Cada libro que tenemos en nuestra biblioteca guarda una historia. Niñez en Catamarca, del escritor e historiador argentino Gustavo Gabriel Levene lo encontré tendido en un triplay hace un par de años atrás, en una librería de la avenida Uruguay, en el Cercado de Lima.
Compré varios impresos aquél día. Los ofertaban a dos soles cada uno. Recuerdo más ese porque dudaba en comprarlo. No era un narrador conocido, su obra no figuraba entre los clásicos latinoamericanos que conocía ni el título era muy atractivo, aunque sí tenía una tapa colorida de trazos coherentemente pueriles.
Compré varios impresos aquél día. Los ofertaban a dos soles cada uno. Recuerdo más ese porque dudaba en comprarlo. No era un narrador conocido, su obra no figuraba entre los clásicos latinoamericanos que conocía ni el título era muy atractivo, aunque sí tenía una tapa colorida de trazos coherentemente pueriles.
Sin embargo, lo que me animó a adquirirlo fue el hecho de tratarse de un libro de relatos autobiográficos. Las biografías, autobiografías, diarios, memorias, testimonios, etc., siempre tienen algo interesante que referir o algo útil y aprovechable que podamos rescatar. (Ya habrá oportunidad en otra entrada de extenderme sobre este tema).
Niñez en Catamarca me ha ayudado a recordar algunos episodios olvidados de mi infancia. Si el narrador no hubiera advertido en las páginas iniciales que su relato solo recoge las escenas de su vida de temática picaresca, hubiera pensado que esa etapa de su historia personal fue netamente pícara. Pero él autor simplemente ha guardado en el tintero anécdotas que no calzaban con esa orientación de su obra.
Me gusta el humor limpio y blanco que emplea. Cosas simples las relata con habilidad y las convierte en pequeñas epopeyas de la infancia, es muy bueno para eso.
Sin embargo, lo que quería resaltar en él era su apasionada experiencia con los libros y la lectura, que lo cuenta de forma muy amena en el siguiente pasaje: «Pocas cosas son más universalmente concretas que el dinero. Para mí, sin embargo, sólo fue el precio de mi fantasía. Pues todas las actividades que acabo de recordar tuvieron, en definitiva, idéntica finalidad: comprar libros y más libros de imaginación. Quería leer de todo, y no existiendo entonces esas benditas bibliotecas de hoy que por una módica cuota mensual prestan sus estanterías, no había otro remedio para comprar libros que conseguir más dinero del que me daban. Debía leerlos a escondidas, pues temían mis padres que, por esas lecturas, descuidara el colegio. No fue así, sin embargo: en la escuela figuré entre los mejores. Y ya hombre, ¡qué honda perduración la de esa bibliografía infantil de novelas policiales, aventuras de filibusteros o dramas de cowboys y espadachines! A través de ella, en la significación de la realidad, una pipa es hoy para mí el objeto que usaba Sherlock Holmes; el Océano Pacífico, el escenario donde actuaron los piratas de Salgari; los indios, una raza de emboscados que combatió a Búffalo Bill, y Carlos I se llamaba aquel rey de Inglaterra del que solo interesa saber que antes de morir dijo: Remember, para que esa palabra la escuchara el conde de Athos, uno de los tres mosqueteros…
»Milagrosa vitalidad de las cosas que quisimos de chicos, todavía gozo con la limpia memoria de esos libros (1961: 145 y 146).
___________________
Nota: La imagen que aparece en la parte superior de este envío fue escaneada por Marco Antonio Román Encinas.
Bibliografía
LEVENE, Gustavo Gabriel. Niñez en Catamarca. Buenos Aires (Argentina): Compañía General Fabril Editora, 1961.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario