Las historias personales de las mentes más brillantes de la humanidad
trazan el más fiel retrato de la perseverancia y la fuerza de voluntad
inquebrantables ante la adversidad.
Esos hombres excepcionales llegaron a serlo porque creyeron en ellos
mismos y no se amilanaron ante los obstáculos que se les presentaron en el
camino. Su vida no estuvo exenta de inconvenientes o fracasos, pero aprendieron a
sobrellevarlos. Siempre encontraron una forma de hacer frente a las
dificultades, y si en el trayecto caían en un agujero una y otra vez, una y
otra vez se levantaban y volvían a emprender su camino.
Sabemos lo importante que resulta en la ciencia conocer otras lenguas
para mantenerse informado de los avances que se logran en una disciplina en las
diversas regiones del mundo. Cuenta
Charles Darwin, en su Autobiografía, lo
siguiente: “Durante toda mi vida he sido singularmente incapaz de dominar
ningún idioma” (1993: 11); sin embargo, esa limitación no le impidió al naturalista inglés convertirse en el padre del evolucionismo.
Uno de los métodos que empleó para conseguirlo es explicado en el
impreso ya citado: «Todo lo que pensaba o leía se refería directamente a lo que
había visto o pudiera ver, y este hábito mental se continuó a lo largo de los
cinco años del viaje [a bordo del Beagle, a través de las costas de América del
Sur y del Pacífico]. Estoy seguro de que este ejercicio es lo me ha permitido hacer todo
lo que haya hecho en ciencia» (1993: 44).
Ese esfuerzo de introspección que se desarrolla a lo largo de todo
el libro lleva a Darwin a escribir más adelante: «mi éxito como hombre de
ciencia, cualquiera que sea la altura que haya alcanzado, ha sido determinado,
en la medida que puedo juzgar, por complejas y diversas cualidades y
condiciones mentales. De ellas, las más importantes han sido: —la pasión por la
ciencia —paciencia ilimitada para reflexionar largamente sobre cualquier tema
—laboriosidad en la observación y recolección de datos —y una mediana dosis de
inventiva así como de sentido común». Y las palabras con las que finaliza el
párrafo transcrito revelan la humildad del científico: «Con unas facultades tan
ordinarias como las que poseo, es verdaderamente sorprendente que haya
influenciado en grado considerable las creencias de los científicos respecto a
algunos puntos importantes» (1993: 93).
Walter Lennig, en su libro E. A.
Poe, revela que el escritor norteamericano Edgar Allan Poe era consciente
del proceso de descomposición mental que
padecía. Y si bien no logró superar su situación, que lo llevaba muchas veces a
sumergirse en estados de depresión y recurrir al opio y al alcohol (que lo
llevó finalmente a la muerte), buscó una
tabla de salvación en la prosa, la empleó como terapia y le permitió vivir más
tiempo del que le estaba, seguramente, destinado por su enfermedad.
Él ya había escrito unos libros de poesía, pero se valió de la introducción del elemento racional
y analítico en cuentos y ensayos para lograr sobreponerse
a su mal. Y este afán lo condujo incluso a la innovación: «He aquí de nuevo la
palabra que se puede considerar clave en Poe: ¡pensar! Nunca habían estado
presentes en la literatura esas observaciones agudas, precisas y analíticas,
que contraponen sus claves combinatorias a situaciones peligrosas e incluso
mortales». (1985: 110).
Este recurso le permitió más que superar, sobrellevar su infierno: «Joseph
Wood Krutch, que publicó en 1926 un estudio exhaustivo, aunque también
enormemente especulativo sobre Poe (E. A.
Poe, A Study in Genius), lo ha expresado con gran claridad: “Poe inventó
las historias detectivescas para no volverse loco”. Es indudable que Poe llevó
a cabo una lucha tenaz y encarnizada con las fuerzas oscuras que le amenazaban
constantemente, lucha de la que nadie durante su vida intuyó nada. El
desgraciado escritor se conocía a sí mismo mucho más exactamente de lo que casi
nadie en su tiempo podía imaginar. Poseía un conocimiento personal, cada vez
más terrible, de los contrapuestos e irreconciliables elementos de su interior,
que eran tanto el miedo de sí mismo como la esperanza, tan continuamente
frustrada, de autosalvación, cifrada con vigor e implorante elocuencia en la
fuerza superior del análisis. Durante mucho tiempo creyó haber encontrado en
ella un punto fijo en sí mismo, y se aferraba a él con tenacidad. Tras los
métodos ingeniosos y desconcertantes que desarrolla en sus historias se
encuentra la permanente búsqueda del auténtico método secreto para vencerse a
sí mismo» (1985: 108 y 109).
En el estudio César Vallejo.
