En su libro Vida en las aulas, Emilio Barrantes
cuenta una interesante experiencia relacionada con la lectura y la formación de
pequeñas bibliotecas. Lo resaltable de la anécdota es que todo lo que narra el
ilustre educador peruano se desencadena a partir de la lectura en una clase de
secundaria de un solo libro.
La explosión de
iniciativas que le suceden tiene una onda expansiva de beneficios sociales que deja
su rastro más notorio en la formación de modestas bibliotecas en las aulas a
cargo de Barrantes. Pero mejor dejemos que él mismo nos lo cuente:
No hay educación sin libros, si
hemos de apreciarla en su justa amplitud y dentro del ambiente cultural que le
es propio. ¿Pero qué hacer si no hay bibliotecas en el colegio o si la que
existe es tan pequeña que no puede satisfacer la demanda de un excesivo número
de alumnos ni las exigencias de la nueva
Pedagogía? La respuesta es sencilla. En el primer caso, crearla; en el segundo,
ampliar la que existe.
Un día llevé el libro Cazadores de microbios de Paul de Kruif
al Colegio, para leer algunas páginas en clase. Gustó tanto que fue preciso
dedicarle una hora más, pero las solicitaciones continuaron con la misma
insistencia. Sin embargo, por interesante que fuera el asunto, no podíamos
entregarnos a él durante más tiempo. No era posible, tampoco, que cada alumno
adquiriese un ejemplar. Se me ocurrió, entonces, que aquello que era
impracticable por cada uno en particular, podía lograrse por el esfuerzo común.
Así se hizo. El precio total del volumen fue cubierto por los alumnos de la
sección respectiva y cada uno de sus miembros pudo leerlo a su tiempo, según el
orden establecido. Pero, ¿por qué no hacer lo mismo con otros libros? El ensayo
había tenido tan buen éxito, que nos estimulaba para seguir adelante, El
procedimiento se puso en marcha y los jóvenes tuvieron la oportunidad de leer a
sus anchas algunas obras elegidas para el caso, ya sea en virtud del interés o
la utilidad del asunto, ya por su calidad literaria. Poco a poco se fue
formando una minúscula biblioteca. En lo sucesivo, sólo había que canalizar ese
esfuerzo y establecer una organización adecuada.
El entusiasmo de los alumnos por
una obra que había surgido espontáneamente y que servía para satisfacer una
necesidad común, se manifestó en las sesiones convocadas al efecto. En ellas
tuvieron la oportunidad de hablar sin trabas sobre algo que era de su interés y
de participar en una empresa que requería atención, esfuerzo, apoyo mutuo y
constancia. Se cambiaron opiniones y se adoptó la decisión de constituir un
comité pro-biblioteca, integrado por un presidente, un tesorero y un
secretario. Al mismo tiempo se elegirían bibliotecarios en número suficiente
para atender las demandas de los lectores. Cada alumno se comprometió a
entregar diez centavos a la semana para la adquisición de libros, y aunque la
cuota era muy modesta, confieso que me preocupó este punto más de una vez. Para
unos podía carecer de importancia; para otros, en cambio, quizá sí constituía
un sacrificio.
Llevé la iniciativa a otras
secciones. Prendió de inmediato en una, como la planta en tierra fecunda, y
hubo que insistir allí donde no había un ambiente adecuado.
[…]
En una [sección]… se sintió la
necesidad de establecer pautas para la organización y el funcionamiento de la
biblioteca, pues había desorientación en más de un punto y el desorden era
evidente. Elaboramos en clase un reglamento que adoptaron las otras secciones,
previa su revisión atenta en cada caso, lo que llevó a agregar, modificar o
suprimir todo lo que se consideró necesario […].
La Sección 2° C fue la primera
que inauguró su biblioteca en un acto sencillo y conmovedor. Habló el
presidente del Comité y lo hicieron también los presidentes de los comités de
las otras secciones que fueron invitados a la ceremonia. Breve tiempo después,
el Tesorero presentó el balance, lo cual fue muy educativo. Un alumno,
Alcántara, obsequió nueve soles para que se adquiriese un libro que interesaba
a todos, pero cuyo precio les parecía excesivo. La obra estaba en marcha y
había motivos suficientes para estar satisfechos (1975: 115-117).
Uno de los detalles más
resaltantes de esta sorprendente y fructífera experiencia está relacionado con
los encomiables gestos de solidaridad y desprendimiento de parte de los
estudiantes:
[…] Fue muy halagador ver a los
bibliotecarios que se dedicaban a reparar los daños que habían sufrido los
libros y a forrarlos con papel azul, atenta y silenciosamente, mientras todos
nos dedicábamos a una labor u otra. Un alumno que había perdido el libro que se
le dio en préstamo, compró uno igual y obsequió uno más. El estímulo fue prendiendo en muchos […], el ambiente
mejoró por completo y la obra continuó triunfante hasta el fin del año escolar.
Los casos de altruismo, tanto en
esta sección como en las otras, fueron numerosos, desde el momento en que la
recepción pasiva de conocimientos fue reemplazada por la actividad, y la labor
individual por el trabajo solidario. Un alumno, Jiménez, ofreció hacer un
estante para la biblioteca, si se le proporcionaba la madera; otro, Medrano,
obsequió seiscientos formularios impresos y un sello para la petición de libros
y el control respectivo, y no faltó quien prometiera prestar, a sus compañeros
de estudios, los libros de su propia biblioteca, por intermedio del organismo
que se había formado en su sala (1975: 117 y 118).
Para quienes hayan
sentido curiosidad y no conozcan el libro de Paul de Kruif, o quieran emular la labor pedagógica de Emilio Barrantes adaptándola a nuestros tiempos, aquí les dejo el enlace de Los cazadores de microbios (http://goo.gl/1Azr3h).
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entrada te ha sido útil o provechosa, compártela con tus seres queridos.
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Nota: La imagen de Emilio Barrantes,
al inicio de esta entrada, se obtuvo de la siguiente dirección
electrónica: http://educacion.unmsm.edu.pe/galeria_decanos.html
Bibliografía
BARRANTES, Emilio. Vida en las
aulas. Lima: Villanueva, Editor, 1975.
DE KRUIF, Paul. Cazadores de
microbios. Santiago de Chile: Ediciones Nueva Fénix, s/f. Consultado el 30
de junio de 2014 en http://goo.gl/1Azr3h
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