miércoles, 29 de julio de 2020

JUAN SALVADOR GAVIOTA


BACH, Richard.
Buenos Aires: Javier Vergara Editor, 1977.

Solo un hombre que ama volar y está obsesionado con ese tema pudo escribir una historia como esta. Esa obsesión llevó al escritor estadounidense, Richard Bach, a graduarse con el título de mecánico de aviones y de estaciones generadoras de energía en la Universidad de California, lo que le permitió posteriormente convertirse en piloto de la fuerza aérea estadounidense. 

La respuesta de Bach a la pregunta: «¿Qué llamada sintió antes, la del vuelo o la de la escritura?» que le hace Carlos Fresneda en una entrevista para el diario El Mundo, de España, del 5 de octubre del 2009, permite entender que su novela Juan Salvador Gaviota tiene un delgado hilo autobiográfico soterrado:

… Las dos cosas son casi inseparables, aunque con volar soñaba desde niño… Me tumbaba en la hierba, me quedaba contemplando las nubes y me decía a mí mismo: “Ojalá pudiera vivir allí”. De una manera extraña he podido cumplir ese designio… Siempre he sentido una conexión muy especial con el cielo. No imagino cómo habría sido mi vida sin volar. En el fondo, me gustaría tener el cuerpo de una gaviota y la mente de un ser humano.

Y para tener una idea del éxito que tuvo su libro, recurrimos a estos datos de Fresneda: «fue rechazado 18 veces por los editores» y «acabó cuajando en un fenómeno literario mundial en los años setenta», con «más de 30 millones de ejemplares vendidos en treinta idiomas» (ver: https://tinyurl.com/yyeqmjm8).

La novela está dividida en tres partes. En la primera, Juan Salvador Gaviota descubre que es diferente a los demás. Para la mayoría de las gaviotas lo más importante era comer, pero él amaba volar y quería descubrir qué se podía y qué no se podía hacer en el aire. 

Intentó ser como las demás gaviotas a pedido de sus padres, quienes se desilusionaron de él viéndolo experimentar todo tipo de vuelos (p. 14), pero no pudo, y con la práctica continua aprendió a hacer «acrobacias aéreas» cada vez más sofisticadas (p. 27). 

 En Sesión de Consejo, fue expulsado de la Bandada por su «irresponsabilidad temeraria» (p. 34) y se le destinó a los Lejanos Acantilados, pero Juan Salvador Gaviota voló más allá de aquel lugar. Dos gaviotas resplandecientes acompañaron a Juan en su viaje, las cuales sabían las mismas acrobacias que él. 

Las destrezas conseguidas y desarrolladas por Juan no solo le sirven para huir de los peligros (es más veloz que cualquier gaviota), sino también para conseguir alimento con mayor facilidad y sin arriesgar la vida, y para prolongar su existencia. Esto último se observa en las siguientes líneas:

Lo que antes había esperado conseguir para toda la Bandada, lo obtuvo ahora para sí mismo, aprendió a volar y no se arrepintió del precio que había pagado. Juan Gaviota descubrió que el aburrimiento y el miedo y la ira son las razones por las que la vida de una gaviota es tan corta, y al desaparecer aquéllas de su pensamiento, tuvo por cierto una vida larga y buena (p. 36).  

Dos gaviotas se aparecieron entonces junto a sus alas y le dijeron que eran de su misma Bandada y habían venido a llevarlo más arriba. Eran muy hábiles para volar. También le dijeron que una etapa había terminado y «ya era hora de irse a casa» (pp. 46 y 47). 

La segunda parte empieza con Juan Salvador Gaviota llegando al Paraíso con un cuerpo resplandeciente. Las gaviotas que lo acompañaron desaparecieron (pp. 51 y 52). En aquel lugar, las gaviotas eran como él, todas querían alcanzar la perfección en el vuelo y se comunicaban por telepatía (reflejo del buen entendimiento). Juan practicaba diferentes formas de volar con su amigo Rafael (pp. 53-55). 

Chiang, la Gaviota Mayor, le explicó a Juan Salvador Gaviota que no estaban en el cielo y que «no hay tal lugar. El cielo no es un lugar ni un tiempo. El cielo consiste en ser perfecto» (p. 55). 

Juan le pidió a Chiang que le enseñara a volar a su velocidad y este aceptó y le pidió que se olvidara de la fe. Ambos se transportaron a un planeta verde y de doble sol. Rafael le había dicho que en mil años no había visto a otra gaviota así, sin miedo a aprender.

