IV Concurso Literario de Hiperbreves Movistar
Telefónica Movistar
España: Bubok Publishing S. L., 2010.
Antes de pasar revista al texto en mención, ofreceremos
algunas líneas que ayuden a perfilar el contexto cultural en el que se ubica, y
que contribuyan a darle un mejor sentido además.
Según Pedro de Miguel en su artículo «El microrrelato: ese
arte pigmeo», publicado en el diario El
Mundo, de España, esta forma de creación en miniatura es un «fenómeno en
absoluto nuevo en la literatura, que sin embargo parece ponerse de moda en el
último medio siglo, de la mano de insignes cultivadores de la ficción
hispanoamericana como Borges, Cortázar, García Márquez, Arreola, Denevi y
Monterroso» (ver: http://www.elmundo.es/elmundolibro/microrrelatos/).
No es casual que sea precisamente en estos tiempos en que
seamos testigos del auge de esta forma de narrativa breve. Así lo explica la
escritora Clara Obligado, en una nota publicada por María Pérez en El Mundo: «El microrrelato es el hijo de
Internet (…). La imprenta de Gutenberg produjo la novela, y la red ha producido
el hiperbreve. El microrrelato está en los blogs, las creaciones se cuelgan al
mismo tiempo que se elaboran» o se transmiten por SMS (ver: http://www.elmundo.es/elmundo/2009/11/10/cultura/1257871044.html).
Este libro, pues, hijo legítimo de su época, reúne microrrelatos
de no más de 157 caracteres cada uno. Fueron los sesenta mejores que
participaron en el IV Concurso Literario de Hiperbreves Movistar (así por lo
menos lo anuncia la editorial Bubok en el paratexto [p. 12]. Después se verá
por qué hago esta observación aparentemente innecesaria), nombre que también
sirve de título al libro. A diferencia de esta edición, las tres anteriores (de
los concursos que les antecedieron) no disponen de una versión en PDF colgada
en Internet (hasta donde llegaron mis pesquisas navegando en la Red), y eso sí
que es de lamentar.
El libro se divide en tres partes: la primera lleva por
título «Los organizadores» y está compuesta, a su vez, de tres textos a cargo
del director de relaciones corporativas de Telefónica España, Eusebio Bautista
Revilla; del secretario general de la Fundéu BBVA, Francisco Muñoz Guerrero; y
del representante de la editorial Bubok, Ángel María Herrera. La segunda se
titula «El jurado» y está a cargo del presidente del jurado, Lorenzo Silva; del
segundo miembro del jurado, Magí Camps; del tercer miembro del jurado, Patricio
Pron; y de la secretaria del jurado, Norma Dragoevich. Son siete textos los
anteriormente mencionados que ocupan cerca de la tercera parte del libro
(llegan hasta la p. 24) en los que se discurre sobre el concurso, los
microrrelatos y la edición.
A la tercera se la ha denominado «Los hiperbreves» y en
ella aparecen: la ganadora (Gloria Rivas Muriel), los finalistas (Isidro Catela
Marcos, Antonio Martínez Polo, Ariel Rivadeneira y Berna Wang) y los
preseleccionados (53 microrrelatos). Si hacemos las sumas respectivas
encontraremos que al texto se le perdieron dos microrrelatos, porque uno más
cuatro, más 53 da 58 y no sesenta (invito a quien quiera corroborar lo que digo
a revisar el archivo en PDF del libro en mención: http://www.bubok.es/libros/172974/IV-Concurso-literario-de-hiperbreves-movistar).
Un descuido nimio (que habrá apenado seguramente a los excluidos por un error
azaroso más que voluntario) frente al gran acierto de incluir a tantos autores
y tan variados microrrelatos.
El texto no contiene ninguna reseña biográfica de los
autores, y, según mi opinión, por lo menos debió figurar la de la ganadora para
seguirle el rastro. Tal vez en esto confiaban en que ahora Internet puede
ahorrar ese trámite (y no se equivocaron. Tiene un blog en la siguiente
dirección electrónica: http://grivasmuriel.blogspot.com/,
en donde no consigna información sobre ella, pero se sabe que es profesora de
Literatura Española, reside en Valladolid, ha ganado otros premios y
actualmente tiene más de cincuenta años [ver: http://nalocos.blogspot.com/2009/12/otro-premio-de-microrrelatos.html]).
Quienes se han tomado el trabajo de escribir un texto
hiperbreve coincidirán conmigo en que es difícil desarrollar una historia en
tan corto espacio, ello requiere de un gran esfuerzo de síntesis y capacidad de
concreción. Pero esta cualidad de lo conciso es una imposición de la era
digital (impregnada, a su vez, de las ideas posmodernistas relacionadas con la
fragmentación), ante la saturación de información y la falta de tiempo para
dedicarse a leer con comodidad libros que superen las 300 páginas (y que a
pesar de ello se siguen editando).
Al
respecto, Monterroso se refiere a la brevedad como una muestra de consideración
hacia el lector, en una entrevista que le hace Mempo Giardinelli en el diario El País, de España: «La brevedad no es
un término de la retórica, sino de la buena educación. Uno no debe ocupar mucho
la atención de la gente ni recargar su memoria con detalles inútiles» (ver: http://elpais.com/diario/2000/06/01/cultura/959810404_850215.html).
Conocida
también es la afición del escritor español Baltasar Gracián por lo breve
enunciada en una de sus máximas más famosas: «Lo bueno, si breve, dos veces
bueno» (citado también por Magí Camps [p. 21]).
