viernes, 30 de noviembre de 2018

GARCÍA MÁRQUEZ Y EL DICCIONARIO DE SU ABUELO


En El mundo de la ortografía, de Martín Quintana (2004), se cita un texto breve y cautivante de Gabriel García Márquez en donde relata una anécdota ocurrida con su abuelo y su diccionario.

Busqué en el libro del autor peruano la fuente de donde se tomó aquel fragmento de Gabo, pero no se hacía mención de ello en ninguna parte ni siquiera en la bibliografía (de la que se había prescindido, por cierto).

Por las características del texto citado, deducía que no correspondía a ninguna de las novelas ni cuentos del escritor colombiano. Como no quería quedarme con la duda, utilicé el buscador de Google y escribí en la caja las primeras seis palabras del texto en mención entrecomillándolas.

Y encontré lo que buscaba. En la plataforma de Página 12, de Argentina, se informaba que dicho texto formaba parte del prólogo de Clave. Diccionario de uso del español actual, de la editorial SM, aunque se omitía mencionar el año de publicación de aquel libro de consulta (véase: https://goo.gl/zd8t5F). 

Otra vez me puse a indagar en el buscador de Google, escribiendo el nombre completo del diccionario, e hice clic en la pestaña «imagen». Allí aparecen las portadas del libro en sus diferentes ediciones, pero a mí me interesaba llegar a la primera edición y esa no aparecía en las páginas que abría, o no se mencionaba ese dato, o se exhibían ediciones posteriores.

Así que me fui a la pestaña «todo», y el primer enlace me llevaba al diccionario Clave en línea, el cual era de acceso gratuito (véase: https://goo.gl/czLvgR), aunque con algunas restricciones que no tenían los que adquirían la edición impresa del diccionario del 2012, empleando un código que figura en su interior.

El segundo enlace me llevó al artículo «El español actual en el diccionario de uso Clave: registros y criterios para la recopilación de entradas, acepciones y ejemplos», de Ana Lourdes de Hériz Ramón (véase: https://goo.gl/Ko6cUU), en donde recién pude encontrar el dato que buscaba: la primera edición de Clave es del año 1996. 

Voy a reproducir la anécdota de Gabo con el diccionario de su abuelo:

Tenía cinco años cuando mi abuelo el coronel me llevó a conocer los animales de un circo que estaba de paso en Aracataca. El que más me llamó la atención fue una especie de caballo maltrecho y desolado con una expresión de madre espantosa. «Es un camello», me dijo el abuelo. Alguien que estaba cerca le salió al paso. «Perdón, coronel», le dijo. «Es un dromedario». Puedo imaginarme ahora cómo debió sentirse el abuelo de que alguien lo hubiera corregido en presencia del nieto, pero lo superó con una pregunta digna:

—¿Cuál es la diferencia?

—No la sé —le dijo el otro—, pero éste es un dromedario. 

El abuelo no era un hombre culto, ni pretendía serlo, pues a los catorce años se había escapado de la clase para irse a tirar tiros en una de las incontables guerras civiles del Caribe, y nunca volvió a la escuela. Pero toda su vida fue consciente de sus vacíos, y tenía una avidez de conocimientos inmediatos que compensaban de sobra sus defectos. 

Aquella tarde del circo volvió abatido a la casa y me llevó a su sobria oficina con un escritorio de cortina, un ventilador y un librero con un solo libro enorme. Lo consultó con una atención infantil, asimiló las informaciones y comparó los dibujos, y entonces supo él  y supe yo para siempre la diferencia entre un dromedario y un camello. Al final me puso el mamotreto en el regazo y me dijo: 

—Este libro no sólo lo sabe todo, sino que es el único que nunca se equivoca. 

Era el diccionario de la lengua, sabe Dios cuál y de cuándo, muy viejo y ya a punto de desencuadernarse. Tenía en el lomo un Atlas colosal, en cuyos hombros se asentaba la bóveda del universo. «Esto quiere decir —dijo mi abuelo— que los diccionarios tienen  que sostener el mundo». Yo no sabía leer ni escribir, pero podía imaginarme cuánta razón tenía el coronel si eran casi dos mil páginas grandes, abigarradas y con dibujos preciosos. En la iglesia me había asombrado el tamaño del misal, pero el diccionario era más grande. Fue como asomarme al mundo entero por primera vez.

—¿Cuántas palabras habrá? —pregunté.

—Todas —dijo el abuelo (2004: 10 y 11).

El prólogo de Gabo es más largo y es reproducido completo por Página 12 (véase: https://goo.gl/zd8t5F), pero no se hace en él ninguna valoración crítica directa y no generalizada al diccionario Clave, como pasaré a demostrarlo.

 Después de hablar de su abuelo y el diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE), el autor de Cien años de soledad refiere otra anécdota sobre los dibujos que hacía de niño (cuando aún no sabía leer ni escribir) acerca de todo aquello que lo impresionaba y de cómo el diccionario le despertó la curiosidad por las palabras.

Luego menciona Gabo que empleaba el diccionario de la lengua como un «juguete para toda la vida» y no como un «libro de estudio», y que aquello empezó con un rastreo del significado de la palabra «amarillo» en ese y otros libros de consulta como el Larousse, Vox, el Diccionario de autoridades, de 1726, y el compuesto por Sebastián de Covarrubias en 1611. 

Tales escrutinios lo llevaron a percatarse de que esos «diccionarios rupestres» intentaban atrapar una dimensión subjetiva en el significado de las palabras, y eso le da pie para mencionar una anécdota con el Che Guevara [sí, aquel argentino que fusilaba a sus víctimas en Cuba, durante la revolución, sin dar garantías procesales a nadie, según lo relata Fernando Díaz Villanueva en su libro Vida y mentira de Ernesto Che Guevara (2017, ver capítulo 4)], sobre la que no vale la pena explayarse. 

A continuación, menciona la admirable empresa de María Moliner (para Gabo una «mujer de fábula») de armar sola un diccionario de uso del español en las horas libres que le dejaba su empleo de bibliotecaria. Un diccionario que se asemeja al que el Nobel de Literatura está prologando. Y con esas líneas concluye el texto en mención. 

Y, efectivamente, Gabo no hace en todo el recuento que he mencionado ninguna valoración crítica al diccionario Clave porque seguramente no tuvo tiempo de revisarlo con detenimiento, aunque fue, eso sí, una oportunidad excepcional para que nos obsequiara con ese delicioso aperitivo que resultó su experiencia con el diccionario de su abuelo.

Ana Lourdes de Hériz Ramón sí hace una valoración del diccionario Clave, luego de revisar minuciosamente el «grupo de palabras que empiezan por a, como botón de muestra de todo el diccionario», en los siguientes términos: «… reconocemos grandes méritos a los diccionarios de uso actualmente en el mercado y a Clave concretamente» (véase: https://goo.gl/Ko6cUU).

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Nota: La caricatura de García Márquez, de Pancho Cajas, al inicio de esta entrada, se ha tomado de la siguiente dirección electrónica:  https://goo.gl/5pzjLt


Bibliografía

DE HÉRIZ RAMON, Ana Lourdes. «El español actual en el diccionario de uso Clave: registros y criterios para la recopilación de entradas, acepciones y ejemplos». Centro Virtual Cervantes. España, s/f. Consultado el 30 de noviembre del 2018 en https://goo.gl/Ko6cUU
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. «De qué hablamos cuando hablamos de hablar». Página 12. Argentina, s/f. Consultado el 30 de noviembre del 2018 en https://goo.gl/zd8t5F
QUINTANA, Martín. El mundo de la ortografía. Lima, Perú: MQ Ediciones, 2004.