BACH,
Richard.
Buenos
Aires: Javier Vergara Editor, 1977.
Solo un hombre que ama volar y está
obsesionado con ese tema pudo escribir una historia como esta. Esa obsesión
llevó al escritor estadounidense, Richard Bach, a graduarse con el título de mecánico
de aviones y de estaciones generadoras de energía en la Universidad de
California, lo que le permitió posteriormente convertirse en piloto de la
fuerza aérea estadounidense.
La respuesta de Bach a la pregunta:
«¿Qué llamada sintió antes, la del vuelo o la de la escritura?» que le hace Carlos
Fresneda en una entrevista para el diario El Mundo, de España, del 5 de
octubre del 2009, permite entender que su novela Juan Salvador Gaviota
tiene un delgado hilo autobiográfico soterrado:
… Las dos cosas son casi
inseparables, aunque con volar soñaba desde niño… Me tumbaba en la hierba, me
quedaba contemplando las nubes y me decía a mí mismo: “Ojalá pudiera vivir allí”.
De una manera extraña he podido cumplir ese designio… Siempre he sentido una
conexión muy especial con el cielo. No imagino cómo habría sido mi vida sin
volar. En el fondo, me gustaría tener el cuerpo de una gaviota y la mente de un
ser humano.
Y para tener una idea del éxito que
tuvo su libro, recurrimos a estos datos de Fresneda: «fue rechazado 18 veces
por los editores» y «acabó cuajando en un fenómeno literario mundial en los
años setenta», con «más de 30 millones de ejemplares vendidos en treinta
idiomas» (ver: https://tinyurl.com/yyeqmjm8).
La novela está dividida en tres
partes. En la primera, Juan Salvador Gaviota descubre que es diferente a los
demás. Para la mayoría de las gaviotas lo más importante era comer, pero él
amaba volar y quería descubrir qué se podía y qué no se podía hacer en el aire.
Intentó ser como las demás gaviotas
a pedido de sus padres, quienes se desilusionaron de él viéndolo experimentar
todo tipo de vuelos (p. 14), pero no pudo, y con la práctica continua aprendió
a hacer «acrobacias aéreas» cada vez más sofisticadas (p. 27).
En Sesión de Consejo, fue expulsado de la Bandada
por su «irresponsabilidad temeraria» (p. 34) y se le destinó a los Lejanos
Acantilados, pero Juan Salvador Gaviota voló más allá de aquel lugar. Dos
gaviotas resplandecientes acompañaron a Juan en su viaje, las cuales sabían las
mismas acrobacias que él.
Las destrezas conseguidas y
desarrolladas por Juan no solo le sirven para huir de los peligros (es más
veloz que cualquier gaviota), sino también para conseguir alimento con mayor
facilidad y sin arriesgar la vida, y para prolongar su existencia. Esto último
se observa en las siguientes líneas:
Lo
que antes había esperado conseguir para toda la Bandada, lo obtuvo ahora para
sí mismo, aprendió a volar y no se arrepintió del precio que había pagado. Juan
Gaviota descubrió que el aburrimiento y el miedo y la ira son las razones por las
que la vida de una gaviota es tan corta, y al desaparecer aquéllas de su
pensamiento, tuvo por cierto una vida larga y buena (p. 36).
Dos gaviotas se aparecieron
entonces junto a sus alas y le dijeron que eran de su misma Bandada y habían
venido a llevarlo más arriba. Eran muy hábiles para volar. También le dijeron
que una etapa había terminado y «ya era hora de irse a casa» (pp. 46 y 47).
La segunda parte empieza con Juan
Salvador Gaviota llegando al Paraíso con un cuerpo resplandeciente. Las
gaviotas que lo acompañaron desaparecieron (pp. 51 y 52). En aquel lugar, las
gaviotas eran como él, todas querían alcanzar la perfección en el vuelo y se
comunicaban por telepatía (reflejo del buen entendimiento). Juan practicaba
diferentes formas de volar con su amigo Rafael (pp. 53-55).
Chiang, la Gaviota Mayor, le
explicó a Juan Salvador Gaviota que no estaban en el cielo y que «no hay tal
lugar. El cielo no es un lugar ni un tiempo. El cielo consiste en ser perfecto»
(p. 55).
Juan le pidió a Chiang que le
enseñara a volar a su velocidad y este aceptó y le pidió que se olvidara de la
fe. Ambos se transportaron a un planeta verde y de doble sol. Rafael le había
dicho que en mil años no había visto a otra gaviota así, sin miedo a aprender.
