En el primer número de la colección
de libros Grandes entrevistas de la historia, que reúne ocho de ellas
correspondientes a los años 1865-1903, se recupera para la posteridad una
entrevista a Sir Arthur Conan Doyle.
Por este preciado regalo, no
podemos más que agradecer infinitamente a la editorial Kontenut, de Chile,
además de felicitarlos por la gran idea de publicar una colección de este tipo
con la mejor muestra del periodismo mundial (ahora que esa profesión ha caído
en el guaripolerismo generalizado, está tan decaída en nuestro país y carece de
modelos, principalmente éticos, a seguir. La devoción por la información objetiva
y el dato preciso y corroborable es algo del pasado que se añora en el Perú de
hoy en día).
A pesar de que la entrevista a
Conan Doyle, publicada en la edición del 3 de octubre de 1894, del The New
York Times (en la que no se menciona el nombre del entrevistador),
solo consta de tres páginas, más una de epílogo y dos de introducción, contiene
información valiosa sobre cómo nació su personaje literario más célebre. Esto
es lo que registra al respecto:
Arthur Conan Doyle
(1859-1930) creó al más grande detective de la historia a consecuencia del
aburrimiento. El escocés se había convertido en médico en 1881 pero, un año más
tarde, los pacientes no abundaban en su consultorio de Portsmouth, en el sur de
Inglaterra, y esa constante se mantendría en los años sucesivos. La lentitud
con la que se desarrollaba su carrera de oftalmólogo le permitió desarrollar su
gusto por la creación literaria, la cual, además, le proveía de ingresos
complementarios. Aunque publicó un relato corto en 1884, El relato de J.
Habakuk Jephson, fue su novela de 1887, Estudio en escarlata, la que
sepultó al doctor y resucitó al escritor que el mundo recuerda hoy, en
especial, gracias a su protagonista, un detective irónico e inteligente llamado
Sherlock Holmes (2015: 83).
Algunos rasgos de la personalidad
de su personaje provenían del escritor, según lo que se cuenta en el texto
aludido:
… Para el público, Doyle y
Holmes eran una unidad. Por un lado, ambos hombres —el real y el ficticio—
tenían aspectos en común, como sus conocimientos científicos y la pasión por
resolver misterios, porque, al igual que su personaje, no era raro que a la
casa Doyle llegaran cartas de personas solicitando su ayuda para desentrañar
enigmas. Así es como el célebre escritor fue consultado cuando Jack el
Destripador dejó a Londres con la sangre helada (el escritor dijo que era
un cirujano o un carnicero), o cuando desapareció la escritora Agatha Christie.
Claro que, en la resolución de este último caso, Doyle apeló a un método que
Holmes hubiera repudiado: el espiritismo. Y este es uno de los aspectos que más
lo separan de su personaje, porque detrás del creador del mayor genio deductivo
había un fanático creyente en el ocultismo (2015: 83 y 84).
Más adelante, el periodista le
pregunta al escritor sobre la influencia que en él ejerció el autor de El
cuervo:
—Dígame, cuando escribió Sherlock
Holmes, ¿no influyó en usted Edgar Allan Poe? —Preguntó el reportero.
Se hizo el silencio en la
habitación. El silencio se podía escuchar tan nítidamente como la cuerda de un
violín al soltarse, pero al doctor Doyle le gustó la pregunta y la respondió de
inmediato, impulsivamente:
—¡Sí, enormemente! Su
detective es el mejor detective de ficción.
—Excepto Sherlock Holmes.
—Se escuchó decir a alguien.
—Sin excepciones.
—Respondió el doctor Doyle con vehemencia—. Nadie puede igualar a Dupin. Poe
fue quien demostró que es posible hacer de una obra policial una obra de
literatura.
—Pero Dupin no fue su
modelo —sugirió la joven de mirada transparente como el cristal.
—Conocí a un maestro de
escuela —comentó el escritor—, que deducía hechos irrefutables a partir del
razonamiento. (2015: 86 y 87).
