las noticias que publican algunos diarios, y puedo mencionar aquí también un ejemplo de ello. Si un hecho ocurrió el 24 de noviembre y el 25 te informan sobre ello, el 26 ya no repiten sintéticamente la noticia, sino que dan por sobrentendido que uno la leyó el día anterior (lo que no siempre sucede), y continúan con la secuencia de acontecimientos como si se tratase del segundo capítulo de una novela.

En esos casos, el grado de incomprensión no se debería a una falta de capacidad de asimilación del lector, sino a defectos del texto, como el «error del Rey», así bautizado por Higuet. Pero es necesario indicar y advertir que de esta situación solo pueden percatarse los lectores que han alcanzado un grado de comprensión que se ubica en el nivel crítico, es decir, en el más alto.

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Nota: La foto de Gilbert Higuet que aparece en la parte superior de este envío fue tomada de la siguiente dirección electrónica: http://www.columbia.edu/cu/alumni/Magazine/Fall2001/Highet.html


Bibliografía

HIGUET, Gilbert. El arte de enseñar. 2da ed. Buenos Aires: Editorial Paidós, 1959.

miércoles, 12 de octubre de 2011

DANIEL PENNAC, LOS DERECHOS DEL LECTOR Y ALGO MÁS


Si hacen doble clic en la imagen que antecede a estas líneas podrán ver y leer en una imagen agrandada los derechos del lector de Daniel Pennac, que aparece en su libro Como una novela (1993).

Los transcribo a continuación, según aparecen en la siguiente dirección electrónica: http://blogdemiscelanea.blogspot.com/2009/04/el-arte-de-leer.html

1. Derecho a no leer
2. Derecho a saltarse páginas
3. Derecho a no terminar un libro
4. Derecho a releer
5. Derecho a leer cualquier cosa
6. Derecho a leer lo que me gusta
7. Derecho a leer en cualquier parte
8. Derecho a picotear
9. Derecho a leer en voz alta
10. Derecho a leer en silencio

No dispongo de mucho tiempo para escribir este nuevo envío, pero un llamado interior me fuerza a dejar todo de lado por unos instantes y a digitar lo que sigue, a fin de invitar a los lectores a la reflexión.

Tengo muchos deseos de leer el libro de Daniel Pennac: Mal de escuela. Su autor trabajó como docente en Francia durante 26 años. No tendría eso nada de extraño si no fuera porque Pennac fue durante su etapa escolar un alumno gris, durante la mayor parte de su escolaridad. Y es justamente ese tipo de personaje el protagonista de su novela.

En una entrevista que le hace Lola Lara en la revista Cuadernos de Pedagogía Nº 385, Pennac cuenta lo siguiente: «Yo era un alumno muy, muy malo: no hacía los deberes, no estudiaba… como todos los malos alumnos que he encontrado en mi vida de profesor, yo me inventaba explicaciones para justificarme. Es decir, mentía constantemente a los profesores y a mi familia. Un buen día, un profesor de literatura que escuchaba atentamente mis mentiras y que no las juzgó desde un punto de vista moral, se dijo: ‘este chico tiene cierta imaginación narrativa’ y entonces me encargó una novela. Me dispensó de los deberes del trimestre, a cambio de que todas las semanas le entregase el capítulo de una novela; “y en la medida de lo posible” —me dijo— “sin faltas de ortografía para elevar la crítica”. Por primera vez, me encontré con un adulto que tuvo la intuición pedagógica de transformar un comportamiento descarriado en un deseo creativo. Él encontró esa vía conmigo, tuvo esa genialidad pedagógica, que no era la misma que utilizaba con otros. Por primera vez, encontré a alguien que me permitió centrarme en mí mismo. Eso es un profesor» (2008: 92). (Véase: http://www.nosoposicions.com/imgs/pdf/entrevistapennac.pdf).

En otra entrevista que le hace Álex Vicente, Pennac señalará: «Quería dejar muy claro que éste es un libro [se refiere a Mal de escuela] sobre el sufrimiento que produce el hecho de no comprender. No pretende analizar la institución escolar, sino ese tipo de dolor, que me parece bastante desconocido. Se suele creer que a los malos alumnos les da todo igual, pero la realidad es otra. El fracaso escolar se vive con gran sufrimiento. Yo lo sé porque lo he vivido.

