Otro ejemplo de cómo escribir reseñas es el que presento a continuación. Es sobre un libro poco difundido y que se publicó hace más de veinte años, y que ahora cobra notoriedad por implicar a dos de los más grandes escritores latinoamericanos distinguidos con el máximo galardón en el campo de las letras: el Premio Nobel de Literatura.
Diálogo sobre la novela latinoamericana. Lima: Editorial Perú Andino, 1988.
La Editorial Perú Andino transcribió la versión magnetofónica del «diálogo» sostenido en septiembre de 1967 entre Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa en las instalaciones de la Universidad Nacional de Ingeniería.
El texto va precedido del discurso pronunciado el 8 de diciembre de 1982 por el novelista colombiano ante la Academia Sueca con motivo de recibir el Premio Nobel de Literatura.
Deslumbra el arsenal de cifras que emplea el narrador en su intento por racionalizar los problemas del continente. Ese recuento estadístico, sin embargo, solo sirve para evidenciar la exuberante realidad de América Latina.
La primera idea de esta disertación es la que sigue: «Me atrevo a pensar, que es esta realidad descomunal, y no solo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros» (p. 15).
La segunda idea de su reflexión es que los latinoamericanos que vivimos en esa «realidad desaforada» hemos «tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida» (p. 15). Pero algo similar sucede con los «talentos racionales» de Europa, que se han «quedado sin un método válido para interpretarnos» (p. 16).
La tercera idea surge como consecuencia de la segunda: la insuficiencia de recursos de los latinoamericanos para hacer verosímil nuestra historia y la falta de un método válido de los europeos para interpretarnos son «el nudo de nuestra soledad» (p. 15) y «contribuye a hacernos… cada vez más solitarios» (p. 16).
Una cuarta idea es que la originalidad que se le reconoce a América Latina en su literatura se le niega en sus tentativas de «cambio social» (p. 16). El dolor y la violencia que vive nuestro continente no es el resultado de una confabulación, pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído así. Esa incomprensión muestra, otra vez, «el tamaño de nuestra soledad» (p. 17).
En resumidas cuentas, el discurso del literato colombiano no es muy ordenado en la exposición de las cuatro ideas, pero sí se deja entender, aunque obliga a recurrir obligatoriamente a una segunda lectura, debido a la abundancia de cifras que distraen y pueden incluso desorientar al lector, si no está lo suficientemente concentrado.
Hemos puesto la palabra «diálogo» entre comillas porque no se trata propiamente de una ‘plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos’ (como define el término el Diccionario de la lengua española) a lo largo del texto, pues este tiene más el formato de una entrevista que le hace nuestro compatriota al autor de La hojarasca sobre diversos tópicos relacionados con la literatura, a un año de haberse publicado la edición original de Cien años de soledad, que es de 1966.
La confusión en el empleo de ese término en el título del libro puede deberse a que las preguntas que le hace Vargas Llosa al creador de Macondo no son las de un periodista principiante, sino las de un lector culto, bien informado y perspicaz, que necesita, muchas veces, explayarse para dar sustento y consistencia a su alocución que remata, generalmente, en una pregunta.
La transcripción está dividida en dos partes. En la primera, se discurre sobre los siguientes temas: cuál es la función del escritor en la sociedad, qué elementos determinan la calidad literaria, la soledad como tema literario, experiencias personales (el abuelo de García Márquez, la tía Petra) y su relación con la literatura, experiencias culturales (el Amadís de Gaula) y su relación con la literatura, el realismo en la literatura, la realidad de tipo histórico y social, el problema del lenguaje y la técnica en la novela, actividad periodística y actividad literaria y los novelistas latinoamericanos contemporáneos.
En la segunda, se tocan otros temas, aunque de manera más sucinta y algo menos concertada aún: lo que precipitó el boom de la literatura en América Latina (A.L.), sobre la validez del testimonio literario de los exiliados voluntarios de A.L., si García Márquez se considera un escritor latinoamericano, la diferenciación de la obra de Borges del resto de la literatura de A.L., los escritores como buitres que se alimentan de una sociedad en descomposición (idea aportada por Vargas Llosa), las diferencias entre los escritores de A.L. que terminan siendo sus afinidades (aquí se desliza el concepto de la «novela total latinoamericana» por parte de Gabo) y la relación entre la actividad literaria y la actividad política.
Solo en tres momentos, en esta segunda parte de la transcripción, y en dos de ellos acuciado por el autor de La mala hora, el intelectual arequipeño emite su opinión y recién entonces el texto se convierte en un diálogo. El primer momento es este: «GARCÍA MÁRQUEZ: (…) Pero esto me hace recordar algo que conversamos. Recuerdo que tú llegabas a la conclusión de que los novelistas somos los buitres que estamos alimentándonos de la carroña de una sociedad en descomposición, y me parece que sería interesante que recordaras esto que me decías…
»VARGAS LLOSA: Bueno, pero como el interrogado eres tú…» (p. 41).
En este primer momento, Vargas Llosa pone en evidencia incluso su rol de entrevistador (del que no se quiere despegar, y busca defender no solo con lo ya citado, sino también con otra frase, aunque al final termina cediendo: «VARGAS LLOSA: Es un golpe bajo, pero… sí, yo pienso que…» [p. 42]) y el de García Márquez como el «interrogado» o entrevistado.
El segundo momento es este: «GARCÍA MÁRQUEZ: (…) Yo quedé tan preocupado que aquí vuelvo a darte un golpe bajo: ¿Tú crees que sea reaccionaria “Cien años de soledad”?
»VARGAS LLOSA: No.
»GARCÍA MÁRQUEZ: Ahora, ¿por qué no lo es? A mí me creó ya ese problema…
»VARGAS LLOSA: Yo creo que en “Cien años de soledad”…» (p. 44).
Como podemos observar, el prosista del país cafetalero también conoce su rol, pero él no busca defenderlo, sino, por el contrario, busca salirse de las convenciones propias de la entrevista para instaurar un diálogo y obligar así a su colega peruano a asumir un rol activo y de verdadero intercambio de ideas.
El tercer momento es este: «GARCÍA MÁRQUEZ: ¿Entonces tú crees que en este libro y todos los que estamos escribiendo en este momento, ayudan al lector a comprender la realidad política y social de América Latina?
»VARGAS LLOSA: Yo lo que creo es que toda buena literatura es irremediablemente progresista…» (45).
En este último momento se invierten los roles: ya no es Vargas Llosa, sino García Márquez quien hace la pregunta, lo que termina por instaurar recién la mecánica del diálogo con todos sus elementos.
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Nota: La foto digital que aparece en este envío fue tomada por Marco Antonio Román Encinas.
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