jueves, 23 de enero de 2014

ALGUNAS RECOMENDACIONES PARA QUE LOS MÁS PEQUEÑOS LEAN


En el libro Inteligencias múltiples: cómo estimularlas y desarrollarlas, de Celso Antunes, se explica la importancia del uso de la fonética en los más pequeños cuando se les va a enseñar a leer:

... un grupo de científicos del Centro de Aprendizaje y de la Atención de la Universidad de Yale (Estados Unidos) identificó las zonas que el cerebro utiliza en la lectura, observando el flujo de sangre que llega a las neuronas cuando captan señales sonoras y reconocen la palabra: «Las células se encienden como luces del flipper», declara la Dra. Sally Shaywitz. Esos estudios que, en cierto modo, confirman otros desarrollados en Bethesda, Maryland, revelan que los niños necesitan escuchar los sonidos de la lengua y las relaciones entre éstos (sic) y las letras que los simbolizan —la Fonética— para aprender a leer. Esa competencia puede ser innata en algunos niños, pero en la mayoría necesita ser enseñada. Descubrimientos como este traducen un consejo muy interesante para los alfabetizadores: No despreciar el uso de la Fonética, sustituyéndolo por programas de alfabetización global que prometen enseñar a los niños a leer sumergiéndolos directamente en la lectura». (2005: 39 y 40).

Antunes señala también algo que puede ser útil tanto a los profesores como a los padres de familia:

Millones de niños leen mal o no comprenden plenamente lo que leen porque la Fonética fue despreciada por algunos programas de alfabetización. De ese modo, la alfabetización fonética representa el centro estructural de la inteligencia lingüística (o verbal), indiscutiblemente la de más prestigio en nuestra cultura. (2005: 40).

El pedagogo brasileño ofrece más adelante algunas recomendaciones para estimular la inteligencia verbal en los niños, a fin de que esta propicie un adecuado desarrollo de sus competencias lectoras:

El estímulo de la inteligencia verbal es notorio en ambientes que hacen gran uso de las palabras y que se relacionan con múltiples conversaciones. Un niño que crece en una casa o en una guardería muy silenciosa, probablemente tendrá limitaciones de expresión verbal mucho más evidentes que los niños que se desarrollan en hogares con muchos hijos y que por tanto están en contacto con estimulantes ocasiones «parlantes». De esta observación se concluye que un modo de estimular al niño consiste en hablar bastante con él, pero no como quien presenta un recetario de actitudes deseables sino como quien se convierte en un interlocutor para recoger sus impresiones, estimulando con la escucha atenta la expresión de sus opiniones. Incluso cuando éstas se distancian de lo real e invaden el ámbito de la espacialidad, es esencial que el niño opine, cante, invente y, sobre todo, disponga de oyentes estimulantes, dispuestos a «arrancarle» declaraciones. Un experimento simple, pero de resultados expresivos, consiste en pedir al niño de seis a siete años que describa a alguien ausente cómo está colocada la mesa, cómo se puso un jarrón de flores, de qué forma se distribuyeron los cuadros por la pared. Esa tarea se completa cuando la persona que oye esas descripciones intenta cotejar las imágenes recibidas con las reales. (2005: 42).

El autor también recomienda que el niño escriba:

... es igualmente importante que el niño escriba. Además, nunca es demasiado pronto para que se habitúe a la compañía de un diario, en el que relate sus observaciones, sus impresiones y sus puntos de vista. Un «concurso» entre los diarios mejor redactados por los alumnos del segundo ciclo demostró ser un estimulante principio de inmersión de los alumnos en el descubrimiento del sentido de las palabras y, sobre todo, en la diferenciación entre palabras que parecían expresar la misma idea. (2005: 42).

Por último, Antunes refiere otro experimento científico que avala sus asertos:

El investigador Peter W. Jusczyc, de la Universidad John Hopkins, concluyó de sus experiencias que niños muy pequeños escuchan e incluso «graban» palabras, aprendiendo sus ritmos y sonidos. Durante diez días, bebés de ocho meses estuvieron oyendo relatos infantiles; quince días después fueron colocados entre dos altavoces que emitían palabras existentes o no en los relatos que habían escuchado. Jusczyc notó que los bebés prestaban más atención a las palabras que ya habían escuchado en los relatos que a las que desconocían, al contrario de un grupo de bebés que no habían escuchado los relatos y, por tanto, no mostraban mayor interés por una u otra palabra. Los resultados indican que, a partir de los ocho meses, los niños comienzan a grabar en la memoria palabras que surgen con frecuencia en el lenguaje, y que esas palabras son fundamentales para el aprendizaje del habla. Los investigadores sugieren que contar relatos a niños, desde la primera infancia, constituye una práctica excelente para que puedan ampliar sus inteligencias lingüísticas. (2005: 43).