»¿Cómo se origina ese sufrimiento?

»- Por el simple hecho de no entender la pregunta del profesor. Es algo que empieza a una edad muy temprana y que tiene efectos colaterales: el niño cree que no encaja en la escuela y desarrolla una especie de rechazo hacia la institución; la familia se preocupa y no sabe cómo ayudarlo, y el docente lo vive como un fracaso personal y profesional. Es como una bomba de fragmentación».

En otro momento, el entrevistador le pregunta a Pennac: «-¿Cuál fue la peor nota que llevó a casa?
»- En Francia, los maestros apuntan comentarios con cierta mala fe al lado de la calificación de cada materia. Una vez me escribieron: “No hay nada que esperar de este alumno”. Me pareció excepcionalmente cruel» (véase: http://revistaliterariaazularte.blogspot.com/2008/10/lex-vicenteentrevista-daniel-pennac.html).

Y sin embargo ese profesor cruel cometió un craso error con Daniel Pennac, que es hoy en día un escritor exitoso; y si tuviera que ser calificado por su veredicto desacertado y condenatorio estaría desaprobado.

Pennac pudo toparse con cuatro profesores salvadores (lean la entrevista completa en las direcciones electrónicas citadas) durante su etapa escolar, pero ¿cuántos otros Pennac no tuvieron la oportunidad de cruzar sus vidas con un solo profesor salvador, y sus talentos quedaron adormilados y sepultados con un alud de frases condenatorias?


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Nota: La imagen que encabeza el texto fue tomada de la siguiente dirección electrónica: http://librerialapecera.blogspot.com/2010/12/los-derechos-del-lector.html



jueves, 4 de agosto de 2011

CÓMO LEE UN HISTORIADOR DE LA LITERATURA HISPANOAMERICANA


En el prólogo a la tercera edición de su libro Historia de la literatura hispanoamericana, Enrique Anderson Imbert ofrece algunos detalles acerca de cómo escribió su obra. Al mismo tiempo, nos revela cómo hacía para leer la ingente cantidad de material que implicaba su empresa.

Su testimonio ayuda a derribar algunos mitos en torno a la escritura y lectura que circulan entre los lectores novicios, como aquel de suponer que un libro publicado ya es un texto definitivo, que no necesita de correcciones, agregados o supresiones; o aquel otro de creer que por ser un lector experto uno puede leer todos los libros que desee o necesite leer. Ya en los años sesenta, cuando aún no existía Internet (que ha ayudado a multiplicar las fuentes), Anderson Imbert admitía no haber posado sus ojos en todas las obras literarias de las que trata en su estudio.

Dejemos que él mismo nos lo cuente: «Un historiador de la literatura no puede leer todos los libros —no alcanzaría una vida para hacerlo— pero tampoco puede limitarse a comentar sólo los libros que ha leído —si lo hiciera no mostraría un proceso histórico sino su autobiografía de lector—. Para ofrecer un panorama completo de lo que se ha escrito durante cuatrocientos años en un continente ahora dividido en diecinueve repúblicas hispánicas, por fuerza ha de echar mano de datos y juicios ajenos. Hay varias maneras de llevar adelante esta tremenda empresa informativa. Una, la más seria desde el punto de vista científico, pero la menos eficaz desde el punto de vista de un manual, es interrumpir a cada paso la exposición con referencias bibliográficas, notas al pie de página, citas dentro del texto, apéndices y cuidadosos reconocimiento (sic) a los centenares de colegas cuya labor se aprovecha y se refunde. Otra manera, la que arriesgadamente he seguido, es erigirse en una especie de secretario de redacción de una fantasmal sociedad anónima de hispanoamericanistas y volcar en un fluido relato todo lo que sabemos entre todos (…). Arte compositivo. Así, páginas que se basan en un conocimiento directo de los textos van mezcladas —y a veces integradas— con otras que, indirectamente, resumen estudios desparramados (…) hay, pues, un manejo de historias de conjunto, de monografías parciales, de artículos de circunstancia, de reseñas periodísticas. Más: a veces consulté por carta a críticos de diferentes partes, y sus respuestas entraron en la construcción sistemática de esta gran síntesis. Al viajar por nuestros países me acerqué a los grupos literarios y, lápiz en mano, tomé apuntes que luego utilicé (…). Mi voluntad ha sido rendir un servicio público: juntar lo disperso, clasificar el fárrago, iluminar con una única luz los rincones oscuros de una América rota por dentro y, por tanto, desconocida, poner en manos del lector una Suma (…). He trabajado, pues, un poco como arquitecto y un poco como albañil. No hay ni una sola cita, aunque siga de cerca a otros críticos. Tampoco cito mis propias contribuciones, de más aparato erudito y académico, que he publicado por separado: en esas contribuciones analizo con rigor el estilo de los textos; acá, en la Historia, refundo a veces lo que no he analizado directamente. Con todo, no exagerar. Esta Historia es personal en su concepción, en su ordenamiento y en gran parte de sus comentarios. Edición tras edición voy corrigiéndola: si la prisa me obligó a llenar un hueco con un retazo extraño, en cuanto puedo lo sustituyo con un examen propio, más reposado y sólido. Mi Historia es provisional: alguna vez será definitiva. A medida que tomo posesión directa de la materia, la Historia se va haciendo más y más personal. Escrita con una perspectiva abierta, crece junto con mi conocimiento. En esta tercera edición he reajustado los materiales y ampliado considerablemente los juicios. Todo esto ha exigido una división en dos volúmenes, que esperamos sean acogidos con el mismo favor de antes» (1967: 13-15).


