domingo, 30 de diciembre de 2018

PROMOVIENDO LA CULTURA


El Ministerio de Cultura (Mincu), creado el 21 de julio del 2010 mediante la Ley N° 29565, convocó este año 36 concursos para otorgar lo que ha decidido denominar los Estímulos Económicos para la Cultura 2018. 

Según fuentes de la misma institución, hubo más de 1500 participantes en todo el país que optaron por los premios que en conjunto suman más de 23 millones de soles, de los cuales 345 proyectos resultaron ganadores: «246 provenientes de Lima y 99 de distintas regiones» en tres grandes rubros:

1.      Proyectos audiovisuales y cinematográficos.

2.      Artes escénicas, visuales y música.

3.      El libro y el fomento de la lectura.

En el primer rubro, hubo 22 concursos, 161 ganadores y más de «20 millones de soles entregados»; en el segundo rubro, hubo 8 concursos, 68 ganadores y más de «2 millones de soles entregados»; y en el tercer rubro, hubo 6 concursos, 116 ganadores y más de «1 millón de soles entregados».

En el siguiente gráfico, se puede ver el porcentaje de los estímulos económicos destinados a cada rubro:
Como se puede observar, el mayor porcentaje de los estímulos económicos distribuidos se destinó al primer rubro (87%), mientras que el segundo y tercero representan juntos un porcentaje mucho menor (13%).

Es importante destacar al respecto algo que también lo ha enfatizado el Mincu: «los proyectos de arte, libro y lectura» han sido «financiados por primera vez dentro de este marco». 

Una sugerencia que me atrevería a hacer aquí es que el porcentaje de los estímulos económicos para la cultura en los siguientes años se defina, en lo posible, en función a los resultados obtenidos en cada rubro. Y un criterio a tomar en cuenta, además del económico, podría ser el impacto cultural que tengan los proyectos financiados. 

En el caso del libro y la lectura, rubro del que me interesa explayarme más en esta entrada, los seis concursos establecidos en esta área son los siguientes:

1.      Concurso para apoyar proyectos creativos de autoras y autores de libros de literatura infantil y juvenil.

2.      Concurso para la publicación de libros. 

3.      Concurso para la publicación de libros de autores peruanos en países de habla hispana.

4.      Concurso para la movilidad de autores, editores y mediadores.

5.      Concurso de proyectos de fomento de lectura y/o escritura, y difusión de libros.

6.      Concurso de proyectos de renovación o desarrollo de colecciones bibliográficas.

Los estímulos propuestos podrían haber sido auspiciados antes con la creación de Fondolibro y Cofidelibro a través de la Ley N° 28086, Ley de Democratización del Libro y Fomento de la Lectura, promulgada el 10 de octubre del 2003, pero, lastimosamente, como ya se informó en una entrada anterior, esas medidas establecidas por dicha ley no llegaron a implementarse (ver: https://goo.gl/fc9hjP).

 Felicitamos al Mincu por esta loable labor de promoción y estímulo a la cultura que, en el campo del libro y la lectura, representa un importante apoyo a los diferentes eslabones de la cadena del libro, entre ellos los autores; y ayudará con ello a ampliar el bagaje de nuestra bibliodiversidad.

Uno de los proyectos seleccionados en la categoría de literatura infantil fue el titulado La niña de los cuentos narrados en verso, libro de poesía infantil que es de mi autoría, y que el próximo año podrá hacerse realidad, por lo que aprovecho la ocasión también para agradecer al Mincu por el reconocimiento recibido*.

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* La ceremonia de reconocimiento a los ganadores se realizó el 11 de diciembre del presente año, en las instalaciones del Gran Teatro Nacional (uno de los más modernos del mundo, y que fue abierto al público el 12 de julio del 2012). 

