Entre los cuentos que me
despertaron el gusto por la lectura, las buenas historias y la literatura en
general, y que estaban incluidos en la serie de textos escolares que debíamos
estudiar en la primaria, hubo algunos que se me quedaron grabados para siempre
en la memoria. Pero, a fin de no alargar mucho esta entrada, voy a mencionar
solo dos.
El primero se relaciona
con la invención del ajedrez, y cuenta la historia de Sheram, un rey de algún
lugar de la India, quien perdió un hijo en una batalla, y de Sissa, quien creó
un juego (sí, el ajedrez) para que se entretuviera y recuperara la alegría.
Debido a ello, el rey
buscó compensarlo, y, ante la insistencia de este, Sissa pidió que le diera un
grano de trigo por el primer escaque; dos, por el segundo; cuatro por el
tercero; ocho, por el cuarto; dieciséis, por el quinto; treinta y dos por el
sexto, etc., etc.
Lo que me sorprendía de
esa leyenda era que con una operación tan aparentemente sencilla e inofensiva,
el rey había aceptado sin darse cuenta una deuda que no podría pagar.
Encontré una versión de
esa historia en internet, en donde se explica a cuánto ascendería esa deuda, y se precisa que para pagarla hoy se tendrían que reunir las cosechas
mundiales de poco más de mil años para alcanzar la cantidad de trigo solicitada
por Sissa (véase: https://goo.gl/3A8rLj).
El segundo cuento se
titula «El tesoro de los incas», y aunque es una historia que contiene un
ligero tinte discriminador (de la que ahora soy consciente), en su momento
(cuando era un niño) me causó una gran impresión y hasta me tomé en serio lo
allí relatado y creí que un día aquello anunciado por el autor ocurriría.
Ya en la universidad me
volví a topar con aquella leyenda en el libro Tempestad en los Andes, de Luis E. Valcárcel, a quien pertenece, y
me siguió gustando, salvo el detalle discriminador. La reproduzco a
continuación para quienes no la conozcan o no la recuerden:
Alejo Kusirimachi Akostupa Inka descendía en línea
recta de Cristóbal Paullu Inka, el buen amigo de Diego de Almagro; era un noble
señor muy querido y reverenciado de los suyos. Don Alejo conservaba el secreto
de la raza: la ubicación del tesoro de sus antepasados.
Cuando llegó a
los cien años y ya sus fuerzas declinaban definitivamente, su hijo Melchor
Kusirimachi fue por él guiado y conducido a las misteriosas galerías
subterráneas donde la tierra guarda la estupenda riqueza metálica de los
emperadores del Cuzco.
Fue en la noche del plenilunio que el secreto se
transmitió, entre las sombras alucinantes que proyectaban, a la luz de la
antorcha, las estatuas de oro de los poderosos monarcas del Imperio del Sol.
Resonando solemne la voz del patriarca indio en las
pétreas bóvedas, el revelado escuchó esta sentencia: —Estas infinitas riquezas
que escaparon del pillaje español las utilizará nuestra raza el día que haya
salido de los Andes el último blanco.
Cuando los dos hombres llegaron a un amplísimo recinto
en cuyo fondo se alzaba la imagen del Sol —un disco de oro que brillaba como
una ascua, todo engastado en fina pedrería— el anciano recibió el secular
juramento que se renovaba de generación en generación. El juramento del secreto
irrevelable.
Juró con su sangre que, ni aun a riesgo de su vida,
saldría de sus labios la palabra clave.
La
tradición vive en los ayllus. Ellos, los hijos de Manko K’apak, desheredados
hoy, son mil veces más ricos que todos los blancos juntos. Llegará el día en
que el tesoro hundido en el arca de piedra de las entrañas del Cuzco surja a la
superficie. Entonces, no habrá sobre la tierra pueblo más feliz (1972: 44).
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Nota: La foto de Luis E.
Valcárcel, al inicio de esta entrada, se ha tomado de la siguiente dirección
electrónica: https://goo.gl/rUkezS
Bibliografía
ARTACHO, Amadeo.
«La leyenda del tablero de ajedrez y los granos de trigo». En blog MatematicasCercanas. España, 10 de marzo del 2014. Consultado el 29
de septiembre del 2018 en https://goo.gl/3A8rLj
VALCÁRCEL,
Luis E. Tempestad en los Andes. Lima:
Editorial Universo, 1972. Consultado el 29 de septiembre del 2018 en https://goo.gl/UNxcRs
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