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Nota: La imagen que encabeza el texto fue elaborada por Marco Antonio Román Encinas.



Bibliografía


ANDERSON IMBERT, Enrique. Historia de la literatura hispanoamericana. México: Fondo de Cultura Económica, 1967, 2 vols.

domingo, 31 de julio de 2011

COMO LEÍA SHERLOCK HOLMES





Una de las preocupaciones principales de quien recién está aprendiendo a leer es cómo hacer para recordar todo lo que pasa por sus ojos. El novicio cree que está leyendo mal si olvida algo de un texto, y eso es equivocado.

Para empezar, no es posible retener todo lo que uno lee. Al respecto, Arthur Schopenhauer señalaba lo siguiente: «Esperar que alguien lo recuerde todo… es como esperar que viva llevando en su cuerpo cuanto comió desde el nacimiento». Lo importante es comprender la idea que transmite un libro (que puede escribirse en unas cuantas líneas) para que tal actividad sea provechosa.

A veces, y con el tiempo transcurrido luego de hecha la lectura, puede ser incluso un detalle, una escena o un dato el que únicamente permanezca en nuestra mente y también será suficiente (aunque a veces sea difícil recordar la fuente de donde la tomamos), porque aquellos, si uno necesita recuperarlos con precisión, se pueden rememorar y aclarar con la relectura.

No obstante, el mejor camino para ahorrarnos parte de esos inconvenientes es el de registrar y organizar nuestros hallazgos; algo que, por cierto, había descuidado hacer Sherlock Holmes, a pesar de ser un lector consumado (si bien no siempre es posible saber qué es lo que nos puede ser útil más adelante).

Veamos su caso en el cuento «La aventura de la melena de león» (que se encuentra en el libro El archivo de Sherlock Holmes, de Sir Arthur Conan Doyle). Fitzroy Macpherson había sido salvajemente azotado y asesinado al final de un sendero, cerca de una laguna formada en la playa del Canal. Nadie había pasado por allí esa mañana fuera del muerto. ¿Quién podría ser el asesino?

Se trataba de un caso extraordinario y de difícil resolución. Las últimas palabras del occiso: «la melena de león» (1967: 94), sin embargo, fueron la clave para resolver el misterio.

Holmes se describe a sí mismo y el episodio en mención de este modo: «—Yo soy un lector omnívoro y que tiene una memoria extraordinariamente retentiva para las cosas insignificantes. Esa frase “la melena de león” me tenía obsesionado. Estaba seguro de haberla leído en alguna parte y en un contexto inesperado» (1967: 121).

No recordaba la fuente de donde provenía ese dato, pero un hecho en medio de la historia se lo traerá a la memoria. Transcurrida una semana sin hallar al culpable, Holmes se entera, por boca de su ama de llaves, de que la mascota de míster Macpherson muere «en el mismo lugar en que encontró la muerte su amo» (1967: 109). El cuerpo del animal fue hallado por dos estudiantes del colegio de Los Gabletes. Holmes va en busca de ellos a entrevistarlos y luego revisa otra vez la escena del crimen.