Chiang le ofrece a Juan enseñarle a volar en el tiempo (ir al pasado, al futuro) y le dijo que con ello estaría preparado para comprender el significado del amor y la bondad. Y llegó el día en que Chiang desapareció y se volvió tan resplandeciente que nadie lo pudo mirar. Sus últimas palabras fueron: «Juan […] sigue trabajando el amor» (p. 61). Rafael se despide de Juan porque quería regresar a la Tierra. 

Pedro Pablo Gaviota, bastante joven, fue también maltratado y expulsado de su Bandada y volaba hacia los Lejanos Acantilados (como lo hizo antes Juan).  Una voz en su cabeza le decía que la Bandada se hacía daño a sí misma al haberlo expulsado, y que un día se darían cuenta de ello y que debía perdonarles y «ayudarles a comprender» (p. 64). 

Esa voz procedía de «la gaviota más resplandeciente del mundo (leyendo las primeras líneas de la tercera parte nos enteraremos que esa voz era la de Juan Salvador Gaviota). Y la voz le preguntó si regresaría a su Bandada, en caso de que aprendiera a volar, para ayudarles a comprender. Pedro dijo que sí y lo voz le enseñó a volar (p. 65). 
 
En la tercera parte, Juan le enseñará a Pedro a volar. Era un alumno casi perfecto, «fuerte, y ligero, y rápido en el aire», con un «devastador deseo de aprender», y que se llenaba de ira y furia al fracasar (p. 75). Juan le advirtió que mientras se encabritara, no lograría volar mejor.

Al cabo de tres meses, Juan consiguió seis nuevos aprendices, todos exiliados (p. 76). Luego de un mes, Juan les propuso a los aprendices que regresasen a su bandada, contraviniendo la ley que prohibía el retorno de un exiliado y que no había sido violada «en diez mil años» (p. 77). 

En la mañana, «ocho de ellos en formación de doble diamante» llegaron a «la Playa del Consejo de la Bandada a doscientos cinco kilómetros por hora, Juan a la cabeza», «ocho mil ojos de gaviota les observaron» y algunos de los jóvenes se preguntaron «¿dónde aprendieron a volar así?» (pp. 77 y 78).

La mayor de las gaviotas pidió ignorarlos o se convertirían en exiliados también (p. 78). Juan organizó entonces sus sesiones de prácticas «encima de la Playa del Consejo, y, por primera vez, forzó a sus alumnos hasta el límite de sus habilidades» (p. 79).

Alrededor del círculo de alumnos que rodeaba a Juan se formó otro círculo, el de los curiosos. Un mes después, la primera gaviota de la bandada, Terrence Lowell Gaviota, pidió que se le enseñara a volar, era el octavo alumno de Juan (p. 82).

La siguiente noche, vino Esteban Lorenzo Gaviota «arrastrando su ala izquierda hasta desplomarse a los pies de Juan». Este le dio ánimos y Esteban pudo volar. Juan les decía a sus alumnos que «la libertad es la misma esencia de su ser» y que la «única ley verdadera es aquella que conduce a la libertad» (pp. 82 y 83).

Cuando Pedro explicaba «los principios del vuelo de alta velocidad a una clase de nuevos alumnos», por esquivar a un pajarito se estrelló contra una roca (p. 86). Pedro pensaba que había muerto, pero Juan le explicó «que el cuerpo de uno no es más que el pensamiento puro» y este empezó a moverse.

Una gaviota de la multitud dijo que lo resucitó el «Hijo de la Gran Gaviota», pero otra dijo que era el diablo y que había venido a aniquilar a la Bandada (p. 90). Y cuatro mil gaviotas se les abalanzaron «para destruir». Pero Juan y Pedro eran más veloces y volaron lejos del peligro (pp. 90 y 91).

Juan decidió que ya era el tiempo de partir en busca de nuevos alumnos y dejó solo a Pedro para que guiase a la Bandada. Pedro sintió temor, pero Juan le dijo que ya no lo necesitaba, y lo que sí requería era seguir encontrándose a sí mismo (p. 92). Y le pidió a Pedro que no lo endiosaran, que solo era una gaviota. 

Tiempo después, Pedro «se obligó a remontar el espacio y se enfrentó con un nuevo grupo de estudiantes, ansiosos de empezar su primera lección» y les dijo: 

—Para comenzar […], tenéis que comprender que una gaviota es una idea ilimitada de la libertad, una imagen de la Gran Gaviota, y todo vuestro cuerpo, de extremo a extremo del ala, no es más que vuestro propio pensamiento (p. 93).


