BARILLAS VÁSQUEZ, Ana Luz.
Guatemala: Asicopy, 2018.
Este libro es un testimonio de una madre de seis hijos y un esposo siempre ausente, que se compone de las siguientes partes: una biografía, un prólogo, doce capítulos, un epílogo y los agradecimientos respectivos. Cada capítulo inicia con un párrafo en cursivas que de alguna manera adelanta su contenido y ofrece una breve reflexión sobre el mismo.
Su autora, Ana Luz Barillas Vásquez, como ya lo señalé en una entrada anterior, nació en Guatemala, y se graduó de Maestra de Educación Pre Primaria en la prestigiosa Universidad Francisco Marroquín. Luego siguió una especialización en Pedagogía y Técnicas de Enseñanza. En su trayectoria profesional, ha recibido reconocimientos en el área de capacitación y motivación en algunas empresas en donde ha laborado.
Además, ha tenido la oportunidad de ofrecer clases magistrales en un colegio estadounidense, en donde, como parte de su trabajo, luego de haberse implementado allí el llamado home schooling (educación en casa), elaboró en el 2005 textos de estudio para las materias de Idioma Español, Ciencias Naturales y Estudios Sociales. Esta experiencia le fue útil para escribir años después el libro que ahora estamos comentando.
Es sabido que un testimonio relata una experiencia singular en que los hechos son narrados de manera subjetiva y pasional y no están sujetos a leyes de un sistema literario normativo. Por tal razón, será una opción del autor elegir, por ejemplo, incluir notas íntimas en su texto, como lo hace la escritora guatemalteca Ana Luz, o evitarlas, como lo hace por ejemplo el polígrafo peruano Luis Alberto Sánchez en su Testimonio personal (ver Tomo VI, p. 263).
No obstante lo señalado, es oportuno precisar aquí que Ana Luz refiere en el epílogo de su libro que el suyo es un testimonio cristiano (ver p. 233), y eso ayuda a entender mejor por qué se anima a compartirnos su experiencia e intimidades, algo que no es fácil de hacer como ella misma lo reconoce (p. 234), y por qué emplea citas bíblicas a lo largo de sus doce capítulos.
Una característica adicional del testimonio es el orden temporal, aunque no necesariamente se tiene que respetar a rajatabla. El libro de Ana Luz dispone de ese orden y solo lo transgrede en el primer capítulo titulado «Muy cerca de la muerte», que empieza cuando la autora va a dar a luz a su sexto hijo, es decir, cuando tiene ya treinta años; pero a partir del segundo capítulo se reinicia su historia respetando el orden temporal (en donde se toca el tema de su niñez y adolescencia). Y por eso en el noveno capítulo se habla nuevamente de su sexto embarazo a los treinta años con detalles complementarios.
Ese trastrueque temporal, que, insisto, solo ocurre en el primer capítulo, resulta conveniente, en este caso, para despertar el interés del lector. Sin embargo, creo que también puede obedecer a que allí se relata un acontecimiento crucial en la vida de Ana Luz, que es como un volver a nacer. Y un volver a nacer es un empezar de nuevo, un nuevo inicio. Las líneas siguientes ayudarán a entender mejor esa idea.
Una escena impactante es la descripción del parto del sexto hijo de Ana que casi le ocasiona la muerte por el sangrado abundante que tuvo a causa de una complicación llamada «placenta previa», la cual, según le explicó su doctor, «se produce en uno de cada doscientos embarazos aproximadamente, y consiste en que la placenta (adherida a la pared del útero mediante vasos sanguíneos) se sitúa cerca o sobre el cuello del útero…» (p. 19).
Después, Ana llega a casa y empieza a recuperar su salud lentamente, pero le alcanzan las preocupaciones económicas. Luego, Héctor, esposo de Ana, pierde su empleo y las angustias económicas se acrecientan. Ana critica la despreocupación de Héctor y el hecho de que quiera salir de casa para estar fuera con cualquier pretexto, incluso en momentos en que se encuentra desempleado.
Y, como se puede observar, este es un libro difícil de sintetizar por las muchas escenas y episodios familiares que contiene. Una de las más conmovedoras para una madre ocurre cuando la mamá de Ana la acompañó al hospital. Y me he animado a reproducir ese fragmento porque permite develar la personalidad de la autora, una mujer devota y que ama mucho a sus hijos:
… Una sensación indescriptible me invadió en el momento del alumbramiento. ¡Me vi «literalmente» dentro de un ataúd! Pensé que irremediablemente moriría. No podía hablar, estaba prácticamente inconsciente… En ese momento el médico pediatra entró a la sala de operaciones y preguntó:
—¿Cómo va todo por aquí?
