domingo, 10 de noviembre de 2024

CUATRO DATOS POCO CONOCIDOS SOBRE EDGAR ALLAN POE II

(4) La acusación de plagio

 

Aquí necesito extenderme más para no dejar cabos sueltos. En el apartado «La ciencia que había detrás del mayor (y único) éxito de Poe», del libro Érase una vez el zorro y el erizo, escrito por Stephen Jay Gould, el geólogo, paleontólogo e historiador de la ciencia estadounidense hace un informe minucioso de lo ocurrido con 

 

… un pequeño manual aparentemente olvidable (y completamente olvidado) de 1839, titulado The Conchologist’s First Book: or, A System of Testaceous Malacology, Arranged Expressly for the Use of Schools [Primer libro del conquiliólogo, o Sistema de malacología testácea, adaptado expresamente para su uso en las escuelas] (2003: 195).

 

El manual en mención que lleva el nombre de Edgar Allan Poe como autor fue su libro más exitoso en ventas en vida y tuvo tres ediciones. Jay Gould explica de este modo la acusación de plagio que padeció Poe a causa de dicho impreso:

 

… Thomas Wyatt, un amigo de Poe, había publicado en 1838 un libro espléndido y caro sobre conchas de moluscos, que se vendía al público a ocho dólares el ejemplar. Las ventas, como era de prever, se hacían lentamente, y Wyatt quería publicar una edición más reducida y más barata; especialmente desde que obtenía gran parte de sus ingresos como conferenciante viajero en la versión de su generación de lo que más tarde se llamaría «circuito de Chautauqua», sirviendo a las gentes locales ávidas de educación: los ateneos, clubes de historia natural y círculos de lecturas para señoras de los pueblos aislados de Estados Unidos. Los conferenciantes recibían emolumentos por estos minicursos, pero también complementaban sus ingresos vendiendo textos y folletos que acompañaban sus conferencias (de la misma manera que los músicos modernos venden sus discos compactos en los descansos entre las actuaciones de unos y otros grupos en los cafés) (2003: 195-196).

 

Sin embargo, el tema no dependía solo de Wyatt, sino también de sus editores como lo veremos a continuación:

 

Sin embargo, los editores de Wyatt se opusieron de forma comprensible, expresando una preocupación razonable: que entonces su edición de lujo sería absolutamente invendible. Wyatt, que seguía queriendo realizar su objetivo pero temía una acción legal si publicaba la versión más reducida bajo su propio nombre, buscó una presencia sustitutoria que difícilmente fuera a provocar un litigio (2003: 198).

 

La seriedad del trabajo de Jay Gould sobre este tema se percibe claramente en la siguiente afirmación: «Revisé todas las biografías estándar cuando escribí mi artículo original sobre el mayor éxito de Poe» (2003: 198) y también en el hecho de examinar los argumentos vertidos por las partes en favor y en contra del caso y cotejarlos con la realidad. Y su juicio al respecto es sereno, desapasionado y riguroso. Su indagación continúa así:

 

The Conchologist’s First Book empieza con un «Prefacio» de dos páginas y no tengo razones para dudar de la afirmación de Poe de que escribió por entero esta parte. Sigue una «Introducción» de cuatro páginas… y aquí empiezan los problemas. Poe expropió gran parte de este texto de la cuarta edición (1836) de un libro inglés del capitán Thomas Brown, titulado The Conchologist’s Text-Book [Manual del conquiliólogo]. Algunos biógrafos han asegurado que toda la «Introducción» de Poe es una paráfrasis, si no una copia directa, del libro de Brown. (F. T. Zumbach, por ejemplo, escribe que Poe «copió de Brown casi palabra por palabra»). En realidad, de mi propia comparación entre los dos libros, sólo tres párrafos (aproximadamente la cuarta parte del texto) muestran «préstamos» extensos. (Poe no obtiene ninguna exoneración por ello, pues el plagio, como el embarazo, no aumenta en gravedad por grados: pasado un punto de definición, uno lo hizo o no lo hizo, y es seguro que Poe lo hizo). La trama se hace más densa con la sección siguiente, de doce láminas. Las cuatro primeras, que ilustran las partes de la concha, son plagiadas in toto, punto por punto y texto por texto, de Brown. No caben aquí quejas, fingimientos o excusas: fueron lisa y llanamente robadas. Las ocho láminas que siguen, que ilustran los géneros de conchas en orden taxonómico, siguen a Brown en el modelo inverso más interesante, es decir, la última lámina de Brown es la primera de Poe (con considerable redistribución, reorientación y cambios de posición de cada una de las figuras), y a continuación vamos subiendo a través de Poe, y bajando a través de Brown, hasta que la última lámina de Poe reproduce en gran parte la primera de Brown (2003: 199).

