viernes, 15 de junio de 2012

POR QUÉ LEER BIOGRAFÍAS



Las historias personales de las mentes más brillantes de la humanidad trazan el más fiel retrato de la perseverancia y la fuerza de voluntad inquebrantables ante la adversidad.
Esos hombres excepcionales llegaron a serlo porque creyeron en ellos mismos y no se amilanaron ante los obstáculos que se les presentaron en el camino. Su vida no estuvo exenta de inconvenientes o fracasos, pero aprendieron a sobrellevarlos. Siempre encontraron una forma de hacer frente a las dificultades, y si en el trayecto caían en un agujero una y otra vez, una y otra vez se levantaban y volvían a emprender su camino.

Sabemos lo importante que resulta en la ciencia conocer otras lenguas para mantenerse informado de los avances que se logran en una disciplina en las diversas regiones del mundo.  Cuenta Charles Darwin, en su Autobiografía, lo siguiente: “Durante toda mi vida he sido singularmente incapaz de dominar ningún idioma” (1993: 11); sin embargo, esa limitación no le impidió al naturalista inglés convertirse en el padre del evolucionismo.
Uno de los métodos que empleó para conseguirlo es explicado en el impreso ya citado: «Todo lo que pensaba o leía se refería directamente a lo que había visto o pudiera ver, y este hábito mental se continuó a lo largo de los cinco años del viaje [a bordo del Beagle, a través de las costas de América del Sur y del Pacífico]. Estoy seguro de que este ejercicio es lo me ha permitido hacer todo lo que haya hecho en ciencia» (1993: 44).
Ese esfuerzo de introspección que se desarrolla a lo largo de todo el libro lleva a Darwin a escribir más adelante: «mi éxito como hombre de ciencia, cualquiera que sea la altura que haya alcanzado, ha sido determinado, en la medida que puedo juzgar, por complejas y diversas cualidades y condiciones mentales. De ellas, las más importantes han sido: —la pasión por la ciencia —paciencia ilimitada para reflexionar largamente sobre cualquier tema —laboriosidad en la observación y recolección de datos —y una mediana dosis de inventiva así como de sentido común». Y las palabras con las que finaliza el párrafo transcrito revelan la humildad del científico: «Con unas facultades tan ordinarias como las que poseo, es verdaderamente sorprendente que haya influenciado en grado considerable las creencias de los científicos respecto a algunos puntos importantes» (1993: 93).

Walter Lennig, en su libro E. A. Poe, revela que el escritor norteamericano Edgar Allan Poe era consciente del proceso de descomposición  mental que padecía. Y si bien no logró superar su situación, que lo llevaba muchas  veces  a sumergirse en estados de depresión y recurrir al opio y al alcohol (que lo llevó finalmente a la muerte),  buscó una tabla de salvación en la prosa, la empleó como terapia y le permitió vivir más tiempo del que le estaba, seguramente, destinado por su enfermedad.
Él ya había escrito unos libros de poesía, pero se valió de la introducción del elemento racional y analítico en cuentos y ensayos para lograr sobreponerse a su mal. Y este afán lo condujo incluso a la innovación: «He aquí de nuevo la palabra que se puede considerar clave en Poe: ¡pensar! Nunca habían estado presentes en la literatura esas observaciones agudas, precisas y analíticas, que contraponen sus claves combinatorias a situaciones peligrosas e incluso mortales». (1985: 110).
Este recurso le permitió más que superar, sobrellevar su infierno: «Joseph Wood Krutch, que publicó en 1926 un estudio exhaustivo, aunque también enormemente especulativo sobre Poe (E. A. Poe, A Study in Genius), lo ha expresado con gran claridad: “Poe inventó las historias detectivescas para no volverse loco”. Es indudable que Poe llevó a cabo una lucha tenaz y encarnizada con las fuerzas oscuras que le amenazaban constantemente, lucha de la que nadie durante su vida intuyó nada. El desgraciado escritor se conocía a sí mismo mucho más exactamente de lo que casi nadie en su tiempo podía imaginar. Poseía un conocimiento personal, cada vez más terrible, de los contrapuestos e irreconciliables elementos de su interior, que eran tanto el miedo de sí mismo como la esperanza, tan continuamente frustrada, de autosalvación, cifrada con vigor e implorante elocuencia en la fuerza superior del análisis. Durante mucho tiempo creyó haber encontrado en ella un punto fijo en sí mismo, y se aferraba a él con tenacidad. Tras los métodos ingeniosos y desconcertantes que desarrolla en sus historias se encuentra la permanente búsqueda del auténtico método secreto para vencerse a sí mismo» (1985: 108 y 109).