Algo similar a lo que le dijo Juan a Pedro cuando empezó a enseñarle a volar, con lo que queda claro que se construye de esa forma un círculo virtuoso de enseñanza y aprendizaje continuos para aprender a volar y ser libres. 

Una historia interesante y muy didáctica acerca de la forma más oportuna de enfrentar la vida. Se parece mucho a El delfín, de Sergio Bambarén (ver mi reseña sobre esa otra novela: https://tinyurl.com/y4ctfljc), aunque hay también algunas diferencias. 

Bach es más hábil que Bambarén para jugar con las palabras, y busca crear un mundo gaviotesco, una especie de Comala palmípeda, aunque la referencia pueda resultar un tanto exagerada porque Bach, a diferencia de Rulfo, crea ese mundo de soslayo y en tanto es funcional al mensaje que quiere transmitir y no por otra razón.

Además, ese mundo gaviotesco no tienen un nombre ni es descrito geográficamente (como sí ocurre con Comala), sino apenas bosquejado con la creación de términos que la configuran difusamente como la «Playa del Consejo de la Bandada», el «Consejo de la Bandada», la «Ley de la Gran Gaviota», la «Gaviota de la Providencia», la «Gaviota Mayor», etc. Y, por supuesto, al no nombrar ese espacio, Bach evidencia que no tenía en ello la influencia de William Faulkner ni sus aspiraciones literarias, lo que sí ocurría con Rulfo. 

Richard Bach perfila mejor la dirección de su alegoría, es más diestro y profundo en ello que Bambarén. No se limita a una búsqueda (como ocurre con Daniel Alejandro Delfín que busca la «ola perfecta»), sino que su discurrir es un continuo aprendizaje, un afán por perfeccionar cada vez y cada día más sus destrezas de vuelo.

Lo más destacable de ese hecho, según mi parecer, es que el narrador presenta a Juan Salvador Gaviota como alguien especial que logra alcanzar un aura y un estatus casi divino, pero no porque nació así. El don lo tenía, pero debía desarrollarlo con esfuerzo y sacrificio, y lo consiguió por su deseo pertinaz de buscar perfeccionar cada vez más sus habilidades para el vuelo. 

Pedro Pablo Gaviota le seguirá los pasos y se dedicará como Juan a enseñar el vuelo y sus secretos. Esto es algo que no ocurre en la novela de Bambarén. Si bien el amigo de Daniel Alejandro Delfín le sigue los pasos y también busca conseguir sus sueños, ni este ni Daniel se dedicarán a enseñar a nadar o correr olas a los demás delfines. Lo único que hace Daniel, al regresar a su laguna, es incentivar a los suyos a perseguir sus sueños hasta alcanzarlos como lo hizo él.  

Juan Salvador Gaviota también tiene un sueño, aunque no se plantea así en esta novela. Juan quiere hacer lo que le gusta hacer, y ello es volar y hacerlo cada vez mejor. Al final descubre que, en ese intento, puede experimentar la libertad, lo cual le da la posibilidad de vivir mejor.

Y ello porque, como ya se dijo, las habilidades conseguidas con esfuerzo y dedicación no solo le sirven para huir de los peligros, sino para conseguir comida con mayor facilidad y sin arriesgar la vida, y vivir por más tiempo.

Este es un libro muy recomendable de leer sobre todo para los jóvenes lectores por la sencillez con que está escrito y el gran mensaje que encierra. La filóloga costarricense Magda Ma. Brenes Papayorgo hace un comentario halagüeño del libro que suscribo: 

La lectura de esta obra es una oportunidad para reflexionar y, sobre todo, aprender a encontrar placer en las cosas simples de la vida cotidiana y a seguir ese afán de aventura y esa búsqueda de libertad que son inherentes al ser humano (ver: https://tinyurl.com/y6e229a5).

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Nota: La foto del libro, al inicio de esta entrada, fue tomada por Marco Antonio Román Encinas.


Bibliografía

BRENES PAPAYORGO, Magda Ma. «Reseña crítica de Juan Salvador Gaviota». Revista Comunicación, año / vol. 11, N° 2, enero-junio del 2000. Consultado el 28 de julio del 2020 en https://tinyurl.com/y6e229a5
FRESNEDA, Carlos. «Richard Bach: ‘Volar y escribir son dos experiencias trascendentes». En Mundo, 5 de octubre del 2009. Consultado el 28 de julio del 2020 en https://tinyurl.com/yyeqmjm8
ROMÁN ENCINAS, Marco Antonio. «El delfín. La historia de un soñador». En blog El Arte de Leer, 29 de julio del 2012. Consultado el 28 de julio del 2020 en https://tinyurl.com/y4ctfljc