El momento exacto en que se hace más precisa su reminiscencia, Holmes lo relata así: «En el instante mismo en que alcanzaba el punto más alto del sendero se me aclaró todo. De pronto, como una exhalación, recordé lo que tan ansiosamente y tan en vano había querido asir. Los lectores sabrán, si es que Watson no ha escrito inútilmente, que yo tengo un inmenso depósito de conocimientos de cosas que se salen de lo corriente, amontonados sin sistema científico, pero disponibles para las necesidades de mi labor. Mi cerebro es como un almacén atiborrado de paquetes de toda clase; tantos, tantos, que no es extraño que sólo conserve una vaga percepción de todo lo que hay allí. Yo tenía la seguridad de que algo había que bien pudiera servir en este asunto. Era todavía una cosa vaga, pero ya sabía por lo menos cómo podría convertirla en una cosa clara. Era algo monstruoso, increíble, pero quedaba siempre como una posibilidad. Yo lo pondría plenamente a prueba.

»Hay en mi casita una buhardilla espaciosa atiborrada de libros. Me zambullí en ellos, y los revolví durante una hora. Al cabo de ese tiempo salí de la buhardilla con un pequeño volumen color chocolate y plata. Busqué anhelante el capítulo del que ya tenía un recuerdo confuso. Sí, se trataba, sin duda, de una hipótesis improbable, pero no podía tranquilizarme hasta adquirir la certeza de si, en efecto, podía tener realidad. Era ya muy tarde cuando me acosté, ansioso de que llegase la hora de emprender mi tarea del día siguiente» (1967: 110 y 111).

Más adelante nos enteraremos de que en ese «volumen color chocolate y plata» se encontraba el dato que estaba buscando. Holmes les refiere a sus acompañantes esto: «—He aquí un libro —dije yo, echando mano al pequeño volumen— que puso en claro lo que quizás habría quedado para siempre oscuro. Se titula Out of doors (sic) por el célebre viajero J. G. Wood. Este señor estuvo a punto de perecer a consecuencia del contacto con ese animal inmundo, y por eso escribió con pleno conocimiento de causa. El nombre completo de este ser malvado es el de Cyanea Capillata, y puede ser tan peligroso para la vida, y, desde luego, su acción más dolorosa que la mordedura de la cobra. Permítanme que les ofrezca brevemente este resumen.

»“Si el bañista distingue una masa, como redonda y suelta, de membranas y de fibras color leonado, algo como unos grandes manojos de melena de león y de papel plateado, que se ponga en guardia, porque se trata del terrible animal picador llamado Cyanea Capillata”. ¿Es posible describir con mayor claridad a nuestro siniestro conocido?


»Luego pasa a contarnos su encuentro con uno de esos animales cuando nadaba frente a la costa de Kent. Pudo darse cuenta de que ese animal irradiaba filamentos casi invisibles hasta una distancia de quince metros, y que todo ser viviente que se encontraba a esa distancia del mortífero centro de la circunferencia, corría peligro de muerte. Aun de lejos, los efectos sobre Wood fueron casi mortales. “Los numerosísimos hilos produjeron ligeras líneas color escarlatas (sic) en la piel; examinadas más detenidamente resultaron ser puntos minúsculos o pústulas, encerrando (sic) cada puntito algo así como una aguja al rojo vivo que traspasa los nervios”.
»Explica luego que el dolor en la parte afectada superficialmente era lo más secundario de aquella tortura refinada. “Sentí dolores que me atravesaban el pecho y que me hacían caer como si hubiese sido herido por otros tantos balazos. El pulso se interrumpía, y de pronto daba el corazón seis o siete saltos como si quisiera saltársele fuera el pecho”.

»Aquello estuvo a punto de matarle, aunque sólo había estado en contacto con aquel ser en medio del agitado océano y no en las aguas someras y tranquilas de una charca de agua de mar. Asegura que apenas se conoció a sí mismo más tarde, porque su cara estaba blanca, contraída y arrugada. Se echó al cuerpo de golpe una botella entera de aguardiente, y parece que esto le salvó la vida. Ahí tiene usted el libro, inspector. Se lo presto, y no podrá usted dudar de que en él se contiene una explicación completa de la tragedia del pobre Macpherson» (1967: 119-121).