Chiang le ofrece a Juan enseñarle a
volar en el tiempo (ir al pasado, al futuro) y le dijo que con ello estaría
preparado para comprender el significado del amor y la bondad. Y llegó el día
en que Chiang desapareció y se volvió tan resplandeciente que nadie lo pudo
mirar. Sus últimas palabras fueron: «Juan […] sigue trabajando el amor» (p.
61). Rafael se despide de Juan porque quería regresar a la Tierra.
Pedro Pablo Gaviota, bastante
joven, fue también maltratado y expulsado de su Bandada y volaba hacia los
Lejanos Acantilados (como lo hizo antes Juan). Una voz en su cabeza le decía que la Bandada
se hacía daño a sí misma al haberlo expulsado, y que un día se darían cuenta de
ello y que debía perdonarles y «ayudarles a comprender» (p. 64).
Esa voz procedía de «la gaviota más
resplandeciente del mundo (leyendo las primeras líneas de la tercera
parte nos enteraremos que esa voz era la de Juan Salvador Gaviota). Y la voz le
preguntó si regresaría a su Bandada, en caso de que aprendiera a volar, para
ayudarles a comprender. Pedro dijo que sí y lo voz le enseñó a volar (p. 65).
En la tercera parte, Juan le
enseñará a Pedro a volar. Era un alumno casi perfecto, «fuerte, y ligero, y
rápido en el aire», con un «devastador deseo de aprender», y que se llenaba de
ira y furia al fracasar (p. 75). Juan le advirtió que mientras se encabritara,
no lograría volar mejor.
Al cabo de tres meses, Juan
consiguió seis nuevos aprendices, todos exiliados (p. 76). Luego de un mes,
Juan les propuso a los aprendices que regresasen a su bandada, contraviniendo
la ley que prohibía el retorno de un exiliado y que no había sido violada «en
diez mil años» (p. 77).
En la mañana, «ocho de ellos en
formación de doble diamante» llegaron a «la Playa del Consejo de la Bandada a
doscientos cinco kilómetros por hora, Juan a la cabeza», «ocho mil ojos de
gaviota les observaron» y algunos de los jóvenes se preguntaron «¿dónde
aprendieron a volar así?» (pp. 77 y 78).
La mayor de las gaviotas pidió
ignorarlos o se convertirían en exiliados también (p. 78). Juan organizó
entonces sus sesiones de prácticas «encima de la Playa del Consejo, y, por
primera vez, forzó a sus alumnos hasta el límite de sus habilidades» (p. 79).
Alrededor del círculo de alumnos
que rodeaba a Juan se formó otro círculo, el de los curiosos. Un mes después, la primera gaviota de la bandada, Terrence
Lowell Gaviota, pidió que se le enseñara a volar, era el octavo alumno de Juan
(p. 82).
La siguiente noche, vino Esteban
Lorenzo Gaviota «arrastrando su ala izquierda hasta desplomarse a los pies de
Juan». Este le dio ánimos y Esteban pudo volar. Juan les decía a sus alumnos
que «la libertad es la misma esencia de su ser» y que la «única ley verdadera
es aquella que conduce a la libertad» (pp. 82 y 83).
Cuando Pedro explicaba «los
principios del vuelo de alta velocidad a una clase de nuevos alumnos», por
esquivar a un pajarito se estrelló contra una roca (p. 86). Pedro pensaba que
había muerto, pero Juan le explicó «que el cuerpo de uno no es más que el
pensamiento puro» y este empezó a moverse.
Una gaviota de la multitud dijo que
lo resucitó el «Hijo de la Gran Gaviota», pero otra dijo que era el diablo y
que había venido a aniquilar a la Bandada (p. 90). Y cuatro mil gaviotas se les
abalanzaron «para destruir». Pero Juan y Pedro eran más veloces y volaron lejos
del peligro (pp. 90 y 91).
Juan decidió que ya era el tiempo
de partir en busca de nuevos alumnos y dejó solo a Pedro para que guiase a la
Bandada. Pedro sintió temor, pero Juan le dijo que ya no lo necesitaba, y lo
que sí requería era seguir encontrándose a sí mismo (p. 92). Y le pidió a Pedro
que no lo endiosaran, que solo era una gaviota.
Tiempo después, Pedro «se obligó a
remontar el espacio y se enfrentó con un nuevo grupo de estudiantes, ansiosos
de empezar su primera lección» y les dijo:
—Para comenzar […], tenéis que comprender que una
gaviota es una idea ilimitada de la libertad, una imagen de la Gran Gaviota, y
todo vuestro cuerpo, de extremo a extremo del ala, no es más que vuestro propio
pensamiento (p. 93).
Algo similar a lo que le dijo Juan
a Pedro cuando empezó a enseñarle a volar, con lo que queda claro que se
construye de esa forma un círculo virtuoso de enseñanza y aprendizaje continuos
para aprender a volar y ser libres.