En el estudio César Vallejo. Vida y obra, de Luis Monguió,  encontramos otro caso extremo: la temporada que el poeta peruano pasó injustamente encerrado en una cárcel de Trujillo (desde el 6 de noviembre de 1920 hasta el 26 de febrero de 1921).  Esos meses en prisión no secaron la fuente creativa del autor de España aparta de mí este cáliz. Así lo cuenta el investigador español: «Recuperada su libertad, marcha Vallejo para Lima. Los meses de persecución, sufrimiento, prisión e incertidumbre no han sido estériles para él. Al contrario, buena parte de los escritos que durante su nueva estancia en la capital hará imprimir muestran que fueron engendrados en las emociones de esa dura y angustiosa época» (s/a: 55).
Lo duro y angustioso de ese momento se puede percibir mejor en el testimonio de Antenor Orrego Espinoza, amigo y mentor del vilipendiado hombre de letras: «Al día siguiente pude visitar al poeta ya en la cárcel. Habíanle recluido, separado de los otros presos, en una habitación semioscura y astrosa. Un vaho pestilente y húmedo se desprendía de los muros y del piso. Me sacudió un vuelco angustiado, como si me hincaran el corazón con un hierro. Dolíame verle en condición tan desdichada y miserable.
»(…) El prisionero estaba abrumado por la desdicha. Sentíase infamado y cubierto de ignominia. Sabía que en la calle tenía enemigos frenéticos, que harían todo cuanto les fuera posible para perderlo. En la desolación de su rostro pálido y afilado en sus rasgos más característicos, se adivinaba la intensidad de su desesperación».
Unas líneas más adelante, Orrego Espinoza agregará: «Intenté apaciguarlo como pude. En tales apremios, las palabras casi no sirven de nada. Le prometí, con vivo afecto, hacer por él todo lo que estuviese en mis manos y que no omitiría ningún esfuerzo para salvarlo de la situación en que se encontraba.
»Me dijo palabras de agradecimiento y añadió:
»—Sólo confío en ti, Antenor, no me abandones en estos momentos.
»Y tras una pausa dolorosa, añadió:
»—Las otras gentes huirán de mí como de un apestado.
»Sus ojos estaban impregnados de una insondable tristeza.
»Transido de congoja, casi roto el corazón de pena, salí a la calle. Desde el día siguiente todos los amigos del poeta nos pusimos a trabajar para librarlo de la prisión» (1989: 72).
Luego de ello, Orrego coincidirá en el comentario con Monguió, aunque premunido de mayor información sobre ello: «Su estancia en la cárcel no fue infecunda, ni ociosa. Pasados los terribles quebrantos de los primeros días logró serenarse y adquirir dominio completo sobre sí mismo. En mis reiteradas visitas leyó varios versos de extraordinaria audacia en la concepción y de una originalidad insólita y poderosa. Estos versos figuraron después, ligeramente modificados, en “Trilce” y algunos cuentos también muy originales, de prosa elegante y diáfana, que se insertaron en “Escalas melografiadas”» (1989: 73).
Vallejo asimiló esos momentos aciagos tras los barrotes de una celda y algunos de ellos los sublimó convirtiéndolos en literatura.

El tipo de información que hemos registrado en esta entrada lo podemos encontrar no solo en biografías y autobiografías, sino también en memorias, diarios, testimonios, etc. De allí la importancia de leer estas, porque nos permiten saber de qué medios se valieron estos grandes hombres para poner remedio o amenguar alguna dificultad; con qué recursos mejoraron sus habilidades  y explotaron sus talentos; y cómo orientaron sus vidas en su senda hacia la inmortalidad. Lo rescatable que encontremos en cada vida debe convertirse en la guía para aprender a conducir la nuestra.
Pero si a algún lector no le convence la razón vertida para leer biografías, existe otra que también es válida: estos libros están entre los de más fácil lectura (por lo que son muy recomendables para los adolescentes y jóvenes); y cuando proceden de un autor serio y confiable suelen ser amenos y divertidos (a ello contribuye el que, a menudo, vayan acompañados de imágenes como los impresos de la colección española Biblioteca Salvat de Grandes Biografías o la colección peruana YoLeo. Biografías, del Grupo La República, entre otras).

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Nota: La imagen que aparece en la parte superior de este envío fue escaneada por Marco Antonio Román Encinas. Es un apunte de Picasso que proviene del libro de Antenor Orrego citado en la bibliografía.


Bibliografía

DARWIN, Charles. Autobiografía. 2da ed. Madrid: Alianza Editorial, 1993.
LENNIG, Walter. E. A. Poe. Barcelona (España): Salvat Editores, 1985.
MONGUIÓ, Luis. César Vallejo. Vida y obra. Lima: Editora Perú Nuevo, s/a.
ORREGO, Antenor. Mi encuentro con César Vallejo. Bogotá (Colombia): Tercer Mundo Editores, 1989.