En el libro La
noche en que Frankenstein leyó el Quijote, de Santiago Posteguillo, se señala
lo siguiente:
… A
mediados del siglo III a. C. […], Tolomeo I [un general de Alejandro Magno]
funda un nuevo edificio en Alejandría más allá de los intereses militares: una
biblioteca. No tuvo tiempo de más […]. Su hijo Tolomeo II le sucede en el trono
[… y] continúa con la consolidación de la biblioteca (2012: 14).
Tolomeo II también construye «en la isla de Faros una
gran torre con fuego en lo alto que servirá de guía a los barcos» que llegan al
puerto de la urbe con cargamentos de todo tipo de «mercancías venidas desde
todas las esquinas del Mediterráneo».
Ello incluía, por supuesto, «los cestos enormes repletos
de rollos de papiro con volúmenes de todo tipo: obras de teatro, poemas épicos,
tratados de filosofía, medicina, matemáticas, retórica y cualquier rama del
saber de la época».
Se buscaba con ello
…
recopilar todo el conocimiento para constituir la mayor y mejor biblioteca del
mundo, pero llegó un momento en que todos los funcionarios del nuevo edificio
se vieron desbordados por la enorme cantidad de rollos que tenían y así se lo
comunicaron a su rey. Fue entonces cuando Tolomeo II llamó a Zenodoto» (2012:
14).
El
gramático griego
… llevaba meses centrado en la
recopilación de los viejos poemas de un tal Homero, un autor antiguo difícil de
entender que empleaba palabras viejas olvidadas por todos, hasta el punto de
que había ocupado las últimas semanas en escribir un detallado glosario que
recopilara todos aquellos términos (2012: 15).
Cuando
Zenodoto visitó la biblioteca, encontró lo siguiente:
… centenares de trabajadores
llevaban miles de cestos repletos de rollos de papiro de un lugar a otro,
distribuyéndolos según podían por las inmensas salas de aquella gigantesca obra.
Había centenares de miles de rollos de papiro, quizás más de un millón. Incontables,
inabarcables. Zenodoto comprendió al rey faraón. No había encontrado a nadie
que ni tan siquiera pudiera haber intuido cómo ordenar todo aquello. Y
ordenarlo era clave, pues una biblioteca no valía nada por el mero hecho de
acumular centenares de miles de rollos si nadie era capaz de encontrar uno
cuando alguien quisiera consultarlo… (2012: 15).
Entonces,
Zenodoto recordó «su glosario de palabras antiguas de Homero: eran tantos los
términos arcaicos que usaba aquel poeta que los había ordenado por grupos, los
que empezaban por A todos juntos, luego los que empezaban por B y así
sucesivamente» (2012: 16).
De
este modo, según lo cuenta Posteguillo, un trabajo previo relacionado con la
obra de Homero le sirvió de inspiración al estudioso griego para decidir clasificar
también los rollos de papiro de la gran Biblioteca de Alejandría de acuerdo con
un orden alfabético.
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Nota: El dibujo de la Biblioteca de Alejandría,
al inicio de esta entrada, fue tomada de la siguiente dirección electrónica: https://goo.gl/NvCYaJ
Bibliografía
POSTEGUILLO, Santiago. La
noche en que Frankenstein leyó el Quijote. La vida secreta de los libros.
Barcelona, España: Editorial Planeta, 2012.
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