Una historia interesante y muy
didáctica acerca de la forma más oportuna de enfrentar la vida. Se parece mucho
a El delfín, de Sergio Bambarén (ver mi reseña sobre esa otra novela: https://tinyurl.com/y4ctfljc),
aunque hay también algunas diferencias.
Bach es más hábil que Bambarén para
jugar con las palabras, y busca crear un mundo gaviotesco, una especie de Comala palmípeda,
aunque la referencia pueda resultar un tanto exagerada porque Bach, a
diferencia de Rulfo, crea ese mundo de soslayo y en tanto es funcional al
mensaje que quiere transmitir y no por otra razón.
Además, ese mundo gaviotesco no
tienen un nombre ni es descrito geográficamente (como sí ocurre con Comala),
sino apenas bosquejado con la creación de términos que la configuran
difusamente como la «Playa del Consejo de la Bandada», el «Consejo de la
Bandada», la «Ley de la Gran Gaviota», la «Gaviota de la Providencia», la «Gaviota
Mayor», etc. Y, por supuesto, al no nombrar ese espacio, Bach evidencia que no
tenía en ello la influencia de William Faulkner ni sus aspiraciones literarias,
lo que sí ocurría con Rulfo.
Richard Bach perfila mejor la
dirección de su alegoría, es más diestro y profundo en ello que Bambarén. No se
limita a una búsqueda (como ocurre con Daniel Alejandro Delfín que busca la «ola
perfecta»), sino que su discurrir es un continuo aprendizaje, un afán por
perfeccionar cada vez y cada día más sus destrezas de vuelo.
Lo más destacable de ese hecho,
según mi parecer, es que el narrador presenta a Juan Salvador Gaviota como
alguien especial que logra alcanzar un aura y un estatus casi divino, pero no
porque nació así. El don lo tenía, pero debía desarrollarlo con esfuerzo y
sacrificio, y lo consiguió por su deseo pertinaz de buscar perfeccionar cada
vez más sus habilidades para el vuelo.
Pedro Pablo Gaviota le seguirá los
pasos y se dedicará como Juan a enseñar el vuelo y sus secretos. Esto es algo
que no ocurre en la novela de Bambarén. Si bien el amigo de Daniel Alejandro
Delfín le sigue los pasos y también busca conseguir sus sueños, ni este ni Daniel
se dedicarán a enseñar a nadar o correr olas a los demás delfines. Lo único que
hace Daniel, al regresar a su laguna, es incentivar a los suyos a perseguir sus
sueños hasta alcanzarlos como lo hizo él.
Juan Salvador Gaviota también tiene
un sueño, aunque no se plantea así en esta novela. Juan quiere hacer lo que le
gusta hacer, y ello es volar y hacerlo cada vez mejor. Al final descubre que,
en ese intento, puede experimentar la libertad, lo cual le da la posibilidad de
vivir mejor.
Y ello porque, como ya se dijo, las
habilidades conseguidas con esfuerzo y dedicación no solo le sirven para huir de
los peligros, sino para conseguir comida con mayor facilidad y sin arriesgar la
vida, y vivir por más tiempo.
Este es un libro muy recomendable
de leer sobre todo para los jóvenes lectores por la sencillez con que está
escrito y el gran mensaje que encierra. La filóloga costarricense Magda Ma.
Brenes Papayorgo hace un comentario halagüeño del libro que suscribo:
La lectura de esta obra es
una oportunidad para reflexionar y, sobre todo, aprender a encontrar placer en
las cosas simples de la vida cotidiana y a seguir ese afán de aventura y esa
búsqueda de libertad que son inherentes al ser humano (ver: https://tinyurl.com/y6e229a5).
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Nota: La foto del libro, al inicio de esta entrada, fue tomada por Marco
Antonio Román Encinas.
Bibliografía
BRENES PAPAYORGO, Magda
Ma. «Reseña crítica de Juan Salvador Gaviota». Revista Comunicación, año
/ vol. 11, N° 2, enero-junio del 2000. Consultado el 28 de julio del 2020 en https://tinyurl.com/y6e229a5
FRESNEDA, Carlos. «Richard
Bach: ‘Volar y escribir son dos experiencias trascendentes». En Mundo, 5
de octubre del 2009. Consultado el 28 de julio del 2020 en https://tinyurl.com/yyeqmjm8
ROMÁN ENCINAS,
Marco Antonio. «El delfín. La historia de un soñador». En blog El Arte de Leer,
29 de julio del 2012. Consultado el 28 de julio del 2020 en https://tinyurl.com/y4ctfljc