 

Hay algunos detalles adicionales al respecto que es necesario consignar para que no se malentienda el asunto:

 

El libro de Brown sigue el plan pedagógico del gran naturalista francés Lamarck, quien siempre presentaba sus estudios en el orden de una «cadena del ser», pero de arriba abajo, en lugar de la dirección más convencional de abajo arriba. Es decir, Lamarck empezaba con las personas y terminaba con las amebas, en lugar de hacerlo al revés, como es usual. Brown había seguido a Lamarck y por lo tanto empezó con los moluscos más «avanzados», pero Poe y Wyatt obedecieron la convención usual y empezaron con los más «primitivos»: de ahí el orden inverso de las láminas (2003: 199).

 

Y ahora viene el plato fuerte:

 

Las acusaciones de plagio aparecieron en un artículo de 1847 en el Saturday Evening Post de Filadelfia. Con frecuencia se ha citado la respuesta de Poe, pero nunca ha sido tomada en serio. Creo, sin embargo (a pesar de una cierta autocompasión malsana y de tonterías exculpatorias), que Poe hizo una declaración básicamente razonable, y que los detalles de su defensa nos pueden ayudar a resolver todos los enigmas de este caso antiguo y molesto. En particular, podemos empezar a comprender por qué Poe, a pesar de su absoluta ignorancia de la historia natural, obtuvo la aprobación como reconfigurador de Wyatt; y, más importante y sorprendente, por qué Poe (a pesar del plagio indudable que nadie debería intentar disculpar) hizo en realidad una contribución bastante respetable y original a la ciencia, o al menos a la enseñanza, de la malacología (el estudio de almejas, caracoles y sus parientes). Éste es el punto clave que requiere la importación de un hecho pequeño y divertido de la historia de la ciencia, un aspecto que los críticos literarios nunca descubrieron, lo que explica su incapacidad en comprender el papel honorable de Poe (y su consiguiente desconcierto ante sus culpabilidades evidentes) (2003: 199 y 200).

 

Jay Gould también registra en esta investigación la respuesta que da Poe a este tema y la acusación de plagio:

 

Lo que usted me dice sobre la acusación de plagio que hace el Phil. Sat. Ev. Post me sorprende. Es la primera vez que lo oigo … Haga el favor de hacerme saber cuantos detalles pueda usted recordar, pues he de investigar la acusación. ¿Quién edita el periódico? ¿Quién lo publica?, etc., etc. ¿Cuándo se hizo la acusación? Le aseguro a usted que es totalmente falsa. En 1840 [aquí Poe se equivoca en un año] publiqué un libro con este título, The Conchologist’s First Book… Imagino que éste es el libro en cuestión. Lo escribí junto con el profesor Thomas Wyatt y el profesor McMurtrie de F[iladelfia]; se le puso mi nombre por ser más conocido y tener más probabilidades de ayudar a su circulación. Escribí el Prefacio y la Introducción, y traduje de Cuvier las descripciones de los animales, etc. Todos los libros escolares se hacen necesariamente de la misma manera. La misma portada reconoce que los animales se describen «según Cuvier». Esta acusación es infame y entablaré juicio por ella, tan pronto como liquide mis cuentas con el Mirror (2003: 200).

 

El paleontólogo estadounidense hace el siguiente comentario sobre lo escrito por Poe a su amigo:

 

Adviértanse ahora los cuatro puntos que Poe plantea aquí como explicación y excusa: primero, que la obra fue compuesta por un comité, aunque la portada llevaba únicamente el nombre de Poe; segundo, que escribió el «Prefacio» y la «Introducción»; tercero, que también «tradujo de Cuvier las descripciones de los animales»; y cuarto, que «todos los libros escolares se hacen necesariamente de la misma manera», lo que presumiblemente significaba que los «préstamos» de obras previas deben considerarse como de rigueur (pues Poe añade después que la portada anuncia explícitamente una descripción de los animales «según Cuvier»).