—El bebé está bien, pero estamos haciendo todo lo posible por ella… —Respondió el médico que me atendía.
Al escuchar esas palabras sentí pánico y una angustia indescriptible me invadió; sin embargo, en mi subconsciente, comencé a orar y a clamarle a Dios que me dejara vivir.
Recordé uno de mis Salmos preferidos; el Salmo 23 en el versículo 4 que dice: «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento…». Mientras lo repetía una y otra vez, sentí una fuerza sobrenatural que venía sobre mí.
No podía dejar «seis hijos» huérfanos de madre. ¿Cómo saldrían adelante estando las cosas como están? ¿Quién los cuidaría si se enfermaban? ¿Quién los guiaría por el buen camino? Estas, y muchas preguntas me atormentaban. Así que me aferré a la vida como pude. No quería morir. Fue lo último que supe antes de quedar completamente inconsciente… (p. 17).
Ana es una mujer que parece haber nacido con lo que David Fischman llama «la lotería genética de la felicidad» (que consiste en estar siempre «alegre, con entusiasmo y con mucha energía positiva», incluso en momentos de adversidad, es decir, disponer de una «felicidad innata» [2010: 26]), pues hasta los momentos de angustia están salpicados de esa sonrisa salvadora. Y eso se puede ver mejor en la continuación de la escena ya citada:
Desperté unos momentos después y sentí que una enfermera acariciaba mi mano entre las de ella. La volteé a ver y pensé:
—Bueno, todavía no he muerto. Ella me sonrió y su mirada se iluminó.
—¿Quiere ver a su bebita? —Me dijo con voz ahogada casi a punto de llorar.
—¿Qué? ¿Bebita? —Pensé que se había equivocado.
—Sí, bebita… ¡Es una niña! —Exclamó con entusiasmo.
Yo no lo podía creer. Todos estábamos seguros que sería otro varón. En aquel tiempo no existía la tecnología que tenemos ahora para identificar el sexo de un bebé y durante todo mi embarazo no me habían realizado más que un ultrasonido, y por supuesto, no se sabía si era niño o niña.
—¡Claro que sí! Le respondí con gran felicidad… (pp. 17 y 18).
De los siguientes capítulos, comentaré solamente los que más me han gustado e impactado. El segundo capítulo se titula «Señales» y se inicia describiendo la niñez (de la que no se ofrece mucha información) y la adolescencia de Ana, su inicial descarrilamiento y su salvación por el evangelio. Luego, el desarrollo de las acciones deja en claro que Héctor, con quien Ana se llegará a casar, es todo un caso. Sorprende que existan hombres así: a tal grado llega su abandono y descuido de Ana, cuando viven juntos, que cuesta creer. Una de las escenas que mejor retrata ello es la siguiente:
Planeamos pasar nuestra luna de miel en el lago de Atitlán, el más bello de Guatemala, cabe mencionar. Un lugar verdaderamente hermoso. Viajamos a la mañana siguiente muy temprano para no llegar de noche y poder disfrutar de esos paisajes de ensueño que me encantaban. Nuestro deseo era permanecer allí una semana completa. Yo no quería que pasaran los días, quería estar en ese lugar para siempre. Estábamos disfrutando mucho nuestro viaje. Sin embargo a media semana, miércoles para ser exacta, Héctor recibió una llamada de la iglesia, en la que lo invitaban a predicar a un evento evangelístico. ¡A quién se le ocurre! ¡Cómo nos habían localizado en el hotel! Siempre quise respetar su ministerio, pero ¡era nuestra luna de miel! Héctor aceptó la invitación pese a que yo le pedí que no interrumpiéramos nuestro viaje. Me sentí realmente frustrada. Intenté persuadirlo pero, para mi decepción, empacamos nuestras cosas y regresamos a la casa de mi mamá, donde se supone viviríamos solo por un corto tiempo mientras encontrábamos trabajo (p. 43).
Creo que cualquier mujer que lo hubiese tenido de esposo, hubiera tenido menos paciencia que Ana para soportarlo. Las personas generalmente suelen demorar en percatarse de lo que realmente ocurre a su alrededor y esto sucede en mayor medida mientras más joven se es y más enamorado se esté. Por eso, cuando ella decide casarse con Héctor al apenas cumplir los dieciocho años, no percibe el error en ello, sino muchos años después, de allí que escriba: «Era una decisión insensata, ahora lo veo» (p. 36).
