Lecciones de poesía para niños inquietos, de Luis García Montero, busca orientar a los más pequeños sobre el mejor modo de escribir un poema. Pero considero que harían bien los escritores de poesía infantil en leer este libro porque hay ideas que les pueden ser de mucho provecho para quienes recién empiezan.
El autor, ya desde las primeras líneas, se despacha contra los tópicos manidos de la poesía infantil de una forma graciosa, aunque con el estilete en ristre:
… Cuando se piensa en un libro infantil sobre la poesía, todo el mundo espera que empiece a pasar por nuestra imaginación un desfile de animales, el gatito, el perrito, el osito, muchos animales rimando en diminutivo. Parece como si los niños poetas tuvieran que estar siempre entre los animales de una granja, o de un zoológico, o pensando en el perro del vecino.
¡Un poema! ¡Hay que hacer un poema! Y ya está, parecemos condenados a imaginar la historia de un caballito que vio a un patito volar muy alto por encima de la granjita para avisar a una ovejita de que había bajado del monte un lobito con mucho apetito. Y si cambiamos la granja por el zoo, enseguida vemos una jaulita llena de monitas, un osito que se baña en un laguito y una foquita jugando con una pelotita. Con tanto diminutivo, se nos van a quedar los labios como la trompita de un osito hormiguerito… (2015: 11).
García Montero también advierte sobre los peligros de los aumentativos y lo demasiado dulce, llorón, quejicas, poético y cursi (2015: 17), para pasar luego a exponer su punto de vista sobre la poesía:
Lo más importante para cualquier artista es aprender a mirar. La poesía siempre nace de una mirada, porque los versos, las metáforas, los adjetivos precisos, las palabras mágicas, los juegos y los cambios de sentido son una forma especial de ver el mundo.
Hay gente que anda por la calle sin curiosidad, con los ojos cerrados y los oídos más duros que una piedra, como si no les interesara nada de lo que pasa a su alrededor. Algunas personas pueden vivir muchos años en un edificio sin enterarse de cómo se llama el perro del vecino, la hija del portero, el señor de la tienda de la esquina. Nunca saben el número de hormigueros que hay en el callejón, ni conocen los árboles del parque que tienen nidos. Cuando entran en una cafetería, no se quedan colgados de las conversaciones de la mesa de al lado. Y mira que son siempre entretenidas las mesas de al lado, con hombres y mujeres que cuentan historias rarísimas de sus familias y parejas de novios que se dan besos y se dicen palabras cursis, a veces demasiado cursis, mirándose a los ojos.
Hay también ejemplos y consejos sobre cómo aprender a mirar escritos con una gran claridad que proviene del deseo de ser entendido por los más peques:
Ahora estamos hablando de la curiosidad y de aprender a mirar bien. Primer consejo: que no se note que estás oyendo o mirando, porque las personas de la mesa de al lado suelen enfadarse mucho y callarse cuando notan que las espiamos. Un indiscreto es un curioso tonto, y nosotros no podemos ser tontos, porque acabaríamos escribiendo en diminutivo sobre los animalitos. Segundo consejo: saca tus propias conclusiones. Hay por ahí mucha gente que va vestida de rey o de explorador de selvas peligrosas o de multimillonario con minas de diamantes... y luego nada de nada. A veces las cosas no son lo que parecen. Podemos llevarnos muchas sorpresas, porque la realidad tiene mucho de teatro y está llena de cambios imprevistos. El verano se hace otoño y hay que volver sin más remedio al colegio, el otoño se hace invierno y debemos encender la calefacción, el frío se vuelve de pronto primavera y los jardines estallan como un petardo de flores y de parejas de novios que se miran a los ojos. Debemos tener cuidado con los disfraces del mundo y con lo que cuenta la gente en la mesa de al lado. Aprender a mirar y a oír significa aprender a sacar nuestras propias conclusiones. Y significa también aprender a darnos cuenta de muchos detalles, de muchos cambios en el disfraz de las calles y los jardines, que un día se visten de verano y otro de otoño. Ocurren muchas cosas que nos pasan desapercibidas por falta de curiosidad (2015: 23 y 24).
Las ideas de Montero sobre la poesía discurren como parte de un sistema, y eso se puede observar mejor cuando define la metáfora:
¿Qué es una METÁFORA? Pues algo que descubre un poeta después de haber aprendido a mirar. Hay cosas que se parecen entre sí, podemos cambiar sus nombres, jugar con las imágenes, disfrazar el mundo que nos va entrando por los ojos. Pensemos, por ejemplo, en una mañana de invierno. Nosotros hemos visto que cuando hace frío el parque amanece cubierto de escarcha. La tierra está vestida de una finísima piel de agua helada y en las flores hay pequeñas gotas de rocío. Después de haber mirado mucho al parque, con las mañanas de invierno en la memoria, podemos escribir:
Los cristales del invierno
sobre la tierra y las flores (2015: 35).
Luego el poeta español explica que la metáfora no se reduce a eso, sino que tiene una complejidad y utilidad mayor, veamos:
Las metáforas sirven para otra cosa mucho más importante, porque nos explican el estado de ánimo con el que miramos el mundo. Podemos hablar de la escarcha según nuestra alegría o nuestra tristeza. Vamos a hacer una lista de cosas que se parecen a la escarcha y que nos permiten explicar nuestro estado de ánimo.
Si estamos tristes:
Las lágrimas del invierno
sobre la tierra y las flores.
Si estamos alegres:
El azúcar del invierno
sobre la tierra y las flores.
Si nos sentimos cariñosos:
El algodón del invierno
sobre la tierra y las flores.
Si estamos muy pacíficos:
La paloma del invierno
sobre la tierra y las flores.
Si queremos ser un poco antiguos:
La túnica del invierno
sobre la tierra y las flores.
Y si queremos ser modernos:
El plástico del invierno
sobre la tierra y las flores (2015: 35 y 36).
En el libro se explica igualmente cómo emplear la prosopopeya y la metonimia y otros recursos, pero eso lo veremos en el siguiente artículo.
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Nota: La imagen, al inicio de esta entrada, fue tomada de la siguiente dirección electrónica: https://www.guiainfantil.com/blog/educacion/escritura/por-que-es-bueno-que-los-ninos-escriban-un-diario/
Bibliografía
MONTERO, Luis García. Lecciones de poesía para niños inquietos. Bogotá: Gimnasio Moderno, 2015. Recuperado de https://tinyurl.com/5n87s92h
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