No voy a defender la importancia del «préstamo» en el punto cuatro; a buen seguro, está más allá de cualquier límite permisible, tanto entonces como en nuestros días, y cae dentro del ámbito de lo que sólo se puede calificar de plagio (el consorcio de Poe no menciona nunca el nombre de su fuente principal, el pobre capitán Brown). Tampoco puedo estar completamente de acuerdo con la última afirmación del punto dos, porque Poe expropió al menos una cuarta parte de la «Introducción» de Brown (aunque creo que sí que escribió por entero el «Prefacio», las dos páginas del mismo) (2003: 200).

 

Y más allá de lo incuestionable que resulta el plagio en que incurrió Poe en el libro en mención, según lo señalado hasta el momento por Jay Gould, el también geólogo reconoce en el escritor estadounidense un aporte suyo a la ciencia:

 

En otras palabras, y como conclusión, creo que Poe hizo exactamente lo que dijo, y que ninguna otra persona en el grupo de Wyatt podía haber consumado este importante proyecto. Poe tradujo las descripciones de las partes blandas de los moluscos del francés de Cuvier, y después unió esta información con las descripciones tradicionales de las conchas. Así, The Conchologist’s First Book presentó una reforma educativa importante y ampliamente deseada, al unir por vez primera en un libro popular inglés las conchas de los moluscos con los cuerpos que éstas albergan en su interior y que son responsables de las elegantes construcciones… ¡una innovación que bien merecía una o dos reimpresiones! Y Edgar Allan Poe desempeñó un papel fundamental, absolutamente esencial (dados los contactos y recursos limitados de Wyatt) para completar con éxito dicha reforma. Así, Poe sirvió bien a la ciencia porque poseía la habilidad humanista de ser conocedor del francés.

Y una vez más resalta la genialidad de Poe porque aun navegando en terreno desconocido para él su gran capacidad de observación le permite hacer aportes a la ciencia.

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Nota: La caricatura de Edgar Allan Poe, del artista inglés Adrian Teal, al inicio de esta entrada, fue tomada de la siguiente dirección electrónica:  https://tinyurl.com/5pk9mrtc

 

Bibliografía

 

ALLAN POE, EDGAR. Narración de Arthur Gordon Pym. Barcelona: Libros del Zorro Rojo, 2015.

CULTURA COLECTVA. «El tétrico caso de la menor en la que se inspiró ‘Lolita’ de Vladimir Nabokov». En página web de Cultura Colectiva, 16 de enero del 2023. Consultado el 29 de octubre del 2024 en https://tinyurl.com/4n3mp3j9

JAY GOULD, STEPHEN. «La ciencia que había detrás del mayor (y único) éxito de Poe». En Érase una vez el zorro y el erizo. Barcelona: Crítica, 2003. 

LLÁCER LLORCA, EUSEBIO V.; OLIVARES PARDO, M.ª AMPARO; y ESTÉVEZ FUERTES, NICOLÁS. Una Mirada Retrospectiva sobre Edgar Allan Poe desde el siglo XXI. Switzerland: Peter Lang AG, International Academic Publishers, Bern, 2011.

MARTÍNEZ, MERCHE. «Edgar Allan Poe o las casualidades de la vida». En página web Cultugrafía, s/f. Consultado el 29 de octubre del 2024 en https://tinyurl.com/bda4f4c3

NABOKOV, VLADIMIR. Lolita. Barcelona: Editorial Anagrama, 2018.

PÉREZ PORTO, JULIÁN Y MERINO, MARÍA. «Serendipia. Qué es, definición, historia y en la literatura». En página web Definición.de, 15 de abril de 2024. Consultado el 29 de octubre del 2024 en https://tinyurl.com/36bj4w2t

PIÑON, MANU. «La verdadera 'Lolita' por fin es la protagonista de su historia». En página web de revista Vanity Fair, 30 de septiembre de 2018. Consultado el 29 de octubre del 2024 en https://tinyurl.com/y2aarpup

VEGA, GEORGINA. «Canibalismo: el caso del velero Mignonette». En página web de revista Muy Interesante, 29 de marzo del 2023. Consultado el 29 de octubre del 2024 en https://tinyurl.com/yfhsfc6j

 

miércoles, 30 de octubre de 2024

CUATRO DATOS POCO CONOCIDOS SOBRE EDGAR ALLAN POE I

Edgar Allan Poe es uno de los escritores más interesantes e importantes de la literatura universal. Su nombre es conocido incluso por las generaciones actuales y más jóvenes principalmente por su aparición en dibujos animados controversiales como por ejemplo Los Simpson y South Park.

