jueves, 2 de febrero de 2017

LEER O NO LEER III


La tercera circunstancia que me permitió escribir este artículo se relaciona con la 37 Feria del Libro Ricardo Palma, realizada en el parque Salazar, en el distrito de Miraflores, del 6 de noviembre al 21 de octubre del 2016.
Se organizó un programa de mesas redondas como parte de la campaña emprendida por la Cámara Peruana del Libro «Perú, un país de lectores: por una política nacional del libro y la lectura», campaña que desde este humilde espacio saludamos y alentamos, por cierto.
Una de las mesas redondas se titulaba «Plan Lector: a diez años de su implementación». Allí pude enterarme que la Casa de la Literatura (Caslit) estaba organizando, a su vez, el evento «10 años del Plan Lector: experiencias en la escuela. Reflexiones sobre la normativa», del 2 al 5 de noviembre del 2016.
En la primera fecha del programa (ver: https://goo.gl/yLOS8x), la directora de la Caslit realizó la «Entrevista al Dr. Felipe Munita (Chile) sobre mediación de lectura, hábito lector y enfoques regionales aplicados al fomento de la lectura literaria».
Si bien yo no pude asistir a ese evento, este afortunadamente se guardó en video y se colgó en el canal de YouTube de la Caslit (ver: https://goo.gl/NxsTqb), por lo que semanas más tarde y en la comodidad de mi hogar pude escuchar su contenido.
En el minuto 48, el investigador chileno hace la siguiente reflexión: «… Y por eso es que volvemos a la vieja discusión de lecturas libres o lecturas obligatorias porque mucha gente dice que no, que en la escuela ya no tiene que haber más lecturas obligatorias…».
Por la importancia de lo referido en aquel entonces por Felipe Munita, en la siguiente entrada reproduciremos íntegramente el fragmento  de la entrevista en donde el investigador chileno da una respuesta fundamentada a esa discusión y la resuelve satisfactoriamente.
Y para abonar la tesis de Munita al respecto, añadiremos aquí que ya antes, en su artículo «El placer de leer», Isabel Solé, otra destacada educadora, se había manifestado sobre el tema en cuestión.
Cuando enumera las seis condiciones para fomentar el placer de leer en la escuela, se pregunta en relación a la quinta: «¿Qué se hace con la lectura? ¿se obliga a leer? ¿se recomienda? Si es lectura personal e independiente, ¿no tendría lógica no intervenir en esos casos en que los alumnos no quieren leer?» (1995: 7).
Luego, Solé agrega: «Aunque Pennac (1993) reconoce el “derecho a no leer”, el mismo autor nos da la clave para responder las preguntas que nos hemos formulado». Esa clave está en las siguientes líneas del libro Como una novela, del escritor francés, que la investigadora española cita:
En el fondo, el deber de educar consiste, mientras se enseña a los niños a leer, mientras se les inicia en la Literatura, en darles los medios para juzgar libremente si sienten o no «la necesidad de los libros». Porque si podemos admitir perfectamente que un particular rechace la lectura, es intolerable que sea —o que crea que es— rechazado por la lectura.
Ser excluido de los libros —incluso de aquellos de los que podríamos prescindir— es una tristeza inmensa, una soledad dentro de la soledad… (1995: 7).
Una escena del libro de Pennac retrata muy bien su postura frente a la posibilidad de la no lectura de los estudiantes. Cuando el profesor lanza la pregunta: «—¿A quién no le gusta leer?» en clase, solo unos «escasos dedos […] no se levantan». Frente a ello, ocurre lo siguiente (vale la pena reproducir la descripción tan vívida de ese momento):
—Bien —dice el profe—, como no os gusta leer… soy yo quien os leerá los libros.
Sin transición, abre su cartera y saca de ella un libro enorme, una cosa cúbica, realmente inmensa, con una portada brillante. Lo más impresionante que se pueda imaginar en materia de libro.
—¿Preparados?
No dan crédito ni a sus ojos ni a sus oídos. ¿Ese tipo les va a leer todo eso? ¡Pero le llevará el año entero! Perplejidad… Cierta tensión, incluso… No existe un solo profe que se proponga pasar el año leyendo. O es un jodido vago o hay gato encerrado. Nos acecha una trampa. Vamos de cabeza a la lista diaria de vocabulario, a la redacción de lectura permanente…
