No siempre la calidad
de un poeta es debidamente valorada en su momento, a veces ocurre incluso que
la labor del artista es ignorada, despreciada o soslayada deliberadamente de
ser incluida en el círculo privilegiado de los escritores consagrados.
Mucho de eso le
ocurrió a un poeta peruano provinciano, con el agravante de que hubo un sector
de la población en la tierra que lo vio nacer que lo hostilizó injustamente a él
y a su grupo, y hasta lo difamaron con calumnias que lo llevaron a ser
encerrado en la cárcel por varios meses. Su nombre era César Vallejo.
Antenor Orrego,
en su libro Mi encuentro con Vallejo,
explica al respecto que tal hostilidad hacia el poeta y sus amigos podría
deberse a «su espíritu independiente», que «no se sometía a las insólitas y
consuetudinarias rutinas del ambiente» (1989: 54), aunque también menciona
otras explicaciones posibles que pueden encontrarlas en la fuente referida, y
que me inhibo de señalarlas para no alargar mucho esta entrada.
El filósofo
peruano cuenta luego lo siguiente:
Lo cierto es que se
acrecentó, por entonces, el número de detractores contra Vallejo y sus amigos.
Pronto, desde el anonimato, el denuesto saltó a las columnas de los periódicos
y hasta a los volantes y pasquines callejeros. El foco de incitación residía en
el estudio de un abogado que, a la vez, era catedrático de la Facultad de
Derecho de la Universidad, y que en su juventud había tenido algunas frustradas
aspiraciones literarias. En torno a él se agruparon otras gentes de la «vieja
guardia». El mencionado estudio fue bautizado graciosamente por el travieso
donaire de los estudiantes con el mote de «El Mentidero Público» (1989: 54).
Lo referido viene
a propósito del motivo de esta entrada: la incomprensión de los clásicos. Y
Vallejo es un clásico no solo de la literatura peruana, sino también de la
universal. La inadecuada digestión de la obra poética de Vallejo llegó con
Clemente Palma (el hijo del ilustre tradicionista peruano Ricardo Palma) a
extremos que lindaban en su apreciación con el insulto y el ataque más despiadado
y cruel.
La escena no
pudo ser mejor descrita por Orrego, de allí que me limite a reproducirla en
esta ocasión advirtiendo, eso sí, que la crítica de Clemente Palma a Vallejo es
un buen ejemplo de cómo no se debe escribir la apreciación de una obra.
El uso de un
lenguaje agresivo y violento es considerado hoy en día como innecesario,
inapropiado, estéril e incluso nocivo, ya que no encaja con el ideal al que
aspira toda crítica constructiva. Incluso refleja inmadurez intelectual de
parte del emisor.
Hecha esta
necesaria aclaración, pasemos ahora a ver la anécdota narrada por Orrego:
Con
el objeto de reforzar su campaña de dicterios contra la poesía de Vallejo, uno
de los miembros conspicuos de «El Mentidero» tomó unos versos publicados en La Reforma y los envió a la revista Variedades de Lima firmados con las tres
iniciales C.A.V., que correspondían a los dos nombres y apellidos del poeta. No
se dejó esperar mucho la nota de Clemente Palma en la papelera de desechos que
era la sección denominada «Correo Franco». Se produjo lo que buscaban sus
detractores: una estólida chocarrería, habitual en el «gracejo» criollo y plebeyo
de Palma. Vale la pena insertar íntegramente este peregrino documento como
testimonio del nivel mental que campeaba entonces en cierto sector de la
intelectualidad limeña. Huelga advertir que, por esa época, el director de Variedades fungía de Pontífice Infalible en los menesteres de
la crítica literaria. Hacía y deshacía reputaciones, como se dice, de un
plumazo.
El documento decía
así:
Señor C.A.V.
—Trujillo—. También es usted de los que vienen con la tonada de que aquí
estimulamos a todos los que tocan de afición la gaita lírica, o sea a los
jóvenes a quienes les da el naipe por escribir tonterías poéticas más o menos
desafinadas o cursis. Y la tal tonada le da margen para no poner en duda que
hemos de publicar su adefesio. Nos remite usted un soneto titulado El poeta a su amada, que en verdad lo
acredita a usted para el acordeón o la ocarina más que para la poesía.
Amada: en esta
noche tú te has crucificado
sobre los dos
maderos curvados de mis besos.
Amada: y tú me has
dicho que Jesús ha llorado
y que hay un
viernes santo más dulce que mis besos.
¿qué diablos llama usted los maderos curvados
de sus besos? ¿Cómo hay que entender eso de la crucifixión? ¿Qué tiene que
hacer Jesús con esas burradas más o menos infectas?
… Hasta el momento
de largar al canasto su mamarracho, no tenemos de usted otra idea sino la de
deshonra de la colectividad trujillana, y de que si se descubriera su nombre el
vecindario le echaría lazo y lo amarraría en calidad de durmiente en la línea
del ferrocarril de Malabrigo (1989: 56 y 57).
El comentario de
Orrego acerca de la apreciación negativa que hace Clemente Palma sobre la
poesía de Vallejo es lapidario y me exime de cualquier añadido:
Las palabras de
Palma se esgrimieron como bandera de victoria por los detractores del poeta. Se
las comentó en todas las formas. Se las reprodujo en volantes… Los versos de
Vallejo quedaban, según ellos, liquidados definitivamente como poesía. ¡Qué
lejos estuvo Palma de pensar que las únicas palabras de «Correo Franco» que
iban a pasar a la posteridad, venciendo su anónimo y natural destino, casi con
el rango de inmortales, eran precisamente éstas, bajo la égida del poeta, con
las que le había descalificado y ultrajado. ¡Ironías inesperadas y afiladas de
sarcasmo que improvisa, a veces, el hado arbitrario y travieso de la vida!...
(1989: 57).
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Nota: La caricatura de Carlín sobre Vallejo, al inicio de esta entrada, se obtuvo
de la siguiente dirección electrónica: http://goo.gl/xkqxfr
Bibliografía
ORREGO,
Antenor. Mi encuentro con César Vallejo. Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1989
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