REYNOSO,
Oswaldo
Lima:
Editorial San Marcos, 2.da ed. 2000
La
novela breve En busca de Aladino, de
Oswaldo Reynoso, narra la historia de un hombre que aspira encontrar a Aladino
o su personificación rediviva en China. ¿Por qué decide el narrador buscar a
Aladino en aquella región oriental? Porque Aladino era el hijo de un sastre
pobre que vivió allí. Así lo cuenta el narrador: «Sheherezada inicia el relato
del cuento de Aladino y la lámpara
maravillosa diciendo que en la
antigüedad del tiempo y el pasado de las edades y de los momentos, en una
ciudad de China, de cuyo nombre no me acuerdo en este instante, había —pero Alá
es más sabio— un hombre que era sastre de oficio y pobre de condición. Y aquel
hombre tenía un hijo llamado Aladino, que era un niño mal educado que desde su
infancia resultó un palomilla muy enfadoso…» (p. 9).
Las
menciones al texto de Las mil y una
noches son muy sugerentes y crean una atmósfera académica que se desbarata
no solo por la advertencia del narrador («en esta búsqueda no hay ningún
interés de investigación erudita sobre tal tópico literario» [p. 10]), sino
porque este mismo aclara que la búsqueda de Aladino la realiza porque presiente
que «es la apasionada exploración de una moral de la piel». Además de ello, esa
búsqueda también es un reencuentro con su adolescencia: «Ojalá que pueda
encontrar el ambiente real del cuento que me mostró lo que pudo ser la
maravilla de mi adolescencia» (ibid.).
Considero, sin embargo, que la historia se hubiese enriquecido si se hubiera hecho en ella una exploración «erudita» de ese «tópico literario».
El
narrador, en un momento de la historia, siente una atracción por la belleza
adolescente de un personaje que el considera como la reencarnación de Aladino:
el mozo de 16 años de Turfán (pp. 21 y 22). Entre ambos se desarrolla una
relación casi homosexual, cohibida seguramente de un mayor contacto por esa
moral de la piel de la que habla el narrador. Pues justamente cuando «Aladino»
masajea los pies del narrador y luego juguetea con ellos juntándolos con los
suyos desaparece la visión del joven de Turfán. Es decir, cuando se inicia un
contacto de piel con piel que puede ir acrecentándose es cuando se descubre que
«Aladino» es una ensoñación. Una prolongación de los deseos del narrador que
cobra visos de realidad, pero que se desvanece cuando este transgrede sus
propios principios y hace (porque es su sueño) que el joven de Turfán masajee y
juguetee con sus pies, lo que va en contra de su «moral de la piel».
Por
ello, la historia termina cuando el narrador reconoce «la soledad y la derrota
de nunca poder alcanzar el júbilo de una limpia moral de la piel» (p. 39). Y
con ello se cierra también la posibilidad de recuperar la memoria de su
adolescencia: «y sin saber qué viento del desierto había apagado para siempre
lo que debió de ser la maravilla de mi adolescencia» (ibid.).
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