domingo, 8 de marzo de 2015

SOBRE LA INTELIGIBILIDAD DE LOS CLÁSICOS II



No siempre la calidad de un poeta es debidamente valorada en su momento, a veces ocurre incluso que la labor del artista es ignorada, despreciada o soslayada deliberadamente de ser incluida en el círculo privilegiado de los escritores consagrados.

Mucho de eso le ocurrió a un poeta peruano provinciano, con el agravante de que hubo un sector de la población en la tierra que lo vio nacer que lo hostilizó injustamente a él y a su grupo, y hasta lo difamaron con calumnias que lo llevaron a ser encerrado en la cárcel por varios meses. Su nombre era César Vallejo.

Antenor Orrego, en su libro Mi encuentro con Vallejo, explica al respecto que tal hostilidad hacia el poeta y sus amigos podría deberse a «su espíritu independiente», que «no se sometía a las insólitas y consuetudinarias rutinas del ambiente» (1989: 54), aunque también menciona otras explicaciones posibles que pueden encontrarlas en la fuente referida, y que me inhibo de señalarlas para no alargar mucho esta entrada.

El filósofo peruano cuenta luego lo siguiente:

Lo cierto es que se acrecentó, por entonces, el número de detractores contra Vallejo y sus amigos. Pronto, desde el anonimato, el denuesto saltó a las columnas de los periódicos y hasta a los volantes y pasquines callejeros. El foco de incitación residía en el estudio de un abogado que, a la vez, era catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad, y que en su juventud había tenido algunas frustradas aspiraciones literarias. En torno a él se agruparon otras gentes de la «vieja guardia». El mencionado estudio fue bautizado graciosamente por el travieso donaire de los estudiantes con el mote de «El Mentidero Público» (1989: 54).

Lo referido viene a propósito del motivo de esta entrada: la incomprensión de los clásicos. Y Vallejo es un clásico no solo de la literatura peruana, sino también de la universal. La inadecuada digestión de la obra poética de Vallejo llegó con Clemente Palma (el hijo del ilustre tradicionista peruano Ricardo Palma) a extremos que lindaban en su apreciación con el insulto y el ataque más despiadado y cruel.

La escena no pudo ser mejor descrita por Orrego, de allí que me limite a reproducirla en esta ocasión advirtiendo, eso sí, que la crítica de Clemente Palma a Vallejo es un buen ejemplo de cómo no se debe escribir la apreciación de una obra.

El uso de un lenguaje agresivo y violento es considerado hoy en día como innecesario, inapropiado, estéril e incluso nocivo, ya que no encaja con el ideal al que aspira toda crítica constructiva. Incluso refleja inmadurez intelectual de parte del emisor.

Hecha esta necesaria aclaración, pasemos ahora a ver la anécdota narrada por Orrego:

 Con el objeto de reforzar su campaña de dicterios contra la poesía de Vallejo, uno de los miembros conspicuos de «El Mentidero» tomó unos versos publicados en La Reforma y los envió a la revista Variedades de Lima firmados con las tres iniciales C.A.V., que correspondían a los dos nombres y apellidos del poeta. No se dejó esperar mucho la nota de Clemente Palma en la papelera de desechos que era la sección denominada «Correo Franco». Se produjo lo que buscaban sus detractores: una estólida chocarrería, habitual en el «gracejo» criollo y plebeyo de Palma. Vale la pena insertar íntegramente este peregrino documento como testimonio del nivel mental que campeaba entonces en cierto sector de la intelectualidad limeña. Huelga advertir que, por esa época, el director de Variedades fungía de Pontífice Infalible en los menesteres de la crítica literaria. Hacía y deshacía reputaciones, como se dice, de un plumazo.

El documento decía así:

Señor C.A.V. —Trujillo—. También es usted de los que vienen con la tonada de que aquí estimulamos a todos los que tocan de afición la gaita lírica, o sea a los jóvenes a quienes les da el naipe por escribir tonterías poéticas más o menos desafinadas o cursis. Y la tal tonada le da margen para no poner en duda que hemos de publicar su adefesio. Nos remite usted un soneto titulado El poeta a su amada, que en verdad lo acredita a usted para el acordeón o la ocarina más que para la poesía.

Amada: en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mis besos.
Amada: y tú me has dicho que Jesús ha llorado
y que hay un viernes santo más dulce que mis besos.

 ¿qué diablos llama usted los maderos curvados de sus besos? ¿Cómo hay que entender eso de la crucifixión? ¿Qué tiene que hacer Jesús con esas burradas más o menos infectas?

… Hasta el momento de largar al canasto su mamarracho, no tenemos de usted otra idea sino la de deshonra de la colectividad trujillana, y de que si se descubriera su nombre el vecindario le echaría lazo y lo amarraría en calidad de durmiente en la línea del ferrocarril de Malabrigo (1989: 56 y 57).

El comentario de Orrego acerca de la apreciación negativa que hace Clemente Palma sobre la poesía de Vallejo es lapidario y me exime de cualquier añadido:

Las palabras de Palma se esgrimieron como bandera de victoria por los detractores del poeta. Se las comentó en todas las formas. Se las reprodujo en volantes… Los versos de Vallejo quedaban, según ellos, liquidados definitivamente como poesía. ¡Qué lejos estuvo Palma de pensar que las únicas palabras de «Correo Franco» que iban a pasar a la posteridad, venciendo su anónimo y natural destino, casi con el rango de inmortales, eran precisamente éstas, bajo la égida del poeta, con las que le había descalificado y ultrajado. ¡Ironías inesperadas y afiladas de sarcasmo que improvisa, a veces, el hado arbitrario y travieso de la vida!... (1989: 57).

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Nota: La caricatura de Carlín sobre Vallejo, al inicio de esta entrada, se obtuvo de la siguiente dirección electrónica: http://goo.gl/xkqxfr



Bibliografía


ORREGO, Antenor. Mi encuentro con César Vallejo. Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1989