En un fragmento de la nota 16 del prólogo del libro El
microrrelato peruano. Antología general, de Ricardo González Vigil, encontré
una mención al origen del microrrelato «El dinosaurio» que llamó mi atención
porque estuvo inspirado o alude (para mejor decir) a un escritor peruano especialista
en Garcilaso y la literatura colonial.
Paso a citar el fragmento pertinente de la nota en mención:
Una anécdota singular es que en la génesis de «El dinosaurio» se encuentra el escritor peruano José Durand (Lima, 1925-1990), que frecuentó en México al grupo que congregaba Arreola. De casi dos metros de altura y ancho de cuerpo («un dinosaurio»), mi recordado amigo Pepe se burlaba constantemente del diminuto Monterroso, decía que era tan pequeño que no le cabía la menor duda, y el guatemalteco replicaba: me lo paso por alto. Y en una reunión a la que asistió Durand, se quedó dormido Monterroso… (2022: 51).
González
Vigil detiene allí el relato de aquella inesperada para mí anécdota y nos
recomienda confrontar dicha mención con lo señalado en la página 7 del libro La
mano de la hormiga. Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas
hispánicas, editado por Antonio Fernández Ferrer (1990).
La página 7 corresponde a la introducción del libro aludido y está escrito por el editor mencionado. Cito:
En
realidad, el relato microscópico más justamente famoso de las literaturas hispánicas,
y posiblemente del mundo, es el que aparece en la obra titulada Obras completas
(y otros cuentos) del escritor guatemalteco, afincado en México, Augusto Monterroso.
Cuando
despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Por
cierto que, aun con el riesgo de enturbiar las oníricas, prehistóricas o
terribles evocaciones que suscita tan magistral microrrelato, voy a aprovechar
la ocasión para transcribir un fragmento de [sic; mi] conversación con
Juan José Arreola, en el que el escritor mexicano me contó el origen, concreto
y prosaico, del famoso cuento del dinosaurio:
… vivíamos allí, en aquel departamento tan chico, tres amigos. Ernesto Mejía Sánchez, José Durand y yo; y uno de ellos tenía necesidad de comunicación, siempre tenía que contar todo lo que le pasaba en el día. Generalmente, en ese momento de su juventud, eran penalidades de carácter amoroso; él batallaba mucho con esto y nos desvelaba, y a veces cuando ya estábamos nosotros dormidos —Mejía en el cuarto y yo en el hall en su camastro, muy moderno pero camastro al fin—, llegaba este hombre, a veces en la madrugada, y entonces hacía que se tropezaba y ya despertaba uno: «¡Ay!, ¿qué te pasa, José, qué te pasa?». Y él empezaba, «¡Ay!, que te tengo que contar…». Y nomás se sentaba a la orilla de la cama, uno estaba acostado y Durand se sentaba al lado y empezaba a contar qué le había pasado y uno se dormía… y no sabemos si se daba cuenta o no, pero él seguía allí hablando y a veces uno de los dos se despenaba y estaba José Durand, que era muy alto —casi dos metros— y todavía estaba a la orilla de la cama. Y un día me dijo Ernesto Mejía Sánchez: «¿Sabes que cuando desperté todavía estaba allí este dinosaurio?». Ernesto se quedó dormido y el otro no se levantó. Y Tito lo sabía, porque a él también le pasaba. La idea era que uno se quedaba dormido, y Durand, aunque te viera dormido, no se levantaba ni se iba a acostar, se quedaba el amigo allí, a la orilla de la cama… Ya ves, el origen del cuento es completamente concreto, porque como Durand era muy alto, se le decía de todas las maneras: «dinosaurio», por ejemplo… [1] (1990: 7).
Pero allí no acaba el asunto. Fernández Ferrer deja la primera nota de su introducción al final del texto que acabo de citar y que reproduzco a continuación:
[1] Las palabras de Arreola son fragmentos de conversaciones con el escritor mexicano que mantuvimos en octubre de 1985. Véase al respecto: «La fascinación coloidal de Juan José Arreola», El paseante, núms. 15-16, 1990, págs 54-66. El propio Augusto Monterroso se ha referido a las múltiples versiones apócrifas acerca del supuesto origen del cuento «El dinosaurio», texto que, en realidad, se trataría más exactamente de una micronovela. Véase, sobre el particular, el libro de Wilfrido H. Corral, Lector, sociedad y género en Monterroso, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1985, págs. 88-89 (1990: 257).
Quise
continuar mis pesquisas en el libro de Corral (1985) para ver qué más
encontraba, pero lastimosamente no estaba completo en la plataforma virtual de Internet
Archive (apenas unas seis páginas: de la portada a la hoja de créditos;
véase: https://tinyurl.com/2pjdkz37).
No
obstante, considero que con lo hallado hasta aquí es suficiente para satisfacer
la curiosidad del lector sobre el tema de este artículo.
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Nota: La imagen, al inicio de esta entrada, fue tomada de la siguiente dirección
electrónica: https://tinyurl.com/4auu32hv
Bibliografía
GONZÁLEZ VIGIL, Ricardo. El microrrelato peruano. Antología general. Lima:
Petróleos del Perú, 2022. Consultado el 25 de agosto del 2024 en https://tinyurl.com/3x5nz6dz
FERNÁNDEZ FERRER, Antonio (ed.). La mano de la hormiga. Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas. Madrid: Fugaz Ediciones, 1990.