lunes, 18 de mayo de 2020

ANÉCDOTAS DE HOMBRES FAMOSOS


Las anécdotas que voy a mencionar aquí eran muy conocidas por mi generación (la de los migrantes digitales) y quizá no tanto por las nuevas generaciones (las de los nativos digitales), por lo que traerlas a la memoria se justifica plenamente.

No me he propuesto indagar sobre si estas historias ocurrieron realmente, si han sido retocadas o proceden de la imaginación de algún avispado escritor. Considero sí que, por contener un mensaje válido o por estar escritos con mucho ingenio, vale la pena difundirlos. En todo caso, y en relación a su autenticidad, me limito a consignar la fuente de donde las he tomado. 

En el libro biográfico Isaac Newton, de Héctor Domecq, se narra lo siguiente sobre el más grande científico de todos los tiempos:

La anécdota que relaciona sus primeros pensamientos sobre la ley de la gravedad con la observación casual de Newton de una manzana cayendo de alguno de los frutales de su jardín fue propagada por Voltaire (que conocía a la sobrina de Newton), quien la [sic] publicó la historia en letra impresa.
Un día cualquiera del año 1665, Isaac Newton se hallaba saboreando una taza de té en el jardín de su casa natal de Woolsihorpe cuando, de repente, una manzana cayó del árbol y fue a dar de lleno sobre su cabeza.
Como buen científico, acostumbrado siempre a buscar el porqué del más mínimo detalle que se le presentara, este hecho tan banal fue, precisamente, el que le sirvió de inspiración para el desarrollo de su gran teoría de la gravitación universal. ¿Por qué caía la manzana sobre la Tierra y no sucedía lo mismo con la Luna [sic; faltó el signo de interrogación de cierre: «?»]. En un famoso pasaje, el propio Newton relataba, cincuenta años más tarde, que en ese bienio había hallado el método de las series aproximadas para reducir la dignidad (potencia) de un binomio; el método de tangentes; la teoría de los colores…
«Y el mismo año comencé a pensar que la gravedad se extiende a la órbita de la Luna y (…) deduje que las fuerzas que mantienen los planetas en sus órbitas debían de ser proporcionales a la inversa de los cuadrados de sus distancias a los centros alrededor de los que giran; en consecuencia, comparé la fuerza necesaria para mantener la Luna en su órbita con la fuerza de la gravedad en la superficie de la Tierra, y encontré que la respuesta era muy aproximada».
«Todo esto —señala— fue en los años de la plaga de 1665-1666. Porque en ellos yo estaba en mi mejor edad mental para la invención y me interesaban las matemáticas y la filosofía más que en ninguna otra época posterior».
«Anni mirabiles» («Años maravillosos») se ha llamado a ese bienio 1665-1666, puesto que, al parecer, en su transcurso Newton ideó todo lo que le debe la ciencia (s/a: 12-14).

En el libro Leonardo da Vinci, también de Héctor Domecq, se registra otra anécdota relacionada, esta vez, con La última cena, del gran pintor, escultor, arquitecto, ingeniero y científico italiano:

«La última cena» fue pintada por Leonardo da Vinci, el tiempo que le llevó terminar de pintar el cuadro fue de siete años y las figuras que le sirvieron como modelo para representar a los doce y al mismo Cristo fueron personas, escogiéndose en primer lugar a la figura que sería Judas Iscariote.
Como se sabe, Judas Iscariote fue el apóstol que traicionó a Jesús, por treinta pesos de plata. Semana tras semana Da Vinci buscó un rostro marcado por las huellas de la deshonestidad, avaricia, hipocresía, traición y crimen. Una cara que reflejara abiertamente el carácter de alguien que traicionaría a su mejor amigo, a su maestro, a su guía. Después de pasar por múltiples experiencias desalentadoras, en su búsqueda por el tipo de persona requerida para representar a Judas, una información vino a Leonardo da Vinci, la de un hombre cuya apariencia satisfacía completamente todas las respuestas formuladas, se le había encontrado en Roma, sentenciado a morir por una terrible vida de vileza y crimen.
Da Vinci emprendió el viaje sin demora hacia Roma y se llevó a este hombre de la prisión a plena luz del sol. Era un joven de piel oscura, sucio y su pelo lucía largo y descuidado, representaba perfectamente el papel de Judas para su pintura. No se había equivocado para nada. Mediante un permiso especial del rey, se trasladó al prisionero hasta la ciudad de Milán, donde se pintaría el cuadro, durante muchos meses este hombre posó para Leonardo da Vinci y continuamente se esforzaba por plasmar en su pintura a este modelo algo insólito. Al terminar la obra volvió la mirada a los guardias, y dijo: «He terminado por fin, se pueden llevar al prisionero si desean», al llevárselo los guardias, el prisionero se soltó repentinamente y corrió hacia Leonardo da Vinci y llorando amargamente a mar abierto le dijo: «Por favor, dame una oportunidad, ya que verdaderamente me sentí Judas Iscariote, por la vida que he llevado, no me pagues nada, solamente déjame en libertad. Por favor, te lo pido». A Leonardo da Vinci le sorprendió la cara de arrepentimiento de este hombre y lo dejó en libertad. Aproximadamente durante seis años, Leonardo continuó trabajando en su atractiva y peculiar obra de arte, uno a uno fueron seleccionados los personajes, cuyas características se asemejaron abiertamente a las de los doce apóstoles, dejando de lado a la figura que representaría a Jesús, el cual sería el personaje más importante de su pintura. Sin duda alguna.
  Se examinaron con profundo y exhaustivo detalle a algunos jóvenes que podían representar a Jesús, esforzándose por encontrar un rostro cuya personalidad reflejara inocencia, transparencia y una profunda pureza, la misma que estuviera libre de las huellas del pecado, un rostro que destilara belleza absoluta. Finalmente, después de semanas tras semanas de intensa búsqueda, se seleccionó a un joven de 33 años de edad, quien representaría a Cristo. Durante seis meses sin descansar, Leonardo trabajó en el personaje principal de su obra. Al terminar se acercó al joven para pagarle por sus servicios, pero este no le aceptó el dinero y con una ligera sonrisa le dijo: «¿No me reconoces?». Da Vinci, sorprendido, le respondió que no lo conocía: «La verdad, nunca te he visto, acepta este dinero, te lo pido, por favor»… El joven respondió: «¿Cómo podría cobrarte?... Si hace seis años me diste una oportunidad y yo la aproveché para entregársela a Cristo. ¿Ahora ya sabe quién soy, verdad?»… efectivamente, había sido el mismo hombre que había representado a Judas Iscariote y que el mismo Leonardo da Vinci le había dado la libertad  (s/a: 24-25).

Y existe una anécdota atribuida a Otto von Bismarck en el libro Los titanes de la oratoria, de la Editora y Distribuidora Santa Bárbara, que revela un gran ingenio (aunque a algunas mujeres pueda no gustarle, lo cual sería comprensible) y que, por ello, reproduzco:

 En un baile en San Petersburgo, Otto von Bismarck conversó largamente con su compañera de baile, dispensándole sus habituales halagos y galanterías. Sin embargo, la mujer durante todo el tiempo permaneció esquiva y no contestó amablemente a ningunos de ellos. Finalmente, exclamó:
—No se puede creer en nada de lo que digan los diplomáticos —sentenció.
—¿Cómo es eso? —preguntó Bismarck.
—Está claro: cuando un diplomático dice «sí», quiere decir «a lo mejor». Cuando dice «a lo mejor», quiere decir «no». Y cuando dice «no», bueno, pues, entonces no es ningún diplomático.
A lo cual, Bismarck respondió:
—Madam, tiene usted toda la razón, me temo que es parte de las desventajas de la profesión. Sin embargo, piense que con ustedes las señoritas es justo lo contrario.
—¿Cómo? —preguntó la dama.
—Está claro: cuando una señorita dice «no», quiere decir «a lo mejor». Cuando dice «a lo mejor», quiere decir «sí». Y cuando dice «sí», entonces no es ninguna señorita (s/a: 96-97).

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Nota: El autorretrato en tiza roja de Leonardo da Vinci, al inicio de esta entrada, fue tomado de la siguiente dirección electrónica: https://tinyurl.com/y8tj9w9m


Bibliografía

DOMECQ, Héctor. Isaac Newton. Lima: La República, s/a.
DOMECQ, Héctor. Leonardo da Vinci. Lima: La República, s/a.
EDIBASA. Los titanes de la oratoria. Lima: Editora y Distribuidora Santa Bárbara (Edibasa), s/a.