Todo escritor anhela
ser leído y que el lector disfrute de su obra. Sin embargo, no todos los que
pertenecen a ese mundo han conocida esa forma de felicidad reservada especialmente
a los literatos, o simplemente no han saboreado ello desde el inicio de su
carrera.
Las dos anécdotas que
voy a citar en esta entrada están relacionadas con lo antedicho. Han sido
tomadas del libro De cuando Vargas Llosa
noqueó a Gabo y otras 299 anécdotas literarias, de Luis Fernández Zaurín, y
muestran las dos caras de la moneda: el anverso y el reverso; pero como este
blog busca siempre ver el lado amable de las cosas, dejaré para el cierre el
final feliz.
El
reverso: Sabemos que Santiago Roncagliolo es un narrador
exitoso (ganó el premio Alfaguara en el 2006 con Abril rojo); no obstante ello, antes de lograr el reconocimiento de
la crítica, le ocurrió lo que transcribo a continuación (Fernández recoge el
testimonio directamente del protagonista): «Antes de ganar el premio Alfaguara
me invitaban igual a firmar libros en ferias como la de Madrid. Cuando a uno no
le conoce nadie, lo peor de todo es que la gente ni te mire. Una tarde estaba
en la caseta de la editorial, junto a Julia Navarro, autora de varios libros de
éxito como La hermandad de la sábana
santa que, además, firmaba ejemplares a buen ritmo. De todos modos, para
mí, estar en la caseta era como tener un despacho: venían mis amigos a verme,
hablaba con la gente…
»Una tarde una mujer se
acercó a mí para que le cobrara un libro que, evidentemente, era de Julia
Navarro, un ejemplar de su best-seller. Fue
horrible tener que decirle que yo no cobraba libros, que me encontraba allí
firmando el mío». (2009: 165).
Que
estés triste porque te enteras que no te leen en Madrid ya es un inconveniente
grande para alguien que aspira dedicarse a escribir en España, pero que encima
te ubiquen al lado de una autora exitosa que sí vende sus libros, y que para
colmo pretendan que cobres los que le compran a ella como si fueras un empleado
más, eso rebasa los límites de la imaginación del mejor humorista. A veces la
realidad no necesita ser trabajada ni aumentada para sorprendernos o hacernos sonreír,
sino simplemente ser mostrada tal cual.
El
anverso: La otra anécdota hace realidad lo que es el anhelo
de todo escritor (enunciado en la primera línea de este envío). No requiere ser
comentado, así que me limito a reproducirla completa porque me encantó: «La
librería Foyles de Londres es una de las más antiguas de la ciudad. Se trata de
un centenario establecimiento conocido, especialmente a comienzos del siglo
pasado, por las recomendaciones de autores que hacían sus empleados. Corría el
mes de septiembre de 1922 cuando entró a la librería un hombre elegante, con
porte señorial, solicitando que le aconsejaran un buen libro para leer ya que
tenía que realizar un viaje en tren. Una de las dependientas, muy amable,
insistió en que adquiriese el libro La
saga, una excelente novela del
dramaturgo y novelista John Galsworthy (Kingston, 1867-Londres, 1933), quién
[sic] en 1932 ganaría el Premio Nobel de Literatura. Le explicó que se
trataba de un magnífico fresco de tres generaciones de una vasta familia
inglesa de clase media a finales del siglo XIX.
»—No se arrepentirá
—dijo la mujer cuando el hombre hubo pagado el libro—. Lo he leído, y me ha
causado una gran satisfacción.
»El hombre salió de la
librería y unos minutos [después] volvió a entrar y le entregó el libro a la
dependienta que se lo había vendido. En la solapa del libro se podía leer:
»“A la señorita que
leyó con tanto placer mi obra. John Galsworthy”». (Fernández 2009: 179).
___________________
Nota: La foto de John Galsworthy, al inicio de esta entrada, fue tomada de
la siguiente dirección electrónica: http://en.wikipedia.org/wiki/File:John_Galsworthy_2.jpg
Bibliografía
FERNÁNDEZ ZAURÍN, Luis.
De cuando Vargas Llosa noqueó a Gabo y
otras 299 anécdotas literarias. Barcelona, España: Styria de Ediciones y
Publicaciones, 2009.
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