Y aunque es un autor famoso, hay aspectos de su biografía literaria que han sido poco divulgados. Mencionaré al respecto cuatro datos.


(1) La paradoja de Poe 

En el texto «La tradición de la forma: Edgar Allan Poe en la enseñanza de la escritura», de Alberto Chimal, que se encuentra en el libro Una Mirada Retrospectiva sobre Edgar Allan Poe desde el siglo XXI, de Eusebio V. Llácer Llorca, M.ª Amparo Olivares Pardo y Nicolás Estévez Fuertes (2011), se indica lo siguiente:


Por supuesto, un atractivo particular de las ideas de Poe sobre la escritura está en el contacto que sugieren entre lo racional y lo irracional, lo dionisíaco y lo apolíneo: la paradoja de un efecto emotivo producido por un trabajo presuntamente desapasionado. Esta paradoja ha sido la más ricamente explorada por los sucesores de Poe en la investigación y la enseñanza de la escritura (2011: 227).


Lo señalado por Chimal me motiva la reflexión siguiente: es común escuchar discutir sobre qué es mejor para un escritor: la teoría o la práctica. Y aunque suele haber una inclinación generalizada por la segunda, la primera no deja de tener importancia para muchos y para mí también, por supuesto. Poe reúne en un solo ser ambas cualidades en similar medida porque es sabido que el autor de El cuervo escribía literatura de la buena, pero también reflexionaba sobre ella y los modos de composición como pocos en su tiempo.

Un prejuicio al respecto consiste en considerar a los escritores en donde predomina el dominio de la teoría como fríos y carentes de emoción. Sin embargo, los relatos de Poe no lo son en modo alguno a pesar de su buen conocimiento de la relojería compositiva tanto del cuento como del poema (lo vemos, por ejemplo, en «El gato negro», «El corazón delator» o en «Anabel Lee») que no dejarán indiferente al lector más exigente y, por el contrario, lo estremecerán de pies a cabeza. Y en esto consistiría precisamente la paradoja de Poe: en su capacidad de racionalizar el proceso creativo de sus obras sin que estos pierdan emotividad.

 


(2) Un caso extraordinario de serendipia literaria

 

Según Julián Pérez Porto y María Merino, en su artículo «Serendipia. Qué es, definición, historia y en la literatura», La serendipia literaria se da «cuando un escritor de ficción escribe sobre un acontecimiento que imagina y, tiempo después, el hecho sucede en la vida real de forma casual» (véase: https://tinyurl.com/36bj4w2t).

Esto es lo que ocurrió con una escena trágica narrada en la única novela de Edgar Allan Poe: Narración de Arthur Gordon Pym, publicada en 1838. En la escena en mención, Arthur Gordon Pym se embarca en el bergantín Gramphus como polizón, lo que sigue lo resume muy bien Merche Martínez en su artículo «Edgar Allan Poe o las casualidades de la vida», que paso a citar:


Al poco de iniciarse el viaje se produjo un motín a bordo. Tras muchas penalidades quedaron cuatro supervivientes: Arthur, Augustus, Peters y el grumete, Richard Parker. La falta de alimentos y la escasez de agua los llevó a tomar una decisión extrema. El grumete propuso la idea de que uno de ellos debía morir para salvar la vida de los otros.

Arthur no estuvo de acuerdo, aunque cedió a condición de que esperasen un día más, por si divisaban algún barco que pudiera rescatarlos. Cuando al fin pasó el plazo estipulado se decidió echarlo a suertes. Quien sacara la pajita más corta sería sacrificado. La suerte jugó en contra de Richard Parker, que fue ejecutado (véase: https://tinyurl.com/bda4f4c3).

 

Lo que ocurrió en la vida real guarda una semejanza asombrosa con la escena anterior. Y se puede corroborar que es real porque los que participaron en el acto de canibalismo fueron enjuiciados «en el Tribunal de Devon y Cornwall Winter, el 7 de noviembre de 1884», aunque después el caso pasó al Tribunal Superior de Londres. Los enjuiciados iban a ser condenados al patíbulo, pero la intervención de la reina Victoria (1837-1901) hizo que la condena se cambiara por seis meses de prisión. Todo ello se cuenta en el libro Cannibalism and the Common Law, de A.W. Brian Simpson, de 1984. Cito nuevamente a Merche Martínez que también resume bien la misma escena ocurrida en la vida real:


El 14 de mayo de 1884 La Mignonette salió de Southampton con rumbo a Australia. Entre la tripulación se encontraban Dudley (capitán), Stephens (piloto), Brookes (marinero) y el grumete, Richard Parker. El cinco de julio, a 1600 millas del Cabo de Buena Esperanza, les sorprendió una violenta tempestad que apenas les dejó tiempo para saltar a una chalupa.

Sin agua potable y con los escasos víveres que habían logrado rescatar aguantaron hasta el decimonoveno día. Fue entonces cuando el capitán Dudley insinuó, a Stephens y a Brookes, la posibilidad de sacrificar a uno de los cuatro para prolongar la vida de los otros.

Richard Parker, enfermo por haber bebido agua del mar, yacía en el fondo de la chalupa, por lo que no pudo tomar parte en la discusión. Ni tan siquiera se enteró. El capitán Dudley decidió echarlo a suertes, pero Brookes se negó a semejante atrocidad.

Stephens y Dudley, en aras de su propia salvación, sugirieron que, como ellos tenían mujer e hijos lo más adecuado sería sacrificar al grumete. El capitán Dudley dejó claro que así se haría si al día siguiente no conseguían avistar algún navío.

Dudley, implorando el perdón de Dios y rezando una oración, ejecutó a Richard Parker sin que este supiera el final que le esperaba. Después de beber su sangre fue racionado y comido por sus compañeros. Cuatro días después un buque alemán avistó la chalupa y los recogió (véase: https://tinyurl.com/bda4f4c3).



(3) Un poema que inspiró dos grandes novelas de la literatura universal


«Annabel Lee» inspiró, en primer lugar, «Lolita» (1955), del escritor ruso nacionalizado estadounidense Vladimir Nabokov. De hecho, en un inicio, pensaba titular su novela: «El reino junto al mar», aludiendo a uno de los versos del mencionado poema. La razón de ello sería de que tanto la protagonista del poema como la de la novela mencionados son creaciones inspiradas en musas menores de edad. Poe se casó con su prima Virginia Eliza Clemm cuando ella tenía 13 años, los críticos señalan mayoritariamente que Anabel Lee estaba inspirado en Virginia en la vida real. En el caso de la novela de Nabokov, aunque el escritor no lo haya querido reconocer, se sabe que Lolita estaba inspirado en gran parte en Florence Sally Horner, una niña estadounidense de 12 años que con engaños fue raptada y abusada por un mecánico de cincuenta años de nombre Frank LaSalle, según lo cuenta Manu Piñón en una nota titulada «La verdadera 'Lolita' por fin es la protagonista de su historia» (véase: https://tinyurl.com/y2aarpup). 

En segundo lugar, el poema en mención inspiró la novela titulada La bella Annabel Lee (2007), del Premio Nobel de Literatura de 1994, Kenzaburo Oe, libro que desde el título reconoce su deuda con el bostoniano.

Un cuarto dato lo daremos a conocer en la segunda parte de este artículo. Si esta entrada ha sido de tu agrado o te ha sido útil, compártela con tus seres queridos.

 

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Nota: La caricatura de Edgar Allan Poe, del artista estadounidense Jaison Seiler, al inicio de esta entrada, fue tomada de la siguiente dirección electrónica:  https://jasonseiler.com/portfolio/caricatures/poesketch/

 

Bibliografía

 

ALLAN POE, EDGAR. Narración de Arthur Gordon Pym. Barcelona: Libros del Zorro Rojo, 2015.

CULTURA COLECTVA. «El tétrico caso de la menor en la que se inspiró ‘Lolita’ de Vladimir Nabokov». En página web de Cultura Colectiva, 16 de enero del 2023. Consultado el 29 de octubre del 2024 en https://tinyurl.com/4n3mp3j9

JAY GOULD, STEPHEN. «La ciencia que había detrás del mayor (y único) éxito de Poe». En Érase una vez el zorro y el erizo. Barcelona: Crítica, 2003. 

LLÁCER LLORCA, EUSEBIO V.; OLIVARES PARDO, M.ª AMPARO; y ESTÉVEZ FUERTES, NICOLÁS. Una Mirada Retrospectiva sobre Edgar Allan Poe desde el siglo XXI. Switzerland: Peter Lang AG, International Academic Publishers, Bern, 2011.

MARTÍNEZ, MERCHE. «Edgar Allan Poe o las casualidades de la vida». En página web Cultugrafía, s/f. Consultado el 29 de octubre del 2024 en https://tinyurl.com/bda4f4c3

NABOKOV, VLADIMIR. Lolita. Barcelona: Editorial Anagrama, 2018.

PÉREZ PORTO, JULIÁN Y MERINO, MARÍA. «Serendipia. Qué es, definición, historia y en la literatura». En página web Definición.de, 15 de abril de 2024. Consultado el 29 de octubre del 2024 en https://tinyurl.com/36bj4w2t

PIÑON, MANU. «La verdadera 'Lolita' por fin es la protagonista de su historia». En página web de revista Vanity Fair, 30 de septiembre de 2018. Consultado el 29 de octubre del 2024 en https://tinyurl.com/y2aarpup

VEGA, GEORGINA. «Canibalismo: el caso del velero Mignonette». En página web de revista Muy Interesante, 29 de marzo del 2023. Consultado el 29 de octubre del 2024 en https://tinyurl.com/yfhsfc6j

martes, 10 de septiembre de 2024

TERCERA COLABORACIÓN PARA LA REVISTA «SUPLEMESIAN»

En agosto del 2024, salió el sexto número de la revista literaria virtual Suplemesian, dirigida por el escritor colombiano Ricardo Arenas C., y en ella he publicado un texto de mi autoría titulado «Botellita de Jerez» (ver páginas 34 y 35 en el siguiente enlace: https://tinyurl.com/4am4w55a). 

Como es sabido, por quienes han revisado los anteriores números de la revista, la publicación es de libre acceso y tiene una proyección internacional muy amplia, pues cuenta con colaboradores de gran talento de diferentes países de Europa e Hispanoamérica.

Decidí incluir el texto en mención en este espacio virtual para que los seguidores de mi blog que no se hayan enterado de la noticia puedan disfrutarlo aquí también. Este es el microrrelato aludido:

 

Botellita de Jerez

 

Luna trabajaba animando fiestas infantiles disfrazada de princesa, a pesar de que no era muy agraciada para ese rol. Disponía sí de un carisma y un entusiasmo tan grandes que eran su verdadero atractivo. Pierre, un francés, de visita por Lima, se enamoró de ella, empezaron a salir juntos y luego este la llevó a vivir a un departamento alquilado de Pueblo Libre.

Pero un día se pelearon porque Pierre quiso salir con unos amigos de la Alianza Francesa sin llevarla. Luna le recriminó por ello y él le explicó que no la llevaba porque tenía cara de rana. La animadora se sintió muy ofendida por ello, se fue a su cuarto y se puso a llorar. Una situación semejante se repitió varias veces, y la discusión siempre terminaba con el novio llamándole cara de rana. Ella empezó a perder su entusiasmo y a sentirse insegura en sus animaciones infantiles, situación que algunos padres de familia que la contrataban le hicieron notar en tono de queja.

Una mañana, Luna fue temprano a casa de su madre, le contó lo que ocurría con Pierre y ella le aconsejó que la próxima vez que aquel hombre la insultara, le dijera: «Botellita de Jerez, todo lo que me digas será al revés» (frase que aprendió en un programa de televisión mexicano de mucha audiencia) para redirigir la ofensa a aquel francés maleducado. Y con eso ella podría sentirse mejor. Luna intentó mostrarse convencida de ello ante su madre porque no tenía deseos ni fuerzas para contradecirla.

Un sábado en que Pierre quiso salir de nuevo solo, Luna, jaloneada por los celos, no pudo evitar volver a reprocharle por ello. Y este volvió a decirle que tenía cara de rana. La animadora recordó entonces el consejo de su madre y, a pesar de que no creía en el efecto de la frase ni que le pudiera ayudar en algo, la soltó porque no se le ocurría qué más decir:

—Botellita de Jerez…

Pierre, se sonrió, iba a retrucarle con un gesto de soberbia insuperable, pero la palabra que intentó pronunciar se convirtió en un «croar». Desconcertado, se aclaró la garganta con una tosecilla descongestionadora y volvió a intentar responderle, y solo salió de su boca otro «croar».

Desesperado, Pierre tomó un vaso de agua, hizo unas gárgaras, convencido de que el problema estaba en su garganta, expulsó de su boca el agua en otro vaso vacío y luego volvió a la carga y un tercer «croar» más estruendoso que los anteriores se escuchó en la sala.