Se requiere además saber emplear bien el idioma para este
quehacer, porque en muchas ocasiones habrá la necesidad de reducir una oración
de diez palabras, por ejemplo, a una de cinco para cumplir con los requisitos
de extensión, sin que el conjunto pierda sentido ni corrección gramatical.
Pasemos a ver ahora el libro en sí. De todos los
microrrelatos, hubo seis que me gustaron más allá de la posición en que hayan
quedado. Ninguno de ellos tiene un título (de los 58 microtextos que componen
la edición, solo seis de ellos lo llevan). Los voy a mencionar por orden de
aparición, y como son breves y el espacio lo permite, los voy a transcribir
completos. El primero de ellos es el de Jaime Engelmo: «Jaime levantó la vista
y vio una mujer frente a él que escribía un mini relato (sic) de un hombre que
leía frente a una escritora un relato corto» (p. 49). El microrrelato, como
podrán ver, se muerde la cola, es decir, es autorreferencial y eso es lo
interesante e ingenioso de este hiperbreve.
El segundo es el de José Ignacio Méndez: «Caemos en
picado. Solo hay mar. Te quise» (p. 67). ¿No es gracioso, acaso? Por qué tuvo
que esperar hasta estar al borde de la muerte para recién confesarle su
sentimiento a ¿él?, ¿ella? ¿Cómo saberlo?, el texto no da pistas sobre el
género del protagonista. Y lo trágico de esta historia es que esa confesión
tardía ya no servirá de mucho (o de nada, según el grado de alejamiento del protagonista
de los parámetros establecidos por el amor platónico), porque si ¿él? o ¿ella?
dice que sí, no tendrán tiempo de disfrutar de su amor. Fíjense en esa proeza
de concreción: todo lo que puede contener un microtexto.
El tercero, de Elisa Molnar, es un ejercicio verbal de sarcasmo
concentrado: «No encontraba su cabeza. Al ver el carísimo sombrero, tuvo la
certeza de haberla perdido en esa exclusiva tienda donde agotó el saldo de su
tarjeta» (p. 69). Es un dardo filoso que apunta a la cabeza de los
derrochadores, de aquellos que viven al margen de todo lo que signifique
ahorro. En este caso, la protagonista es una mujer, que es precisamente el
género que más se deja llevar por esas frivolidades. Ojalá esta historia ayude
a disuadir a muchas mujeres de dilapidar un dinero que muchas veces no es
ganado con el sudor de su frente, sino con el de su pareja o familia.
El cuarto es de Salvador Robles Miras: «Aunque no sabía
escribir ni leer, pasó a la historia de la Literatura convertida en la
protagonista de un famoso microrrelato, ella, la mujer analfabeta» (p. 79). Una
historia que nos enseña que para ingresar a la historia de la literatura no hay
límite imposible de ser transgredido. Una analfabeta lo pudo hacer por el
camino menos esperado por los letrados (me incluyo): la historia misma de una
narración. Esto significa tener inventiva.
El quinto es el de Ignacio San Per: «¡Basta una sola pluma
para que pueda echar a volar!, me confesó una vez la imaginación» (p. 84). Esta
minihistoria me suscita la siguiente pregunta (y esa cualidad de despertar la
facultad cuestionadora del lector es otro de los atributos de los buenos microrrelatos):
¿y qué pasaría con la imaginación si no hubieran plumas? A mí se me ocurre una
respuesta: las inventaría.
El sexto es el de José María Súnico: «No pude. No supe. No
quise. Me perdí. Vagué. Me conocí. Soñé. Recordé. Busqué. Insistí. ¡Te
encontré! Quisimos. Supimos. Pudimos. Somos» (p. 88). Una narración hiperbreve construida con oraciones cortas
(algunas de una sola palabra: nueve en total) que en ningún caso superan las
dos palabras. Los cinco primeros vocablos del microrrelato, expresados en forma
negativa, se repiten en forma afirmativa al final del texto, pero pluralizados,
lo que le da al cuento una forma circular y que remata en un verbo también en
plural que apela a una identidad en común: “somos”. Ello lo hace semejante al
primero que citamos. Sorprende cómo el autor hace posible construir una
historia con una sintaxis recortada y encorsetada.
Definitivamente, un libro recomendable de ser leído, por
varias razones, pero solo voy a mencionar tres para no alargar demasiado esta
reseña: primero, porque permite disfrutar del ingenio y creatividad de un grupo
variado de estilos de escritura; segundo, porque se trata de un libro de fácil
lectura que no toma más de una hora en ser devorado a pesar de tener 96 páginas;
y tercero, porque hay ingredientes de humor en algunos de los microrrelatos que
le añaden un atractivo adicional al texto para disfrutar de su consumo.
Bibliografía
DE MIGUEL, Pedro. «El
microrrelato: ese arte pigmeo». En El
Mundo, de España. Publicado s/f. Consulta: 21 de abril del 2011. <http://www.elmundo.es/elmundolibro/microrrelatos/>
GIARDINELLI,
Mempo. «La brevedad no es un término de la retórica, sino de la buena educación».
En El País, de España. Publicado el
01.06.2000. Consulta: 21 de abril del 2011. <http://elpais.com/diario/2000/06/01/cultura/959810404_850215.html>
PÉREZ, María. «Los
mejores microrrelatos de hoy, en una antología». En El Mundo, de España. Publicado el 12.11.2009. Consulta: 21 de abril
del 2011. <http://www.elmundo.es/elmundo/2009/11/10/cultura/1257871044.html>
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