Y si no conoces un cuento de memoria o no lo recuerdas (lo que resulta difícil que ocurra, pero puede suceder), busca un libro adecuado a su edad para leérselo. La lectura, o relectura, de un libro que sea del agrado del niño se puede convertir también en una oportunidad para entablar un diálogo, como lo veremos en la siguiente transcripción que hizo, como «parte de su trabajo de graduada en la Universidad de Indiana», «Marcia Baghban, la autora de Nuestra hija aprende a leer y escribir», del «tipo de lectura que estaba haciendo Gita [su hija] a los dos años»:

MAMÁ: ¿Qué pasa con tu libro acerca de Winnie-the-Pooh? ¿Piensas que puedes leerlo tú solita?
GITA: No, mami. Tú. Tú.
MAMÁ: Está bien. Probemos con este libro. ¿De quién habla este libro?
GITA: Winnie Pooh.
MAMÁ: Correcto. (Lee) Winnie-the-Pooh vive en una casa en el bosque. Aquí está el Oso Pooh…
GITA: Oso Pooh.
MAMÁ: … con su amigo Cristóbal Petirrojo. Están leyendo un cuento divertido.
GITA: Cuento.
MAMÁ: Um hum. (Leyendo) El tímido marranito le tiene miedo a su propia sombra. No hay nada que le guste más a Pooh que comer miel con el marranito. (A Gita) ¿Dónde está la miel?
GITA: (Señala el tarro de la miel) Miel.
MAMÁ: ¿Quién es éste?
GITA: Tigre.
MAMÁ: Correcto. (Leyendo) Tigre es el amigo fanfarrón de Pooh. Y lechuza es el amigo sabio de Pooh. Le explica las cosas a Pooh.
GITA: I-or. I-or.
MAMÁ: Correcto. (Leyendo) Aior es un amigo triste. (A Gita) Es un burro, ¿ves?
GITA: Burro.
MAMÁ: (Leyendo) Ahora Aior es feliz. Está contento al ver a Winnie-the-Pooh. Winnie-the-Pooh está feliz al ver a Aior.
GITA: Winnie Pooh feliz. Susie feliz. Lassie feliz. Mami feliz. Baba feliz. (Kropp 2002: 83 y 84).

Sobre esta tierna escena, Kropp señalará:

Al observar cuidadosamente esta conversación, puede ver cómo el libro favorito provoca todo el diálogo. Gita está respondiendo a un cuento y a personajes que ya conoce. A veces está prediciendo la siguiente ilustración o sección del libro. A veces repite las palabras de su madre. A veces está usando el modelo del relato para comprender su propio mundo y expresar su propia experiencia. (2002: 84).

Y sobre la lectura misma, Kropp hará el siguiente oportuno comentario:

Es nuestro interés y atención lo que hace que la lectura sea una experiencia tan maravillosa para los niños pequeños. Si usted cuenta las palabras en la lectura de Marcia Baghban a su hija, descubrirá que sólo la mitad de lo que se dice es verdadera lectura. La otra mitad es explicación, preguntas, identificación y exploración. Estas no son simplemente actividades que van junto con la lectura, son parte de la lectura. Si usted emplea demasiado tiempo en el texto e ignora el resto, entonces el proceso de leer será árido y sin vida. La hora de la lectura siempre debe estar llena de conversación y juego, aunque esto tenga poca conexión evidente con el relato. (2002: 85).

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Nota: La imagen que aparece en la parte superior de esta entrada se obtuvo en la siguiente dirección electrónica: http://learn-how-to-be-happy.com/wp-content/uploads/2011/10/winnie_the_pooh-04.jpg



Bibliografía

ANTUNES, Celso. Inteligencias múltiples: como estimularlas y desarrollarlas. Lima: Orbis Ventures, 2005.

KROPP, Paul. Cómo fomentar la lectura en los niños. México: Selector, 2002.

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