sábado, 29 de noviembre de 2014

CÓMO LEÍA MARIO VARGAS LLOSA


En su libro de memorias El pez en el agua, Mario Vargas Llosa cuenta algunos pormenores de su experiencia lectora mientras estudiaba en el Colegio Militar Leoncio Prado en los siguientes términos:
Aunque, ninguno de los apodos que yo tuve fue el de «loco». Me decían Bugs Bunny, El Conejo de la Suerte, o Flaco, pues lo era, y a veces poeta, porque escribía y, sobre todo, porque me pasaba el día, y a veces la noche, leyendo. Creo que nunca leí tanto y con tanta pasión como en esos años leonciopradinos. Leía en los recreos y a las horas de estudio, durante las clases disimulando el libro bajo los cuadernos y me escapaba del aula para ir a leer en la glorieta junto a la piscina, y leía en las noches, en mis turnos de imaginaria, sentado en el suelo de blancas losetas desportilladas, a la rala luz del baño de la cuadra. Y leía todos los sábados y domingos que me quedaba consignado, que fueron bastantes (1993: 75).
Un hecho resaltable de esa experiencia escolar narrada por el escritor peruano es el que a continuación relata:
El loco Cox, compañero de año, haciéndose el gracioso, me arrebató un día uno de los tomos de El vizconde de Bragelonne, que yo leía en el descampado frente a las cuadras. Echó a correr y empezó a pasar el libro a otros como una pelota de básquet. Esa fue una de las pocas veces que me trompeé en el colegio, lanzándome sobre él furibundo, como si en ello me fuera la vida. A Dumas, a los libros suyos que leí, debo muchas cosas que hice y fui después, que hago y que soy todavía… (1993: 75 y 76).
Llama la atención el hecho de que alguien se pelee por  recuperar un libro para poder seguir leyéndolo (aunque, eso sí, dejamos constancia de que este espacio virtual no está de acuerdo con ninguna forma de violencia) en un país como el nuestro que registra uno de los índices de lectura más bajos de América Latina (véase: http://goo.gl/CcdA9W).
Sin embargo, el autor de Los jefes no se limitaba a tan solo pasar los ojos sobre un escrito, también usaba el lápiz y tomaba apuntes cuando leía a un escritor que admiraba:
[Hablando de William Faulkner:] Fue el primer escritor que estudié con papel y lápiz a la mano, tomando notas para no extraviarme en sus laberintos genealógicos y mudas de tiempo y de puntos de vista, y, también, tratando de desentrañar los secretos de la barroca construcción que era cada una de sus historias, el serpentino lenguaje, la dislocación de la cronología, el misterio y la profundidad y las inquietantes ambigüedades y sutilezas psicológicas que esa forma daba a las historias. Aunque en esos años leí mucho a los novelistas norteamericanos —Erskine Caldwell, Steinbeck, Dos Passos, Hemingway, Waldo Frank—, fue leyendo Santuario, Mientras agonizo, ¡Absalón, Absalón!, Intruso en el polvo, Estos 13, Gambito de caballo, etcétera, que descubrí lo dúctil de la forma narrativa y las maravillas que podía conseguir en una ficción cuando se la usaba con la destreza del novelista norteamericano. Junto con Sartre, Faulkner fue el autor que más admiré en mis años sanmarquinos; él me hizo sentir la urgencia de aprender inglés para poder leer sus libros en su lengua original (1993: 173).    
Es esa pasión por la lectura que le hizo a Vargas Llosa iniciar su discurso en Estocolmo, al recibir el Premio Nobel de Literatura, con las siguientes palabras:
Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramis contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.
La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras (véase: http://goo.gl/SZRljD). 
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Nota: La caricatura de Mario Vargas Llosa, de Mechaín Doroteo, al inicio de esta entrada, fue tomada de la siguiente dirección electrónica: http://goo.gl/zqs0Dd


Bibliografía

VARGAS LLOSA, Mario. El pez en el agua. Lima: Editorial Seix Barral, 1993.
_____________________. «Elogio de la lectura y la ficción». Discurso pronunciado el 7 de diciembre de 2010, durante la entrega del Premio Nobel de Literatura en Estocolmo, Suecia. Nobelprize.org. Consultado el 15 de noviembre de 2014 en http://goo.gl/glVj3o