En su libro ¡Basta de historias! La obsesión
latinoamericana con el pasado y las 12 claves del futuro, Andrés
Oppenheimer cuenta algunas anécdotas que muestran la importancia que se le da a
la educación en los países que se ubican en los primeros lugares de los
rankings internacionales en ese campo. La primera (que también menciono en la nota 2 de mi
entrada «La Capital Mundial de la Lectura», del 30.09.2012, véase: http://goo.gl/oM9cXu) es esta:
Cuando el taxi me dejó en la sede
central de la Universidad de Helsinki, lo primero que me sorprendió fue su
ubicación: está en la plaza central de la capital, el sitio más importante del
país. En efecto, la universidad ocupa toda una cuadra frente a la Plaza del
Senado, cuyos otros vértices están ocupados, respectivamente, por la Catedral,
la sede del Consejo de Estado, donde despacha el primer ministro, y una serie
de tiendas de lujo.
Helsinki no es la única ciudad
del mundo que tiene su universidad en una ubicación privilegiada: la
Universidad de Oxford, en Inglaterra, y la Universidad de Harvard, en
Cambridge, Estados Unidos, también están en el corazón de sus respectivas
ciudades. Sin embargo, nunca había visto otra capital de un país que tuviera a
su universidad en la plaza central, frente a la sede del gobierno. Quienes
habían diseñado la plaza central de Helsinki a principios del siglo XIX habían
dejado en claro que la universidad era una de las columnas vertebrales del país.
«Los principales poderes del país
están representados aquí —me dijo Kari Raivio, rector saliente de la
Universidad de Helsinki, mientras mostraba la plaza por la ventana de la sala
de conferencias de la rectoría—. El poder del gobierno está en el lado este de la
plaza, el poder de la iglesia en el lado norte, y el poder de la mente, la
universidad, en el oeste. Desde el principio, esta casa de estudios ha jugado
un rol central en la historia del país» (2010: 74 y 75).
La segunda anécdota es
esta otra:
A mi llegada a este país [Singapur],
me llevó solamente cinco minutos —lo necesario para cambiar unos dólares en el
aeropuerto— para darme cuenta que hay una obsesión nacional por la educación:
está presente hasta en los billetes de la moneda nacional. No es broma: mirando
los billetes que recibí en la casa de cambios del aeropuerto, me di cuenta de
que el billete de dos dólares de Singapur —el que más circula, ya que no existe
uno de menor denominación— muestra la imagen de un grupo de estudiantes, con
libros sobre la mesa, escuchando atentamente las palabras de su profesor. En el
trasfondo, se ve la imagen de una universidad, con sus típicas columnas
griegas. Debajo de la imagen, en la parte de abajo del billete, se lee una sola
palabra impresa: «Educación».
Qué ironía, pensé para mis
adentros mientras tomaba un taxi para ir del aeropuerto al hotel: mientras los
billetes en Latinoamérica, y en Estados Unidos, muestran imágenes de los héroes
de la independencia, u otros próceres del pasado, los billetes en Singapur muestran
un grupo de jóvenes estudiantes, resaltando la importancia de la educación para
la construcción del futuro (2010: 91).
A propósito de ello, en
el libro ¡Crear o morir! La esperanza de
Latinoamérica y las cinco claves de la innovación, también del mismo autor,
este hacía una reflexión interesante sobre la ciencia (que también depende de
una educación de calidad) y el fútbol en América Latina:
Poco antes de terminar la Copa
Mundial del 2014 […], escribí una columna en The Miami Herald titulada «Se busca un Messi de las ciencias» en la
que preguntaba por qué los latinoamericanos no podemos producir un Messi, un
Neymar o un James de la ciencia o la tecnología. La pregunta había sido
planteada antes por el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID),
Luis Alberto Moreno, durante una conferencia en Brasil. De la misma manera en
que América Latina está produciendo los mejores jugadores de fútbol del mundo,
la región también debería producir el próximo «Neymar del software», o el
próximo «Messi de la robótica», había dicho Moreno (2014: 188).
Luego señalaba: «En mis
viajes a China, India, Singapur y otros países asiáticos, siempre me impresionó
de cómo los medios de prensa le dedican grandes titulares a los ganadores de
las Olimpiadas de matemáticas o ciencias, como si fueran estrellas deportivas».
Para enseguida animarse
a sugerir lo siguiente: «Hay que hacer lo mismo en nuestros países, para crear
una cultura de admiración a los científicos, como la que tenemos con los
futbolistas» (2014: 189).
Es necesario cultivar
en el Perú, así como en el resto de América Latina, una cultura de respeto y
admiración por la educación de calidad (el cual, a su vez, ayudará a contar también
con buenos lectores), la ciencia y la innovación, que no se reduzca al mero eslogan,
sino que se materialice en hechos concretos.
Oppenheimer, en su
libro citado, y después de investigar el tema en el mayor centro de innovación
del mundo, es decir, en Silicon Valley (Estados Unidos), se anima a proponer a
los latinoamericanos los cinco secretos de la innovación:
- Crear
una cultura de la innovación
- Fomentar
la educación para la innovación
- Derogar
las leyes que matan la innovación
- Estimular
la inversión e innovación
- Globalizar
la innovación
Para un mayor
detalle de esos cinco secretos, se recomienda leer el capítulo 10 del libro. Y
un punto central y previo que va a permitir todo ello, es decir, que
presenciemos un auge de la innovación en nuestro país y en la región, es el disponer de una
educación de calidad en todos los niveles educativos: inicial, primaria,
secundaria y terciaria.
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___________________
Nota: La caricatura de Messi y Neymar, al
inicio de esta entrada, se obtuvo de la siguiente dirección electrónica: http://goo.gl/HxhUpe
Bibliografía
OPPENHEIMER,
Andrés. ¡Basta de historias! La obsesión
latinoamericana con el pasado y las 12 claves del futuro. Buenos Aires:
Debate, 2010.
OPPENHEIMER,
Andrés. ¡Crear o morir! La esperanza de Latinoamérica
y las cinco claves de la innovación. México: Penguin Random House Grupo
Editorial, 2014.
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