Visto lo anterior, se observa que incluso un lector experto como Holmes puede olvidar el libro del que procedía una frase, si no tiene registrados y organizados sus conocimientos, debido a sus muchas lecturas. Y el recordar de dónde proviene puede ser un proceso que tome segundos, minutos, horas, días (es el caso de Holmes), semanas, meses o, tal vez, años. En ocasiones, un hecho fortuito puede acelerar el proceso y contribuir en ello. Eso mismo sucedió con Sherlock Holmes. Por cierto, yo también acabo de recordar dónde leí la frase de Arthur Schopenhauer, fue en el libro Mental gym, de Tom Wujec (1989: 254).

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Nota: La imagen de Sherlock Holmes fue tomada de la siguiente dirección electrónica: http://bajootraluz.blogspot.com/2010/10/sherlock-holmes-nunca-dijo-elemental-mi.html





Bibliografía




CONAN DOYLE, Sir Arthur. El archivo de Sherlock Holmes. Barcelona: Editorial Molino, 1967. [Traducción de Amando Lázaro Ros].

WUJEC, Tom. Mental gym. Buenos Aires: Editorial Atlántida, 1989.

domingo, 13 de febrero de 2011

CÓMO ESCRIBIR RESEÑAS XVI


Luis Fernando Afanador posee el siguiente currículum: «Abogado con maestría en literatura. Fue catedrático en las universidades Javeriana y de los Andes. Codirigió el programa Librovía de la Alcaldía Mayor de Bogotá y fue editor de Semana Libros. Ha publicado Julio Ramón Ribeyro, un clásico marginal (ensayo, 1990); Extraño fue vivir (poesía, 2003); Tolouse-Lautrec, la obsesión por la belleza (biografía, 2004) y La tierra es nuestro reino (antología de su poesía, 2008). Poemas suyos han aparecido en diversas antologías y en 1996 fue finalista en el Premio Nacional de Poesía. Es colaborador habitual de varias revistas colombianas donde publica artículos de opinión, ensayos y crónicas. Actualmente es crítico de libros y blogger de la revista Semana» (véase: http://www.librerianorma.com/autor/autor.aspx?p=UoXD7QqTyEsNdPAPkvCpKqnEuMeuaF03).

En el blog Escrituras Univalle, que pertenece a los estudiantes de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Valle (Cali, Colombia), Fernando Afanador publicó el texto «Tribulaciones de un comentarista de libros» (http://escriturasunivalle.blogspot.com/2009/03/tribulaciones-de-un-comentarista-de.html), del que he extraído los fragmentos que considero más útiles.

«Se nos pide, en aras de la concreción, que nos limitemos a dos puntos: criterios de selección y formas de abordar la escritura de una reseña. Voy entonces al asunto sin dilaciones para que en este breve espacio, y así sea un poco de contrabando, tenga tiempo de referirme a algo que me parece capital: qué es un reseñador, cuál es su estatuto. Porque finalmente todo se relaciona.

»Bien, ¿cómo escoger un libro? En primer lugar, como lo haría cualquier lector, como alguna vez me dijo Alberto Manguel que operan los lectores: por azar. La clave para encontrar un gran libro desconocido es igual al encuentro con otros seres humanos: un perfume, una cara, un gesto. “El hecho de que nos pisen en el tranvía y de ahí resulte una relación. Todo comienzo es válido”.

»En términos prácticos eso quiere decir que debemos ir más allá de los libros que nos envían las editoriales que, por supuesto, manejan sus propios intereses. Hay que ir a las librerías y buscar en los anaqueles escondidos: la vitrina de las novedades se mueve a un ritmo demasiado rápido e injusto. (Aquí quiero hacer un paréntesis: cuando empezaba en este oficio era muy cuidadoso de sólo reseñar libros que tuvieran máximo un mes de haber salido al mercado pero luego comprobé que nadie es muy estricto al respecto y el criterio es bastante amplio: he llegado a leer reseñas de libros con más de un año de aparición, lo cual, por lo demás, me parece muy bien: los buenos libros no envejecen y nunca es tarde para dar noticia de ellos)».

