Pocos son los poetas que,
tocados por la musa de la poesía, gozan
de un merecido reconocimiento estando en vida. Rafael de la Fuente
Benavides (más conocido por el seudónimo de Martín Adán: 1908- 1985) había logrado ello a
los tempranos 19 años, con la publicación de su novela La Casa de Cartón en 1928. Esta prematura actividad literaria
estuvo garantizada por un prólogo a cargo de Luis Alberto Sánchez (profesor suyo
en el Colegio Alemán) y un colofón escrito por José Carlos Mariátegui.
Con el correr de los años, se hizo de una fama de sabio a la que contribuyó el hecho de haber ganado dos veces el
Premio Nacional de Poesía (1946 y 1961) y una vez el Premio Nacional de
Literatura (1974). Muchos mitos y leyendas se tejieron en torno a su vida debido a esa y a otras circunstancias.
El haber estado recluido en el Larco Herrera en la última etapa de su recorrido
vital coadyuvó también a su manera en ello.
Mencionaba al escritor peruano para discurrir sobre un tema tal vez baladí para algunos, pero importante para este blog. En la Biografía de Martín Adán, de José Antonio Bravo, el autor emplea una anécdota para mostrar cómo el poeta podía ser un «ácido corrosivo» cuando hablaba de alguien o de la obra de un amigo. Sin embargo, esa misma escena te ofrece una instantánea del Adán lector, y yo quería presentarlo de esa forma.
Este es el pasaje en
mención: «El poeta siempre recibió con ternura irónica, pero también con
agradecimiento infinito que hubiera literatos que se ocuparan de su obra. Pero
era también un ácido corrosivo cuando quería hablar de alguien o de la obra de
algún amigo o conocido. Una mañana entró a la Librería de don Juan Mejía Baca y
se puso a leer, más que hojear, La Historia del Perú (sic), de Jorge Basadre.
Como siempre, había mucha gente en el establecimiento. Todos esperaban que
terminara de revisarla para saber su opinión.
Algunos decidieron irse porque no podían detenerse tanto tiempo, otros,
más pacientes, se quedaron; después de casi dos horas de lectura, dio por
terminada la tarea y se acercó al grupo de intelectuales (dentro de los que,
felizmente, no se encontraba Basadre): “¿Qué le pareció la Historia?”, le
preguntó alguien, y él contestó: “Una buena historia de lo posible”, y se fue»
(1988: 66 y 67).
En el fragmento citado, el libro de Basadre al que hace mención José Antonio Bravo en su biografía tendría que ser la Historia de la República del Perú, cuyo primer volumen de aquellas ediciones anteriores a 1960 consta de más de cuatrocientas páginas. Menciono ello para sopesar en su debida dimensión lo descrito líneas arriba.
Devorar a ese ritmo y
en esas condiciones un libro de esa magnitud y factura le tomaría muchísimo más
tiempo a un lector promedio, y revela además una gran capacidad de
concentración: Martín Adán no solo eran un gran poeta, sino también un gran
lector.
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Nota:
La
reproducción del oleo Martín Adán, del
pintor peruano Enrique Polanco, que aparece en la parte superior de este envío,
fue tomada de la siguiente dirección electrónica: http://entrevist-arte.blogspot.com/2010/01/galeria-de-enrique-polanco.html
Bibliografía
BRAVO,
José Antonio. Biografía de Martín Adán. Lima:
Biblioteca Nacional del Perú, 1988.
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