Vida y obra, de Luis Monguió, encontramos otro caso extremo: la
temporada que el poeta peruano pasó injustamente encerrado en una cárcel de
Trujillo (desde el 6 de noviembre de 1920 hasta el 26 de febrero de 1921). Esos meses en prisión no secaron la fuente creativa
del autor de España aparta de mí este
cáliz. Así lo cuenta el investigador español: «Recuperada su libertad,
marcha Vallejo para Lima. Los meses de persecución, sufrimiento, prisión e
incertidumbre no han sido estériles para él. Al contrario, buena parte de los
escritos que durante su nueva estancia en la capital hará imprimir muestran que
fueron engendrados en las emociones de esa dura y angustiosa época» (s/a: 55).
Lo duro y angustioso de ese momento se puede percibir mejor en el testimonio
de Antenor Orrego Espinoza, amigo y mentor del vilipendiado hombre de letras: «Al
día siguiente pude visitar al poeta ya en la cárcel. Habíanle recluido,
separado de los otros presos, en una habitación semioscura y astrosa. Un vaho
pestilente y húmedo se desprendía de los muros y del piso. Me sacudió un vuelco
angustiado, como si me hincaran el corazón con un hierro. Dolíame verle en
condición tan desdichada y miserable.
»(…) El prisionero estaba abrumado por la desdicha. Sentíase
infamado y cubierto de ignominia. Sabía que en la calle tenía enemigos
frenéticos, que harían todo cuanto les fuera posible para perderlo. En la
desolación de su rostro pálido y afilado en sus rasgos más característicos, se
adivinaba la intensidad de su desesperación».
Unas líneas más adelante, Orrego Espinoza agregará: «Intenté
apaciguarlo como pude. En tales apremios, las palabras casi no sirven de nada. Le
prometí, con vivo afecto, hacer por él todo lo que estuviese en mis manos y que
no omitiría ningún esfuerzo para salvarlo de la situación en que se encontraba.
»Me dijo palabras de agradecimiento y añadió:
»—Sólo confío en ti, Antenor, no me abandones en estos momentos.
»Y tras una pausa dolorosa, añadió:
»—Las otras gentes huirán de mí como de un apestado.
»Sus ojos estaban impregnados de una insondable tristeza.
»Transido de congoja, casi roto el corazón de pena, salí a la calle.
Desde el día siguiente todos los amigos del poeta nos pusimos a trabajar para
librarlo de la prisión» (1989: 72).
Luego de ello, Orrego coincidirá en el comentario con Monguió, aunque
premunido de mayor información sobre ello: «Su estancia en la cárcel no fue
infecunda, ni ociosa. Pasados los terribles quebrantos de los primeros días
logró serenarse y adquirir dominio completo sobre sí mismo. En mis reiteradas
visitas leyó varios versos de extraordinaria audacia en la concepción y de una
originalidad insólita y poderosa. Estos versos figuraron después, ligeramente
modificados, en “Trilce” y algunos cuentos también muy originales, de prosa
elegante y diáfana, que se insertaron en “Escalas melografiadas”» (1989: 73).
Vallejo asimiló esos momentos aciagos tras los barrotes de una celda
y algunos de ellos los sublimó convirtiéndolos en literatura.
El tipo de información que hemos registrado en esta entrada lo
podemos encontrar no solo en biografías y autobiografías, sino también en
memorias, diarios, testimonios, etc. De allí la importancia de leer estas,
porque nos permiten saber de qué medios se valieron estos grandes hombres para
poner remedio o amenguar alguna dificultad; con qué recursos mejoraron sus
habilidades y explotaron sus talentos; y
cómo orientaron sus vidas en su senda hacia la inmortalidad. Lo rescatable que
encontremos en cada vida debe convertirse en la guía para aprender a conducir la
nuestra.
Pero si a algún lector no le convence la razón vertida para leer
biografías, existe otra que también es válida: estos libros están entre los de
más fácil lectura (por lo que son muy recomendables para los adolescentes y
jóvenes); y cuando proceden de un autor serio y confiable suelen ser amenos y
divertidos (a ello contribuye el que, a menudo, vayan acompañados de imágenes
como los impresos de la colección española Biblioteca Salvat de Grandes Biografías o la
colección peruana YoLeo. Biografías, del Grupo La República, entre otras).
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Nota: La imagen que aparece en la parte superior de este envío fue
escaneada por Marco Antonio Román Encinas. Es un apunte de Picasso que proviene del libro de Antenor Orrego citado en la bibliografía.
Bibliografía
DARWIN, Charles. Autobiografía.
2da ed. Madrid: Alianza Editorial, 1993.
LENNIG, Walter. E. A.
Poe. Barcelona (España): Salvat Editores, 1985.
MONGUIÓ, Luis. César
Vallejo. Vida y obra. Lima: Editora Perú Nuevo, s/a.
ORREGO, Antenor. Mi encuentro con César Vallejo. Bogotá (Colombia): Tercer Mundo
Editores, 1989.