En mayo del 2024, salió el cuarto número de la revista literaria virtual Suplemesian, dirigida
por el escritor colombiano Ricardo Arenas C., y cuyo espacio alberga textos destacables de diversos géneros literarios.
Suplemesian tiene su propia página web, y cuenta con redes
sociales abiertas en Instagram y LinkedIn. En esta revista, diseñada profesionalmente
y con gusto artístico, he publicado un texto de mi autoría titulado «Última voluntad» (ver páginas 43 y 44 en el siguiente enlace: https://tinyurl.com/25db3rh2).
La publicación es de
libre acceso y tiene una proyección internacional muy amplia, pues cuenta con colaboradores
de diferentes países de Europa e Hispanoamérica como: Italia,
España, Colombia, Perú, entre otros.
Además, publican en sus páginas escritores con una reconocida trayectoria profesional como la española Belén Hernández Grande, que ha recibido importantes distinciones, entre ellas, el I Premio en el VI Concurso Internacional de Relatos Asombrosos (Argentina, 2014) y reconocimiento al Estilo Poético por la Editorial Libróptica (2013), y es autora de los siguientes libros: La enfermedad del pupitre verde, Las musas se contaban por millones y Las debilidades del Führer, esta última finalista en el Premio Planeta 2022; y la escritora italiana Alessandra Agnoletti, autora del poemario Fragmentos de tormenta, presentado en Madrid.
A ellas hay que sumar la
presencia de Alicia González Rodríguez, distinguida con múltiples reconocimientos,
entre ellos: el Premio Carmen de Burgos, Manuel Azaña y Carmen Goes de Periodismo;
y Mariano Gómez García, autor de las novelas Jinetes en la niebla, Zulú y
Canción de Crimea.
Decidí incluir el texto en mención en este espacio virtual para que los seguidores de mi blog que no se hayan enterado de la noticia puedan disfrutarlo aquí también. Este es el microrrelato aludido:
Última voluntad
Cuenta la historia que el
escritor condenado esperaba en su celda el momento de su ejecución. Pidió como
última voluntad que le permitan redactar su testamento y beber una copa de
pisco. Le trajeron papel, un lapicero azul y una copa de plástico con el pisco
ya servido. El comandante miró su reloj pulsera Casio y le dio de plazo una
hora para que terminase de redactar el documento. Luego lo dejaron solo.
El escritor condenado no
tenía bienes ni parientes, lo había perdido todo en el huaico ocurrido en
Kuntur Llacta. No tenía necesidad de redactar su testamento, lo que en realidad
quería es escribir un microrrelato, pero temía que el texto fuese tirado al
tacho por el comandante al dárselo si le confesaba eso (¿qué puede saber un
comandante, y no tendría por qué saberlo tampoco, respecto a un tema
estrictamente literario?). Un testamento, en cambio, tiene olor a muerte en
cada letra, y es un documento que inspira respeto.
Él quería ser inmortal y
ahora ya no lo sería porque dentro de una hora lo fusilarían, salvo que haga
algo por lo que merezca por ello la gloria antes que el olvido. Él creía como
Huidobro que el poeta y todo escritor es un pequeño dios, y se propuso como él
hacer florecer la rosa, a su manera, en una narración breve. Decidió jugarse el todo por el todo. Tenía
una hora para escribir un microrrelato que le garantizara la inmortalidad.
Haría su mejor esfuerzo. Cuando terminó, el escritor condenado le entregó el
supuesto testamento en un sobre al comandante encargado de su fusilamiento,
este miró nuevamente su reloj Casio, faltaba un minuto para que se cumpliera el
plazo, le sorprendió la puntualidad del reo. Enseguida, guardó el sobre en el
bolsillo de su camisa sin revisarlo, y llamó al soldado Alberto.
El escritor condenado fue
llevado al paredón levantado cerca de un bosque y sin cercos, y el pelotón de
fusilamiento se ubicó en su posición tradicional, a escasos cinco metros del
desahuciado. El comandante miró nuevamente su reloj Casio, eran las siete de la
noche: había llegado el momento de la ejecución ordenada por un superior. Luego
empezó a pronunciar a grandes voces el tradicional:
—¡Pelotón, preparen,
apunten…
No lo dejó terminar la
frase una terrible tormenta que cayó sobre el poblado, y segundos después un
rayo partió en dos el poste que sostenía la caja principal de luz de la zona y
todo quedó en tinieblas, pues en aquel tiempo no existían todavía los grupos
electrógenos.
El escritor condenado, muy
feliz de que las cosas salieran según lo que esperaba, ya sabía lo que tenía
que hacer y corrió lo más que pudo para salvarse. Cuando los soldados
consiguieron unas velas para alumbrarse, ya era tarde, este había huido. El
comandante, muy incómodo por la situación, mandó a los soldados a perseguir al
escritor condenado, sospechaba que no debía estar muy lejos. Cuando vio marchar
a sus subordinados deprisa cargando sus fusiles, miró su reloj Casio otra vez,
eran las siete y treinta y cuatro minutos. Se acordó del sobre que le dieron,
lo abrió, lo leyó rápidamente y quedó atónito de la impresión: era la breve
historia de un hombre que al momento de ser fusilado salvó la vida porque una
tormenta repentina se desató en la zona de ejecución, se fue la luz a causa de
un rayo providencial y este aprovechó la ocasión para huir por el bosque. Como
punto final del manuscrito, había una pequeña rosa dibujada en el papel.
Desde entonces se conoce aquel texto como El Microrrelato Milagroso porque a través de él el escritor condenado se salvó de morir a través de un ardid literario propio de los dioses o pequeños dioses para ser más precisos. El manuscrito de una sola hoja redactado con lapicero azul se conserva en una urna en la Casa de la Literatura de Kuntur Llacta como una reliquia de un micronarrador devenido en un pequeño dios.
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Nota: La foto, al inicio
de esta entrada, fue tomada de la siguiente dirección electrónica: https://tinyurl.com/bdbyfrfr
Referencias bibliográficas
ROMÁN ENCINAS, Marco Antonio.
«Última voluntad». En Suplemesian. N° IV, mayo del 2024, pp. 43
y 44. Consultado el 29 de mayo del 2024 en https://tinyurl.com/25db3rh2
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