(…)

«Voy a decirlo de una vez: pertenezco al bando de la crítica celebratoria. Sólo vale la pena hablar leer (sic) aquellos libros que nos han conmovido, que no han sido escritos para el olvido sino para perdurar. Los que, de alguna manera, son sobresalientes, los que nos hacen mejores, los que provocan el comentario: “Las grandes obras de arte nos atraviesan como grandes ráfagas que abren las puertas de la percepción y arremeten contra la arquitectura de nuestras creencias con sus poderes transformadores. Tratamos de registrar sus embates y de adaptar la casa sacudida al nuevo orden. Cierto primario instinto de comunión nos impele a transmitir a otros la calidad y la fuerza de nuestra experiencia y desearíamos convencerlos de que se abrieran a ella”. Por eso la crítica, según dice George Steiner a quien pertenece la cita anterior, debe surgir de una deuda de amor».

(…)

«Segundo punto. ¿Cómo escribir una reseña? Como si fuera el mejor ensayo breve, con la contundencia de los cuentos memorables, con claridad y lucidez. Claro, es casi imposible, pero debemos intentarlo.

»Para matizar la anterior respuesta es necesario entrar en el tercer punto, qué es un reseñador.

»Creo que es un híbrido. Es una rara especie que es mitad crítico y mitad divulgador; es un lector bien informado: el espectro es amplio. Por eso pienso que cada reseñador finalmente, con su trabajo, define lo que quiere ser. Puede llegar a ser un crítico serio y riguroso pero también puede convertirse en un vulgar copiador de solapas: está en sus manos. No sobra decir que esto último es lo que algunas editoriales quieren que seamos: vulgares copistas de solapas que les exhibimos sus libros.

»Si el reseñador se define como crítico tendrá algunos problemas al escribir su reseña. Si sólo profundiza en el texto puede volverse demasiado abstracto: no puede olvidar que le está hablando a alguien que todavía no ha leído el libro y que muchas veces sólo quiere saber de qué se trata. Debe, entonces, dar esa información —sin exagerar, para no dañar la lectura— sin olvidar su juicio crítico. Y debe escribir con pasión porque la pasión contagia. Me refiero a esa pasión inteligente, ese tono personal que tienen los grandes ensayistas desde Montaigne hasta George Steiner. Hay que evitar a toda costa ese lenguaje neutral y eunuco, salpicado de neologismos, que se practica en las universidades con la falsa excusa de la objetividad.

»Alguna vez alguien me dijo que después de leer una reseña mía le dieron ganas de ir a comprar el libro, ahí mismo, aunque fuera domingo. Es lo mejor que me han dicho de mi trabajo, es lo máximo a que aspiro. Recomendar un buen libro, compartir esa alegría. Dar a conocer princesas encantadas y comerme en silencio unos cuantos sapos. Y sentir una culpa infinita por todos esos grandes libros, esos perfumes, esos bellos gestos, que pasaron por nuestro lado y no supimos ver».
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Nota: La foto que encabeza el texto es de la Biblioteca del Monasterio de Strahov, en Praga, capital de la República Checa y fue tomada de la siguiente dirección electrónica: http://bcehricardogaribay.wordpress.com/2008/12/15/las-bibliotecas-mas-bonitas-del-mundo/

Bibliografía

FERNANDO AFANADOR, Luis. «Tribulaciones de un comentarista de libros». En: Escrituras Univalle. Laboratorio de escrituras de los estudiantes de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Valle (Cali, Colombia). Consulta: 26 de enero del 2011. <http://escriturasunivalle.blogspot.com/2009/03/tribulaciones-de-un-comentarista-de.html>

LIBRERÍA NORMA. «Autor(es) / Luis Fernando Afanador». Consulta: 26 de enero del 2011. <http://www.librerianorma.com/autor/autor.aspx?p=UoXD7QqTyEsNdPAPkvCpKqnEuMeuaF03>

viernes, 28 de enero de 2011

CÓMO ESCRIBIR RESEÑAS XV


Para cerrar este ciclo de textos dedicados a explicar el proceso de construcción de una recensión, voy a presentar los testimonios de dos reseñadores que pertenecen a dos épocas y ámbitos de trabajo relativamente distintos. El primero de ellos escribía para un periódico español. Su nombre es Nicolás González Ruiz, de quien hablaré en este envío. El segundo trabaja para la revista colombiana Semana. Su nombre es Luis Fernando Afanador, de quien hablaré en el siguiente envío.

