Sobre la «prosopopeya», García Montero, en su Lecciones de poesía para niños inquietos, procede a definirla de una forma muy breve, considerándola como sinónimo de «personificación» (2015: 37). Y un buen ejemplo de su uso poético lo muestra en estos versos:
El sol de junio parece
deportista en los tejados.
No para de hacer gimnasia
entre las doce y las cuatro (2015: 50).
En donde se percibe que el sol se «prosopopeyiza», si cabe el término, y se convierte en personaje literario de carne y hueso, que es deportista y hace ejercicio en los tejados de las casas y en determinadas horas de la tarde.
Sobre la «metonimia», García Montero se explayará más en definirla, recurriendo a un lenguaje muy sencillo y directo:
Hay cosas que están siempre juntas, tan juntas que acaban contagiándose entre sí. Un amigo muy alegre nos contagia la alegría. Un amigo muy triste acaba pintándonos la cara con el color de las flores tristes, hasta que parecemos pétalos secos en un jarrón. Pasa lo mismo con las cosas del mundo, se contagian sus alegrías, su tristeza y su significado. Así podemos escribir sobre una cosa, pero utilizando el nombre de algo que siempre está a su lado. Eso es una metonimia (2015: 37).
Pero la «metonimia» también puede servir para sintetizar una expresión:
Los poetas resumimos mucho, y con sólo nombrar una parte lo decimos todo
Estoy enamorado
de aquellos ojos verdes.
Entendemos enseguida que el poeta no está enamorado sólo de los ojos, sino de la mujer que tiene aquellos ojos verdes. Pero entendemos también que los ojos verdes son una de las cosas que más le gustan de la mujer a la que quiere. Pocas palabras pueden decir mucho (2015: 38).
Luego, el autor nos hablará de la importancia de tomar «conciencia del tiempo» cuando se escribe poesía:
Otra cosa muy importante para escribir poesía, casi tan importante como aprender a mirar, es la conciencia del tiempo. Las personas mayores piensan que solamente ellas comprenden la melancolía, la nostalgia y los sentimientos temporales, porque resulta imprescindible cumplir muchos años para emocionarse delante de un atardecer, una fotografía o un reloj. Pero no es verdad. Los niños mantienen también sus conversaciones con el tiempo y esconden a veces una gota de melancolía en los ojos (2015: 61).
Líneas adelante, precisará su idea de forma poética incluso:
… la mirada de los poetas está llena de tiempo. En cada pupila esconden un diminuto reloj de arena que salta y ríe y se pone triste y vuelve a saltar y a cantar sobre el mundo, las fotografías, los amigos que se van, los que regresan y los que ya no vuelven nunca. Aprender a mirar significa descubrir cómo pasa el tiempo sobre las cosas, cómo llega, cómo se va, cómo se para un momento para sonreírnos (2015: 63).
Y, en otro capítulo de su libro, añadirá un elemento adicional a tener en cuenta cuando se hable de la «conciencia del tiempo» en un momento posterior de nuestra existencia:
Los escritores miran a veces con los ojos de la memoria, peque [sic; sería porque] les gusta viajar por el tiempo, abrir la caja de los secretos, el álbum de las fotografías, los cajones de ese armario en el que puede guardar casi todo. El tiempo es una carretera de ida y vuelta, por la que podemos viajar al futuro o al pasado, podemos imaginarnos lo que ocurrirá mañana o recordar lo que sucedió ayer.
La abuela Chiqui tiene más de sesenta años. Pero en su memoria no vive sólo una mujer de sesenta años, porque vive también la niña que fue al colegio, la muchacha que quiso ser maestra, la mujer que se casó, que tuvo una hija llamada Mari Carmen y una nieta que se llama Maribel. La abuela Chiqui viaja al pasado y recuerda su colegio, porque la memoria es un armario mágico, que nos guarda casi todos los trajes, y también una modista que emplea tejidos milagrosos, porque las tallas crecen o disminuyen de acuerdo con nuestros recuerdos. En la memoria, sólo en la memoria, la abuela Chiqui puede volver a ponerse su uniforme de colegiala (2015: 69 y 70).
Un buen ejemplo que permite ver la puesta en práctica de esta «conciencia del tiempo» es este fragmento de un poema del propio García Montero:
Todo gira en la tarde.
El agua de los ríos,
las nubes traicioneras,
el viento forajido.
Cuando la luz se apaga,
más allá del silencio,
los ruidos de la calle
golpean en el sueño.
Por los pasillos juegan
las sombras a esconderse
y fuera ladra el perro
temible de diciembre.
En la comba del búho
la luna fugitiva
salta sobre los faros
que cruzan la autopista.
Todo gira en la noche.
Fotografías viejas,
motores lejanísimos,
historias imperfectas.
A la una el futuro
y el tiovivo del tiempo.
A las dos el presente,
a las tres el recuerdo. (2015: 74).
En el siguiente artículo, cerraremos esta secuencia discurriendo sobre la palabra, la conversación, las palabras compartidas, la imaginación y la rima.
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Nota: El dibujo de Luis García Montero, hecho por Grendel Sagrav, al inicio de esta entrada, fue tomado de la siguiente dirección electrónica: https://lamazzolata.wordpress.com/tag/luis-garcia-montero/
Bibliografía
MONTERO, Luis García. Lecciones de poesía para niños inquietos. Bogotá: Gimnasio Moderno, 2015. Recuperado de https://tinyurl.com/5n87s92h