Sobre el uso de la «palabra» en la poesía infantil, en sus Lecciones de poesía para niños inquietos, Luis García Montero dirá:
Y añadirá más adelante:
Con las palabras se hace mucho daño. El honor de los demás depende de nosotros y nuestro honor depende de los demás. Los poetas han escrito que las palabras son a veces como un puñal, como una navaja, como una piedra, hacen daño y pueden herir. Imagínate que un amigo te traiciona y cuenta un secreto, una verdad o una mentira que te deja en ridículo. Sus palabras sonarán en tus oídos como una ametralladora.
Otras veces las palabras significan felicidad. Te pueden decir con ellas cosas agradables, declaraciones de amor o de amistad, explicaciones sobre los asuntos más extraños, sobre los misterios del mundo. ¿Buscamos metáforas sobre las palabras que dan felicidad? Por ejemplo: la llave que abre todas las puertas, los labios del día y de la noche, los tesoros del mar, las caracolas de la amistad. Durante el día o la noche, cuando pegamos el oído a una caracola escuchamos el mar, y cuando pegamos el oído al teléfono de nuestra vida escuchamos palabras, palabras que son la llave de todos los secretos (2015: 83).
Cuando estas palabras se relacionan entre sí brota la «conversación». García Montero la explicará de este modo:
Las palabras son la piel de nuestro yo, conocen todos nuestros secretos, se acuestan en nuestra cama, se sientan en nuestra silla, gritan en nuestros sueños, comen en nuestro plato. Pero es curioso que estas palabras, tan cercanas, tan amigas, tan íntimas, no sean sólo nuestras, ni hayan crecido en nosotros, como nuestro cuerpo, nuestro pelo o nuestras uñas. Las palabras pertenecen a toda una sociedad, están en el diccionario, han pasado por la boca de los bisabuelos, los abuelos, los padres, y seguirán después en los labios de los hijos, los nietos y los bisnietos. ¿Te das cuenta? Lo más nuestro, lo más secreto, mantiene una relación íntima con los otros, con el pasado, con la ciudad en la que vivimos. Y es que somos una conversación. Nuestra vida se hace poco a poco, se forma gracias a todo lo que intercambiamos con los otros.
Las palabras escritas, la poesía, la novela, los cuentos, son también un intercambio entre un autor y un lector (2015: 87).
También reflexionará el autor sobre las «palabras compartidas», de las que escribirá:
… El hueco por el que pasan los ríos bajo los puentes antiguos se llama ojo. Parece como si los puentes nos mirasen con sus ojos abiertos. Y las piedras que cubren los ojos del puente nos recuerdan a las cejas de una cara. Por eso hablamos de los ojos de un puente.
Cuando un niño está muy sano y es muy grande, decimos que está más fuerte que un roble. Para hablar de una persona utilizamos la cualidad de un árbol. O al contrario, podemos utilizar una característica humana para hablar del mundo, y cuando amanece un día muy nublado, después de mirar por la ventana, comentamos que hace un día muy triste.
Estos juegos poéticos del lenguaje sirven para expresar con fuerza lo que queremos decir. No es lo mismo comentar que una persona está muy nerviosa, que decir: «Pedro tiene hoy siete gatos en la barriga». Y cuando queremos dar nuestra palabra de honor, no es lo mismo decir que vamos a contar la verdad, que afirmar poéticamente: «estoy hablando con el corazón en la mano». El corazón es una metáfora de los sentimientos profundos, del amor, de la ternura, de la sinceridad, y por eso nos lo sacamos imaginariamente del pecho, a través de las palabras, para hablar con él en la mano.
El uso de todos estos recursos pasa con frecuencia desapercibido por la rutina del idioma. Pero son recursos poéticos que cumplen una función, y el poeta aprende de ellos, los renueva, inventa cosas parecidas, comparte con los demás su imaginación, para aprender a mirar mejor, a explicar mejor las cosas, a entender los sentimientos y la realidad (2015: 93 y 94).
Y sobre la «imaginación», García Montero se expresará en estos términos:
… Imaginar significa hacernos responsables de la realidad, corregirla, entretenernos con ella, sacarle partido a los ojos del pensamiento. El pensamiento también tiene ojos, y cuando aprendemos a mirar con ellos empezamos a ver las cosas que sólo viven en las ciudades de la imaginación.
Las palabras son como una diana y un dardo, como una caja de cartón y una pelota, objetos que nos ayudan a jugar y que nos permiten vivir en las ciudades de la imaginación, asustándole [sic; es ajustándole] las cuentas a la realidad. Pero, cuidado, piensa que si quieres ser poeta deberás hacerte responsable de tus imaginaciones. A veces resulta difícil vivir en el lugar adonde nos lleva la imaginación. Y es que aprender a imaginar no significa solamente inventarse fantasmas, brujas y marcianos.