Ana describe muy bien lo que ocurre con Héctor y descubre a las claras que no es un buen marido. Pero ella ha tenido que pasar por muchas experiencias para percatarse recién del error de casarse a tan temprana edad y con un hombre sin empleo y con poca educación. El trato de Héctor hacia Ana es frío, desamoroso, incómodo y lo que más resalta de todo ello es lo que hizo en la luna de miel, como ya se ha visto. Hay también en él una falta de interés por tener una ocupación bien remunerada para apoyar a su esposa y hogar.
Del cuarto capítulo quiero destacar solo el siguiente detalle: los largos momentos de soledad dieron oportunidad para que en la mente de la autora se alojaran «pensamientos absurdos». Ella lo describe bien en las siguientes líneas: «¿Qué es lo que lo mantiene alejado de nosotros?», «¿Ya no me encuentra atractiva?», «¿No le gusta compartir con la familia?»... Luego continuaba:
… Esos pensamientos negativos me fueron convirtiendo poco a poco en una mujer rebelde e insujeta. Ya no me importaba nada. Usaba los malestares de mi embarazo como pretexto para que no se «acercara a mí». Era entonces cuando pensaba: —No se acuerda de nosotros en todo el día pero en la noche sí quiere que se le preste «atención». Así que nos comenzamos a alejar muchísimo en la intimidad (p. 83).
En los capítulos anteriores, no se percibe el rencor de Ana como en este, aunque solo en la escena mencionada. Es como si a Ana le costara odiar o estar resentida, parece un ser de luz y amor, dispuesto a dar mucho de sí y con una gran capacidad de resistencia para el maltrato psicológico. Cualquier otra mujer en su lugar, y en esa misma situación, hubiera reaccionado más agresivamente con seguridad.
El quinto capítulo es el más largo de todos y el más intenso y se titula «El pecado llama a la puerta». Ana escribe con mucha madurez sobre un tema delicado para una familia como es el de la infidelidad. No hay un afán obsesivo de culpar a Héctor de lo ocurrido en la autora del libro, y aun cuando solo por momentos y de una forma muy débil le gana esa idea, Ana la combate diciéndose a sí misma que nadie la obligó a hacer lo que hizo, como ocurre en las siguientes líneas:
Miré a Héctor con odio [un odio superficial] y pensé: —¡Él tiene la culpa de lo que pasó! Si las cosas hubieran sido diferentes, jamás me habría metido en un lío así. Pero luego, recapacitando, me dije: —Nadie me torció el brazo para hacer lo que hice [y con esa última frase se desvanece ese odio] (p. 112).
Y la madurez emocional que exhibe la autora se refleja también en que no desea en ningún momento burlarse de Héctor, ni hacer escarnio de él, su objetivo es pedagógico, como lo indica en el prólogo del libro. Y si sigue saliendo con el Dr. Marvin es porque sentía una fuerza superior que la impulsaba a ello: se había enamorado de él, aunque en ese momento no lo sabía a ciencia cierta o no lo quería admitir: «Mi alma había sido cautivada por sus palabras, por sus gestos, por sus atenciones. ¿Era posible que estuviera enamorándome de él? Me quedé absorta en mis pensamientos; tanto que ni siquiera noté cuando se fue…» (p. 116).
Lo que brota de estas páginas es la expresión de una oveja que se aparta del carril y está dispuesta a asumir la responsabilidad de sus actos (algo muy valioso en estos tiempos en la cultura hispana que, como decía Miguel Ángel Cornejo en una de sus conferencias, está acostumbrada a culpar a otros de sus errores).
Otro detalle importante: la historia deja en claro que Héctor no se portó bien y ya le había sido infiel a Ana dos veces antes. Pero aun así Ana no actúa guiada por un sentimiento de revancha o venganza y menos por despecho. Si el Dr. Marvin de León no hubiera insistido tanto con Ana, y si Héctor hubiera acompañado a su esposa en sus visitas al hospital como se lo pidió ella misma, no hubiera logrado su propósito de conquistarla.
Esto habla en favor de Ana, a pesar de todo. Y si bien este libro es un testimonio de parte, se le siente sincera a la autora, y un lector consumado puede detectar eso en un texto escrito. Lo que sí es indudable es que Ana se sentía muy atraída por el Dr. Marvin de León, no tanto por su apariencia (casi no la menciona en el libro) y menos por su dinero, sino por el buen trato que le daba, la atención que le prodigaba, y porque podía conversar con él y sentirse cómoda haciéndolo.