Se miran. Algunos, por si acaso, colocan una hoja delante de ellos y ponen sus plumas en batería.
—No, no, es inútil tomar notas. Intentad escuchar, eso es todo (2001: 94).
Y, efectivamente, el profesor no se resigna a que los estudiantes no lean, cuando estos dan  a conocer que no les gusta hacerlo. Y si bien no les ordena tomar un libro, lo que sí hace es darles la oportunidad de escuchar la lectura de una novela1.
Por eso el profesor les leyó aquel día cuarenta páginas de El perfume, de Patrick Süskind, durante una hora de clase. Ese detalle le permite hacer el siguiente descubrimiento:
El profe anda a cuarenta por hora.
O sea 400 páginas en diez horas. ¡A razón de cinco horas de lengua por semana, podría leer 2.400 páginas por trimestre!, ¡7.200 en el año escolar! ¡Siete novelas de 1.000 páginas! ¡En cinco horitas de lectura semanal únicamente! (2001: 106).
 Y así es como ocurre que 35 escolares, a la mayoría de los cuales no les gusta leer, terminan escuchando la lectura de obras de García Márquez, Ítalo Calvino, Dostoievski, Jorge Amado, Roald Dahl, Oscar Wilde, entre otros grandes escritores. Y lo más sorprendente viene luego, según lo cuenta el escritor francés:
… Ni uno solo, de esos treinta y cinco refractarios a la lectura, ha esperado a que el profe llegara al final de uno de sus libros para terminarlo antes que él. ¿Por qué dejar para la próxima semana un placer que podemos ofrecernos en una noche? (2001: 100).
En la siguiente entrada veremos cómo la postura de Felipe Munita va incluso un poco más allá de lo señalado por Daniel Pennac, y se sustenta en investigaciones y en evidencia empírica.
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1 La idea de leer a los estudiantes para despertar en ellos el gusto por la lectura la obtuvo Pennac, del poeta francés George Perros, cuando leyó la biografía que de él hacía Jean-Marie Gibal, quien cita «una frase de una estudiante de Rennes, donde Perros enseñaba»: «Él (Perros) llegaba la mañana del martes, desgreñado por el viento y por el frío en su moto azul y oxidada […]. Vaciaba sobre la mesa un morral de libros. Y esa era la vida» (2001: 77).
Pero la estudiante de Rennes comentó más detalles sobre su profesor, el poeta Perros, que considero de interés reproducir: «… Todas sus lecturas eran regalos. No nos pedía nada a cambio […]. Tenía una voz sonora y luminosa, un poco aterciopelada, que llenaba perfectamente el volumen de las clases [...], sin que jamás una palabra sonara más alta que otras […]. No había más luminosa explicación del texto que el sonido de su voz cuando anticipaba la intención del autor, revelaba una segunda intención, desvelaba una alusión…, imposibilitaba el contrasentido […]. La precisión de su voz nos introducía en un laboratorio, la lucidez de su dicción nos invitaba a una vivisección […]. Perros resucitaba los autores. Levántate y anda: de Apollinaire a Zola, de Brecht a Wilde, todos acudían a nuestra clase completamente vivos, como si salieran de chez Michou, el café de enfrente. Café donde a veces nos ofrecía una segunda parte […]. No sé cuántos de nosotros se hicieron profesores…, no muchos, sin duda, y tal vez sea una lástima, en el fondo, porque, como quien no quiere la cosa nos legó un gran deseo de transmitir…» (2001: 77-80).
Nota: La imagen, al inicio de esta entrada, se obtuvo de la siguiente dirección electrónica: https://goo.gl/yKgNn0


Bibliografía

CASA DE LA LITERATURA. «La mediación de lectura, hábito lector y enfoques regionales de lectura». Entrevista de Milagros Saldarriaga a Felipe Munita.  En Casa de la Literatura. Lima, 16 de noviembre del 2016. Consultado el 29 de diciembre del 2016 en https://goo.gl/NxsTqb
PENNAC, Daniel. Como una novela. Barcelona, España: Editorial Anagrama, 2001. Consultado el 29 de diciembre del 2016 en  https://goo.gl/1GLJkr
SOLÉ, Isabel. «El placer de leer». En Lectura y Vida. Revista Latinoamericana de Lectura. Año 16, N.° 3, septiembre de 1995. Consultado el 29 de diciembre del 2016 en  https://goo.gl/2NuLSq