Nota: La imagen, al inicio de esta entrada, fue tomada de la siguiente dirección electrónica:  https://goo.gl/6gEVSx


Bibliografía

INFOLIBROS PERÚ. «Conoce a los ganadores del Plan de Estímulos Económicos para el libro y el fomento a la lectura». Lima, Perú: Cámara Peruana del Libro, s/f. Consultado el 29 de diciembre del 2018 en https://goo.gl/fE6wJm
 
PERÚ 21. «Ministerio de Cultura presentó a los ganadores de los Estímulos Económicos para la Cultura 2018». Lima, Perú, 12 de diciembre del 2018. Consultado el 20 de diciembre del 2018 en https://goo.gl/vZGMHF
 
ROMAN ENCINAS, Marco Antonio. «Sobre la ley del libro del Perú». Blog El Arte de Leer. Lima, 27 de octubre del 2016. Consultado el 29 de diciembre del 2018 en https://goo.gl/fc9hjP

viernes, 30 de noviembre de 2018

GARCÍA MÁRQUEZ Y EL DICCIONARIO DE SU ABUELO


En El mundo de la ortografía, de Martín Quintana (2004), se cita un texto breve y cautivante de Gabriel García Márquez en donde relata una anécdota ocurrida con su abuelo y su diccionario.

Busqué en el libro del autor peruano la fuente de donde se tomó aquel fragmento de Gabo, pero no se hacía mención de ello en ninguna parte ni siquiera en la bibliografía (de la que se había prescindido, por cierto).

Por las características del texto citado, deducía que no correspondía a ninguna de las novelas ni cuentos del escritor colombiano. Como no quería quedarme con la duda, utilicé el buscador de Google y escribí en la caja las primeras seis palabras del texto en mención entrecomillándolas.

Y encontré lo que buscaba. En la plataforma de Página 12, de Argentina, se informaba que dicho texto formaba parte del prólogo de Clave. Diccionario de uso del español actual, de la editorial SM, aunque se omitía mencionar el año de publicación de aquel libro de consulta (véase: https://goo.gl/zd8t5F). 

Otra vez me puse a indagar en el buscador de Google, escribiendo el nombre completo del diccionario, e hice clic en la pestaña «imagen». Allí aparecen las portadas del libro en sus diferentes ediciones, pero a mí me interesaba llegar a la primera edición y esa no aparecía en las páginas que abría, o no se mencionaba ese dato, o se exhibían ediciones posteriores.

Así que me fui a la pestaña «todo», y el primer enlace me llevaba al diccionario Clave en línea, el cual era de acceso gratuito (véase: https://goo.gl/czLvgR), aunque con algunas restricciones que no tenían los que adquirían la edición impresa del diccionario del 2012, empleando un código que figura en su interior.

El segundo enlace me llevó al artículo «El español actual en el diccionario de uso Clave: registros y criterios para la recopilación de entradas, acepciones y ejemplos», de Ana Lourdes de Hériz Ramón (véase: https://goo.gl/Ko6cUU), en donde recién pude encontrar el dato que buscaba: la primera edición de Clave es del año 1996. 

Voy a reproducir la anécdota de Gabo con el diccionario de su abuelo:

Tenía cinco años cuando mi abuelo el coronel me llevó a conocer los animales de un circo que estaba de paso en Aracataca. El que más me llamó la atención fue una especie de caballo maltrecho y desolado con una expresión de madre espantosa. «Es un camello», me dijo el abuelo. Alguien que estaba cerca le salió al paso. «Perdón, coronel», le dijo. «Es un dromedario». Puedo imaginarme ahora cómo debió sentirse el abuelo de que alguien lo hubiera corregido en presencia del nieto, pero lo superó con una pregunta digna:

—¿Cuál es la diferencia?

—No la sé —le dijo el otro—, pero éste es un dromedario. 

El abuelo no era un hombre culto, ni pretendía serlo, pues a los catorce años se había escapado de la clase para irse a tirar tiros en una de las incontables guerras civiles del Caribe, y nunca volvió a la escuela. Pero toda su vida fue consciente de sus vacíos, y tenía una avidez de conocimientos inmediatos que compensaban de sobra sus defectos. 

Aquella tarde del circo volvió abatido a la casa y me llevó a su sobria oficina con un escritorio de cortina, un ventilador y un librero con un solo libro enorme. Lo consultó con una atención infantil, asimiló las informaciones y comparó los dibujos, y entonces supo él  y supe yo para siempre la diferencia entre un dromedario y un camello. Al final me puso el mamotreto en el regazo y me dijo: 

—Este libro no sólo lo sabe todo, sino que es el único que nunca se equivoca. 

