Y concuerdo con lo sostenido en el estudio crítico titulado «Y también el humor en la poesía de Vallejo», de Jorge Díaz Herrera (ya mencionado en el anterior artículo), en las siguientes líneas: «Tiene, pues, su propia lógica la vida y su propia lógica la poesía; pero resulta difícil anular o desechar la interrelación de ambas para apreciarlas, para valorarlas mejor» (pp. 90 y 91).
Y eso lleva a formularme las siguientes preguntas: ¿Y por qué tendría que romperse el vínculo natural que dio nacimiento a un poema? ¿Acaso no nació esa creación de una experiencia vital? ¿Acaso no surgen de experiencias vitales propias o ajenas las obras literarias? ¿Y acaso no es la tradición literaria, de la que también surgen las creaciones, la suma de muchas experiencias vitales plasmadas en papel?
El siguiente fragmento del estudio crítico de Díaz Herrera explica mejor esa interrelación entre la lógica de la vida y la poética:
Otro elemento necesario que nos permite, si no la mayor valoración por lo menos la mayor comprensión del poema, es el conocimiento de la atmósfera sicológica, social cotidiana del poeta. De lo que aconteció en su vida de puertas para adentro. De lo que, por no trascender a su vida pública, no trascendió al universo de sus lectores. De los acentos, de los tonos familiares. De su lógica personal. Ilustraré esta reflexión con el siguiente referente anecdótico: Ya ganada un tanto la confianza de Natividad, en mi visita a Santiago de Chuco, empujado por la audacia propia de los jóvenes que quieren saberlo todo, de repente le pregunté a la hermana de Vallejo, entre otras cosas, que qué es lo que ella habría querido decir, si ella hubiera sido el poeta, con aquel verso de «Poemas humanos»: «Confianza en el anteojo, no en el ojo». Natividad me respondió con soltura que qué confianza podría tener ella en sus ojos si era miope. La respuesta me hizo reír y Natividad compartió la risa; más aún cuando le hice ver que la interpretación de ese verso había dado origen a las más variadas y contrapuestas versiones entre mis amigos, pero muy alejadas de la que yo acababa de escuchar (1994: 89 y 90).
Y otro párrafo del estudio crítico de Díaz Herrera que va en consonancia con lo mencionado antes es el siguiente:
Antenor Orrego también solía contar cómo, cierta mañana, su amigo César llegó demudado a referirle, aún en Trujillo, la conmoción que le había causado el sueño que tuvo esa noche: Vallejo se había visto muerto en París. De aquí que cuando después escribe: «Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo», tenía efectivamente el recuerdo de su muerte en París que, aunque acaecida tan sólo en sueños, era al fin de cuentas un recuerdo en su experiencia. Después, la propia vida o la propia muerte del poeta demostrarían que aquello resultó ser una premonición (1994: 90).
Lo señalado viene a propósito de haber encontrado tres interpretaciones distintas de los últimos dos versos del poema XIV de Trilce hechas por tres críticos literarios distintos, a los que cita Susana Reisz en su libro Teoría literaria. Una propuesta,
Pero antes de citarlos, considero conveniente reproducir íntegramente el poema XIV de Trilce, tomado del libro Poesía completa, de César Vallejo:
Cual mi explicación.
Esto me lacera de tempranía.
Esa manera de caminar por los trapecios.
Esos corajosos brutos como postizos.
Esa goma que pega el azogue al adentro.
Esas posaderas sentadas para arriba.
Ese no puede ser, sido.
Absurdo.
Demencia.
Pero he venido de Trujillo a Lima.
Pero gano un sueldo de cinco soles (1988: 77 y 78).
Y las tres interpretaciones que recoge Susana Reisz en su libro son las del francés André Coyné, del peruano Alberto Escobar y del chileno Eduardo Neale-Silva como pasaremos a ver:
[1] El final del poema es característico: la afirmación repentina de otra certidumbre, también inevitable pero de índole familiar, biográfica, nos ofrece un ejemplo más de esas conclusiones que no concluyen nada:
Pero he venido de Trujillo a Lima.
Pero gano un sueldo de cinco soles.
(Coyné 1957, 117-118)
[2] La introducción de cada una de esas oraciones con el relacionante pero, denota su función adversativa respecto de todo el discurso anterior. Insufla un aliento sarcástico que orea la imagen elaborada en los nueve versos precedentes, como si pretendiera despojarla de grandilocuencia y reducirla a lo exiguo del derecho reconocido al hombre concreto. (Escobar 1973, 138)
[3] En los últimos siete versos recién comentados hay, sin duda, una actitud de arrogancia y una severísima condenación de un medio envilecido. Pero esta actitud apolínea la contrarrestan luego dos tristes consideraciones: nada puede el provinciano en la capital, ni caben protestas demasiado violentas cuando se tiene que resguardar un sueldo, por misérrimo que sea. (Neale-Silva 1975, 558) (1989: 218-219).
Si estuviera vivo Vallejo, al leer tan divergentes interpretaciones de su poema, tal vez se volvería a reír con muchas ganas y con despreocupación infantil del asunto, y tal vez volvería a decir: «El que puede comprender, que comprenda».
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Nota: La foto de la escultura César Vallejo (2001), de Miguel Baca Rossi, que se encuentra en la Biblioteca Nacional, y que acompaña este artículo, fue tomada por Marco Antonio Román Encinas.
Bibliografía
DÍAZ HERRERA, Jorge. «Y también el humor en la poesía de Vallejo». En: Vallejo, su tiempo y su obra. Actas del Coloquio Internacional. Universidad de Lima, agosto 25-28 de 1992. Lima: Universidad de Lima, 1994.
MORE, Ernesto. Vallejo en la encrucijada del drama peruano. Lima: Librería y Distribuidora Bendezú, 1988.
REISZ DE RIVAROLA, Susana. Teoría literaria. Una propuesta. Lima: Fondo Editorial de la PUCP, 1989.
VALLEJO, César. Poesía completa. Trujillo: Cicla-Concytec, 1988.
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