[En adelante, mis envíos alternarán reflexiones sobre la lectura, estrategias que emplean los lectores competentes y reseñas, aunque no necesariamente en el orden en que se mencionan].

Nicolás González Ruiz (18971967) —según Wikipedia—: «fue un escritor, crítico literario, editorialista y periodista español, poseedor de una vasta cultura, un magistral dominio del castellano y un fino sentido del humor» (véase: http://es.wikipedia.org/wiki/Nicol%C3%A1s_Gonz%C3%A1lez_Ruiz).

En la cuarta edición de la Enciclopedia del periodismo, que dirigió González Ruiz, hay un texto suyo que lleva por título: «La crítica». En él, el autor menciona que la crítica de libros, en aquel tiempo, era uno de los sectores más descuidados en los diarios españoles. Ello se debió a que no era retribuible dedicar «esfuerzo económico» a su mejora, pues ello no tenía efecto ni «en el aumento de lectores ni en la publicidad que pudieran dar las casas editoriales» (1966: 428).

Para mejorar ese sector, el escritor español propuso contar no con un crítico, sino con un «cuerpo de redacción destinado a la crítica bibliográfica (…)». En los periódicos de aquel entonces, siempre había «un titular de la sección y un suplente o ayudante. Pero este montaje no basta para los libros.

»Leer un libro… exige tiempo. Leer todos los libros de una categoría que nos ofrezcan la literatura, el arte, la historia, el ensayo, la biografía (…) exige un grupo de personas dedicados a eso» (1966: 429).

También propone no limitar «la crítica a lo que envíen las editoriales o autores… La crítica de libros hay que hacerla de los libros interesantes que se publiquen, sean recibidos o no, que si la sección se lleva bien y gana confianza y prestigio, serán pocos los que no lleguen» (ibíd.).

Luego refiere algo que es importante resaltar porque da a conocer, al mismo tiempo, cuál es el ritmo de lectura de un reseñador: «El crítico de libros lee poco y de prisa. Si alguno hay entre nosotros que quiera defender su prestigio y su firma, se ocupa a lo sumo de cuatro o cinco libros cada mes, porque no puede hacer razonablemente más.

»Lo que no lleva firma solvente apenas si se ha leído y se halla más cerca del suelto publicitario y amistoso que de la crítica verdadera. No vale la pena tener informado al lector del movimiento editorial, orientándole según sus gustos y aficiones» (ibíd.).

Y lo que viene a continuación, y como punto final, también resulta digno de darse a conocer. El autor cuenta que conoció a alguien que poseía de sobra las cualidades del buen reseñador: «En la historia periodística de España no recuerdo más que un caso en el que esta misión se haya cumplido al máximo posible. Fue en la “Página bibliográfica” del suplemento dominical de El Debate… [Allí trabajaba:] Un hombre de vastísima cultura y enorme capacidad de trabajo, don Hilario Yaben, se pasaba el día entero, más por vocación que por retribución, aunque ésta fuese lo más adecuada posible, leyendo libros y tomando notas. Era pavoroso verle hasta diez y doce horas diarias sumergido en su labor. Fruto de ella eran una serie de recensiones breves, concienzudas y metódicas, que ocupaban semanalmente una página entera del periódico. Pero aquello se pudo dar una vez y es posible que no se vuelva a dar. Don Hilario Yaben ni siquiera firmaba (…). Su esfuerzo enorme no era suficiente; pero no se ha logrado después nada parecido, y lo digo yo, que he ejercido la crítica de libros durante más de treinta años» (1966: 430).

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Nota: La foto de la Biblioteca de la Universidad Joanina, Coimbra, Portugal, que encabeza el texto, fue tomada de la siguiente dirección electrónica: http://bcehricardogaribay.wordpress.com/2008/12/15/las-bibliotecas-mas-bonitas-del-mundo/



Bibliografía


GONZÁLEZ RUIZ, Nicolás. «La crítica». En: Enciclopedia del periodismo. 4ta ed. Barcelona-Madrid: Editorial Noguer, 1966.

WIKIPEDIA. «Nicolás González Ruiz». Consulta: 26 de enero del 2011. <http://es.wikipedia.org/wiki/Nicol%C3%A1s_Gonz%C3%A1lez_Ruiz>