El octavo capítulo se titula «Abriendo puertas al pasado» y es otro de los más intensos del libro, y revela con minucioso detalle cómo se comporta una mujer enamorada. Sorprende los niveles de embelesamiento de Ana, quien al enterarse por el altavoz que llamaban a Marvin, sintió unos deseos incontenibles de volverlo a ver, y, cual si fuese una hoja a merced del viento de sus deseos, se movía y actuaba con el único afán de verlo. Incluso sentía ansiedad, soñaba con Marvin, la emoción invadía su alma, etc. (pp. 161 al 165).
Cuando Marvin aceptó hablar con Ana el lunes por teléfono (ella le pedía hacerlo ese mismo día), en realidad fue un ardid para poder evitar volver a verse con Ana ese día y siempre. Cuando llegó el lunes ya no estaba Marvin en el hospital. Ana agradeció a Dios por ello, aunque también sintió pesar por su frustrado intento de verlo.
No existen muchos impresos que te digan cómo ser un buen esposo(a) y si bien este tampoco pretende hacer eso (salvo por el epílogo, en donde se pueden encontrar algunas recomendaciones de la autora a partir de su experiencia personal y desde su perspectiva cristiana) , sí puedes aprender en él qué no debes hacer para no caer en una situación semejante, y eso también ayuda y orienta, a los matrimonios jóvenes, sobre todo, a quienes más les puede servir.
Este testimonio está escrito con la mejor intención y con el deseo de servir al prójimo. Y la voz de la narradora trata de ser lo más veraz posible y describe a una mujer algo inmadura que ha tomado algunas decisiones equivocadas que forman parte de su etapa de aprendizaje en el arte de vivir bien que desconoce por su corta edad, y que la lleva posteriormente a la madurez.
Ana no escribe con odio, a pesar de que en un momento ella reconoce sentir un odio profundo por Héctor (cuando se enteró de que su esposo hablaba de su infidelidad con todo el que podía: «… creo que por primera vez en todo mi matrimonio, sentí un odio profundo, un gran resentimiento y gran amargura de espíritu» [p. 152], pero ese odio se diluye con el perdón y la restauración), sino escribe porque necesita hacerlo, necesita desahogarse, busca su propia catarsis y el perdón, pero, al mismo tiempo, aprovecha el momento para hacer un servicio a la sociedad y brindar su testimonio para que quienes la lean puedan aprender de su experiencia y no cometer los mismos errores.
La historia de Ana Luz es interesante, se lee con fluidez y, en términos generales, está bien escrito, incluso la descripción tan vívida de sus sentimientos hacia Marvin y sus reacciones por él alcanza por momentos la intensidad que solo saben imprimirle los novelistas a sus historias. Y eso se puede observar fundamentalmente en los capítulos V y VIII del libro que resultarán también de interés para los que gustan de recorrer por los laberintos de la psicología humana (la autopsia que hace Ana de sus sentimientos y reacciones hacia Marvin permiten ingresar a ese terreno).
Por tales razones y las señaladas antes, este libro es muy recomendable de leer no solo para el tipo de lector ideal propuesto por la autora en su prólogo y epílogo (los matrimonios jóvenes que empiezan una vida juntos), sino también para los curiosos. Pero hay otro tipo de lector a quien le resultará de provecho su contenido: pienso en el escritor de novelas que quiera conocer la psicología de una mujer casada y devota que pasa por un problema familiar delicado.
Para quienes puedan interesarse en adquirir el libro, si viven en Guatemala lo pueden encontrar en cualquier librería de ese país o pueden contactarse con la escritora a través del inbox de su Facebook (con el nombre Ana Luz Barillas) o llamando a su celular (50595912); y, para los que viven fuera de Guatemala, pueden conseguir el libro a través de Amazon en la siguiente dirección electrónica: https://tinyurl.com/yx8saxjn
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Nota: La foto del libro, al inicio de esta entrada, fue obtenida de la siguiente dirección electrónica: https://tinyurl.com/yx8saxjn
Bibliografía
FISCHMAN, David. La alta rentabilidad de la felicidad. Lima: Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), 2010.
SÁNCHEZ, Luis Alberto. Testimonio personal. Memorias de un peruano del siglo XX. Tomo VI: Adiós a las armas 1976-1987. Lima: Mosca Azul Editores, 1988.
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