Al final de la entrevista, el
escritor aclara el tema acerca de cuáles fueron las fuentes de inspiración del
famoso detective:
Sobre el final de la
entrevista, Arthur Conan Doyle hace dos referencias claras acerca de dónde
surgió la inspiración para crear a su emblemático personaje. Se puede decir que
Sherlock Holmes es descendiente directo de dos grandes hombres, uno real y otro
ficticio. Este último no era otro que Auguste Dupin, un personaje creado por el
estadounidense Edgar Allan Poe en el cuento Los crímenes de la calle Morgue (1841),
que es considerado el primer relato policial de la historia. Doyle no solo no
reniega de Dupin, sino que hasta se muestra como un admirador de ese personaje
tan parecido a su detective. Para empezar, el francés sigue un modelo lógico
basado en la observación de los detalles más ínfimos y, por si fuera poco,
tiene un compañero inseparable pero que, al contrario que el doctor Watson, es
anónimo.
La otra mitad de Holmes es
de carne y hueso, y no es un maestro de escuela, como afirma en la entrevista,
sino un profesor que Doyle conoció en la universidad mientras estudiaba
medicina. Joseph Bell era su nombre y fue uno de los precursores de la ciencia
forense. El propio escritor contó que su profesor era capaz de conocer detalles
precisos de la vida de un paciente —su nacionalidad y profesión, por ejemplo— incluso
antes de que se presentara en la consulta. El detective le caía mejor a Bell
que a su propio autor, a tal punto que alardeaba sobre el hecho de haber
inspirado la creación de Holmes, y hasta le enviaba cartas a su exalumno para
contarle historias que tenían el potencial de transformarse en tramas (2015: 87
y 88).
Hasta aquí la información relacionada
con el nacimiento de Sherlock Holmes proveniente de la entrevista recuperada
del The New York Times. Pude encontrar datos adicionales al respecto en
el libro La vida de sir Arthur Conan Doyle, de John Dickson Carr (un
novelista de historias detectivescas), traducido al castellano por el escritor chileno
José Donoso.
Dickson «trabajó junto a la familia
de Conan Doyle en Inglaterra», según se informa en la solapa de la biografía, y
pudo consultar, además, «el material dejado por el gran escritor, incluso su correspondencia,
que tuvo un término medio de sesenta cartas por día».
El novelista cuenta que Conan Doyle
pensó primero en el siguiente nombre y apellido: «Ormond Sacker», para el
ayudante de Holmes, pero como no le convencía, puso la mira en «uno de sus
amigos de Southsea, que también era socio conspicuo de la Sociedad Literaria y
Científica de Portsmouth, […] el joven doctor […] James Watson». Así, se decidió
por emplear su apellido, cambiando el nombre de James por el de John, «y lo
apuntó como John H. Watson» (1951: 66 y 67).
Para el personaje principal, consideró
primero el nombre «Sherrinford Holmes»; sin embargo, no le parecía perfecto,
por lo que empezó a jugar con él y se le ocurrió emplear uno irlandés: «Sherlock».
Del primer libro en el que aparecería Sherlock Holmes, Conan Doyle ya «había
descartado» como «título de su manuscrito», tiempo atrás, el de «Una madeja
enmarañada», y optó por reemplazarlo por este otro: «Un estudio en escarlata».
Y la idea de escribir una novela sobre un
detective, se le ocurrió a Conan Doyle luego de leer Lecoq el Detective, La
camarilla dorada, El caso Lerouge, además de un cuento, de Émile Gaboriau
(1951: 64). Y como bien señala Dickson, en ese momento de gran lucidez
creativa, Conan Doyle «no tenía la menor idea de que estaba creando el
personaje más famoso de la lengua inglesa» (1951: 67).
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Nota: La caricatura
de sir Arthur Conan Doyle, al inicio de esta entrada, fue tomada de la
siguiente dirección electrónica: https://tinyurl.com/y5e5wbxm
Bibliografía
DICKSON CARR, John.
La vida de sir Arthur Conan Doyle. Santiago de Chile: Empresa Editora Zig-Zag,
1951.
KONTENUT. Grandes
entrevistas de la historia 1865-1903. Chile: Kontenut, 2015.