¿Qué le has regalado a tu madre por su cumpleaños? ¡Un frasco de colonia! Pero, ¿cuántos frascos de colonia tiene tu madre? Por lo menos cuatro o cinco, porque casi todo el mundo le regala colonia a las madres en su cumpleaños. Vamos a jugar con la imaginación para ver si se nos ocurre otra cosa.
— ¿Qué le regalarías a la luna por su cumpleaños?
— Una buena noche, sin nubes en el cielo, para que pudiera brillar casi tanto como el sol (o por lo menos como una bombilla).
— ¿Y qué le regalarías a una señal de tráfico?
— Un abrigo, porque en las esquinas de las calles hace mucho frío y es una lástima que las señales de tráfico se pasen las noches tan desnudas y tan quietas (2015: 110 y 111).
El autor, a su vez, trata de sopesar el valor de la «rima» en su exacta dimensión para la poesía infantil y ofrecerá al respecto su punto de vista en la siguiente cita:
… La rima es igual que la luz que entra por debajo de las puertas, la luz de la mañana que se filtra por las cortinas. La rima entra en la imaginación y en la memoria, dibuja sobre la arena de la fantasía los límites de una frase o un poema, el tiempo de un poema. La rima se repite como el sonido de un reloj, se queda en nosotros como el tic-tac de las palabras. Los versos parecen seres vivos, nos afectan igual que un suceso o que un recuerdo importante.
La rima es también un modo tradicional de conseguir la música de un poema. Cuando contamos una historia, además de decir la verdad, necesitamos ser elocuentes, verosímiles, explicar las cosas de forma que parezca sincero todo lo que decimos. Al llegar tarde a casa o después de una travesura, hay que ofrecer explicaciones, tener un buen motivo, contar nuestras excusas de manera convincente. Tan importante es lo que decimos como la forma de decirlo, las palabras que utilizamos, el tono de voz, los gestos. Sin que se note mucho, un poco de teatro siempre da buen resultado. ¿A que sí?
La música de los poemas sirve precisamente para eso. La música es el tono de voz, el gesto de los versos, la forma que tienen las palabras de llegar a sentirse necesarias y convincentes. Escribir un poema es buscar una música, un ritmo, para que todas las cosas sean oportunas, seductoras, llamativas, creíbles. Además de la rima, el poeta puede controlar el número de sílabas que hay en cada uno de sus versos, para que suenen con un ritmo preciso. Podemos escribir, por ejemplo:
El tambor de la lluvia
corre por la ventana.
En los cristales fríos
canta la luz del alba.
Estamos hablando de un amanecer de invierno, con el frío de la calle pegado a la ventana y con la lluvia golpeando en los cristales, que suenan como si fuesen un tambor. Los gallos cantan al amanecer, así que podemos identificar su canción con la primera luz del día. La luz del alba canta como un gallo. Dibujamos el espacio y la música del poema a través de la rima y de las sílabas de los versos. Ventana y alba riman con suavidad, en asonante, y los versos fluyen de una forma natural, armoniosa, porque todos tienen siete sílabas:
El-tam-bor-de-la-llu-via
co-rre-por-la-ven-ta-na.
En-los-cris-ta-les-frí-os
can-ta-la-luz-del-al-ba.
Los poetas utilizamos el idioma como si fuera un instrumento musical, una guitarra, un piano, haciendo que las palabras suenen como teclas o cuerdas afinadas, para componer una melodía, un tono de voz, una explicación personal y convincente de las travesuras del mundo (2015: 116 y 117).
No obstante lo señalado, el autor advierte:
Pero te recuerdo que se pueden escribir poemas sin rima y versos de distintas sílabas. Lo importante es la música, conseguir llamar la atención con las palabras, dibujar una historia y un tiempo en la imaginación, convertir una mirada o una idea en algo memorable. A todo esto ayuda la rima, pero hay otras formas de lograrlo, porque la música permite muchas libertades y las palabras tienen más recursos para enseñarnos a mirar (2015: 117).
El libro de Luis García Montero está escrito con sabiduría, y deja traslucir además en sus líneas el largo trajinar poético del autor. De allí que no tiene pierde que lo lean no solo los niños, a quienes está dirigido, sino también los lectores de cualquier edad que gusten de la poesía.
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Nota: El dibujo de Luis García Montero, hecho por Grendel Sagrav, al inicio de esta entrada, fue tomado de la siguiente dirección: https://lamazzolata.wordpress.com/tag/luis-garcia-montero/
Bibliografía
MONTERO, Luis García. Lecciones de poesía para niños inquietos. Bogotá: Gimnasio Moderno, 2015. Recuperado de https://tinyurl.com/5n87s92h
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