martes, 27 de enero de 2015

SOBRE LA INTELIGIBILIDAD DE LOS CLÁSICOS I


Los grandes clásicos de la literatura traen consigo, con frecuencia, los inconvenientes de su adecuada comprensión. El caso que pasaremos a contar resulta emblemático sobre lo antedicho.  

En La orgía perpetua. Flaubert y «Madame Bovary», Mario Vargas Llosa escribe sobre cómo Gustave Flaubert fue incomprendido y atacado por la crítica de su tiempo, corriente a la que muy pocos dejaron de plegarse. La siguiente generación lo reivindicó, pero «luego la literatura francesa menospreció a Flaubert», y esto duró «hasta la década del cincuenta» (1975: 48).

Pero hay más:

Los existencialistas —nos refiere Vargas Llosa—, convencidos de que la literatura es una forma de acción y de que el escritor debe participar con todas sus armas, empezando por la pluma, en el combate de su tiempo, difícilmente podían tolerar su fanatismo de la forma, su aislamiento desdeñoso, su artepurismo, su desprecio de la política. Olvidando que lo esencial de Flaubert es la obra y no sus humores y opiniones personales, extendieron hacia las novelas el desagrado que les producía ese ermitaño de Croisset que batallaba contra las palabras mientras se venía el mundo abajo. Esta actitud encuentra su expresión más airada en las frases contra Flaubert de Sartre, en [su ensayo] Situations, II… (ibid.).

Y a este último punto es al que quería llegar: «En la década del sesenta, la valoración de Flaubert en Francia cambió radicalmente; el menosprecio y olvido se convirtieron en rescate, elogio, moda» (ibid.). Sartre, detractor del novelista francés, cambiaría, a su vez,  su postura. Él comenzó a «hacer algo que puede considerarse una laboriosa y monumental autocrítica» (1975: 53).

En esto «había un considerable giro, un tránsito del desprecio hacia el respeto, una voluntad de comprensión muy distinta del úkase inicial. Ese proceso ha culminado en los tres volúmenes de L’Idiot de la famille [El idiota de la familia]» (1975: 54). Un estudio sobre Flaubert que «congeniando a Marx, Freud y el existencialismo atendiera totalizadoramente a los aspectos sociales e individuales de la creación» (1975: 53 y 54).

El proyecto del filósofo francés, sin embargo, quedará inconcluso, pues este

… de pronto descubre que el trabajo emprendido ha tomado tales proporciones que ya no tendrá tiempo —ni, sin duda, ganas— de llevar a término la empresa. El resultado es un bebé monstruo…, un producto frustrado y genial. Eso se llama, desde luego, caer con todos los honores, ser derrotado por exceso de audacia: sólo ruedan hondo los que han trepado alto (1975: 58).

Como explica Vargas Llosa, algo similar le pasó al mismo Flaubert con su novela Bouvard et Pécuchet, por eso infiere:

La idea de representar en una novela la totalidad de lo humano […] era una utopía semejante a la de atrapar en un ensayo la totalidad de una vida, explicar a un hombre reconstruyendo todas las fuentes […] de su historia, todos los afluentes de su personalidad visible y secreta. En los dos casos el autor intentaba desenredar una madeja que tiene principio, no fin (1975: 59).

El escritor peruano se muestra, no obstante, comprensivo y acertado cuando dice:

Pero es evidente que en ambos casos en el defecto está el mérito, que la derrota constituye una suerte de victoria, que en ambos casos la comprobación del fracaso sólo cabe a partir del reconocimiento de la grandeza que explica y que hizo inevitable ese fracaso (ibid.).

El cambio que experimentó la apreciación de Sartre sobre Flaubert se puede sintetizar en esta frase:

El más irreductible de sus críticos, el enemigo más resuelto de lo que representó Flaubert como actitud ante la historia y el arte, dedica veinte años de su vida y tres millares de páginas a estudiar su “caso” y reconoce que el hombre de Croisset fundó, junto con Baudelaire, la sensibilidad moderna (1975: 54).

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Nota: La imagen, al inicio de esta entrada, se obtuvo de la siguiente dirección electrónica: http://goo.gl/6NS1iS



Bibliografía

VARGAS LLOSA, Mario. La orgía perpetua. Flaubert y «Madame Bovary». Barcelona, Editorial Seix Barral, 1975.

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