Era el diccionario de la lengua, sabe Dios cuál y de cuándo, muy viejo y ya a punto de desencuadernarse. Tenía en el lomo un Atlas colosal, en cuyos hombros se asentaba la bóveda del universo. «Esto quiere decir —dijo mi abuelo— que los diccionarios tienen  que sostener el mundo». Yo no sabía leer ni escribir, pero podía imaginarme cuánta razón tenía el coronel si eran casi dos mil páginas grandes, abigarradas y con dibujos preciosos. En la iglesia me había asombrado el tamaño del misal, pero el diccionario era más grande. Fue como asomarme al mundo entero por primera vez.

—¿Cuántas palabras habrá? —pregunté.

—Todas —dijo el abuelo (2004: 10 y 11).

El prólogo de Gabo es más largo y es reproducido completo por Página 12 (véase: https://goo.gl/zd8t5F), pero no se hace en él ninguna valoración crítica directa y no generalizada al diccionario Clave, como pasaré a demostrarlo.

 Después de hablar de su abuelo y el diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE), el autor de Cien años de soledad refiere otra anécdota sobre los dibujos que hacía de niño (cuando aún no sabía leer ni escribir) acerca de todo aquello que lo impresionaba y de cómo el diccionario le despertó la curiosidad por las palabras.

Luego menciona Gabo que empleaba el diccionario de la lengua como un «juguete para toda la vida» y no como un «libro de estudio», y que aquello empezó con un rastreo del significado de la palabra «amarillo» en ese y otros libros de consulta como el Larousse, Vox, el Diccionario de autoridades, de 1726, y el compuesto por Sebastián de Covarrubias en 1611. 

Tales escrutinios lo llevaron a percatarse de que esos «diccionarios rupestres» intentaban atrapar una dimensión subjetiva en el significado de las palabras, y eso le da pie para mencionar una anécdota con el Che Guevara [sí, aquel argentino que fusilaba a sus víctimas en Cuba, durante la revolución, sin dar garantías procesales a nadie, según lo relata Fernando Díaz Villanueva en su libro Vida y mentira de Ernesto Che Guevara (2017, ver capítulo 4)], sobre la que no vale la pena explayarse. 

A continuación, menciona la admirable empresa de María Moliner (para Gabo una «mujer de fábula») de armar sola un diccionario de uso del español en las horas libres que le dejaba su empleo de bibliotecaria. Un diccionario que se asemeja al que el Nobel de Literatura está prologando. Y con esas líneas concluye el texto en mención. 

Y, efectivamente, Gabo no hace en todo el recuento que he mencionado ninguna valoración crítica al diccionario Clave porque seguramente no tuvo tiempo de revisarlo con detenimiento, aunque fue, eso sí, una oportunidad excepcional para que nos obsequiara con ese delicioso aperitivo que resultó su experiencia con el diccionario de su abuelo.

Ana Lourdes de Hériz Ramón sí hace una valoración del diccionario Clave, luego de revisar minuciosamente el «grupo de palabras que empiezan por a, como botón de muestra de todo el diccionario», en los siguientes términos: «… reconocemos grandes méritos a los diccionarios de uso actualmente en el mercado y a Clave concretamente» (véase: https://goo.gl/Ko6cUU).

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Nota: La caricatura de García Márquez, de Pancho Cajas, al inicio de esta entrada, se ha tomado de la siguiente dirección electrónica:  https://goo.gl/5pzjLt


Bibliografía

DE HÉRIZ RAMON, Ana Lourdes. «El español actual en el diccionario de uso Clave: registros y criterios para la recopilación de entradas, acepciones y ejemplos». Centro Virtual Cervantes. España, s/f. Consultado el 30 de noviembre del 2018 en https://goo.gl/Ko6cUU
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. «De qué hablamos cuando hablamos de hablar». Página 12. Argentina, s/f. Consultado el 30 de noviembre del 2018 en https://goo.gl/zd8t5F
QUINTANA, Martín. El mundo de la ortografía. Lima, Perú: MQ Ediciones, 2004.