 


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Nota: La foto, al inicio de esta entrada, fue tomada de la siguiente dirección electrónica:  https://tinyurl.com/4x4b4reb

 

 

Referencias bibliográficas

 

ROMÁN ENCINAS, Marco Antonio. «Botellita de Jerez». En Suplemesian. VI, agosto del 2024, pp. 34 y 35. Consultado el 8 de septiembre del 2024 en https://tinyurl.com/4am4w55a

 


viernes, 30 de agosto de 2024

SOBRE EL ORIGEN DEL MICRORRELATO «EL DINOSAURIO»

En un fragmento de la nota 16 del prólogo del libro El microrrelato peruano. Antología general, de Ricardo González Vigil, encontré una mención al origen del microrrelato «El dinosaurio» que llamó mi atención porque estuvo inspirado o alude (para mejor decir) a un escritor peruano especialista en Garcilaso y la literatura colonial.

Paso a citar el fragmento pertinente de la nota en mención:


Una anécdota singular es que en la génesis de «El dinosaurio» se encuentra el escritor peruano José Durand (Lima, 1925-1990), que frecuentó en México al grupo que congregaba Arreola. De casi dos metros de altura y ancho de cuerpo («un dinosaurio»), mi recordado amigo Pepe se burlaba constantemente del diminuto Monterroso, decía que era tan pequeño que no le cabía la menor duda, y el guatemalteco replicaba: me lo paso por alto. Y en una reunión a la que asistió Durand, se quedó dormido Monterroso… (2022: 51).

González Vigil detiene allí el relato de aquella inesperada para mí anécdota y nos recomienda confrontar dicha mención con lo señalado en la página 7 del libro La mano de la hormiga. Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas, editado por Antonio Fernández Ferrer (1990).

La página 7 corresponde a la introducción del libro aludido y está escrito por el editor mencionado. Cito:


En realidad, el relato microscópico más justamente famoso de las literaturas hispánicas, y posiblemente del mundo, es el que aparece en la obra titulada Obras completas (y otros cuentos) del escritor guatemalteco, afincado en México, Augusto Monterroso.

 

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

 

Por cierto que, aun con el riesgo de enturbiar las oníricas, prehistóricas o terribles evocaciones que suscita tan magistral microrrelato, voy a aprovechar la ocasión para transcribir un fragmento de [sic; mi] conversación con Juan José Arreola, en el que el escritor mexicano me contó el origen, concreto y prosaico, del famoso cuento del dinosaurio:

 

… vivíamos allí, en aquel departamento tan chico, tres amigos. Ernesto Mejía Sánchez, José Durand y yo; y uno de ellos tenía necesidad de comunicación, siempre tenía que contar todo lo que le pasaba en el día. Generalmente, en ese momento de su juventud, eran penalidades de carácter amoroso; él batallaba mucho con esto y nos desvelaba, y a veces cuando ya estábamos nosotros dormidos —Mejía en el cuarto y yo en el hall en su camastro, muy moderno pero camastro al fin—, llegaba este hombre, a veces en la madrugada, y entonces hacía que se tropezaba y ya despertaba uno: «¡Ay!, ¿qué te pasa, José, qué te pasa?». Y él empezaba, «¡Ay!, que te tengo que contar…». Y nomás se sentaba a la orilla de la cama, uno estaba acostado y Durand se sentaba al lado y empezaba a contar qué le había pasado y uno se dormía… y no sabemos si se daba cuenta o no, pero él seguía allí hablando y a veces uno de los dos se despenaba y estaba José Durand, que era muy alto —casi dos metros— y todavía estaba a la orilla de la cama. Y un día me dijo Ernesto Mejía Sánchez: «¿Sabes que cuando desperté todavía estaba allí este dinosaurio?». Ernesto se quedó dormido y el otro no se levantó. Y Tito lo sabía, porque a él también le pasaba. La idea era que uno se quedaba dormido, y Durand, aunque te viera dormido, no se levantaba ni se iba a acostar, se quedaba el amigo allí, a la orilla de la cama… Ya ves, el origen del cuento es completamente concreto, porque como Durand era muy alto, se le decía de todas las maneras: «dinosaurio», por ejemplo… [1] (1990: 7).

Pero allí no acaba el asunto. Fernández Ferrer deja la primera nota de su introducción al final del texto que acabo de citar y que reproduzco a continuación:


[1] Las palabras de Arreola son fragmentos de conversaciones con el escritor mexicano que mantuvimos en octubre de 1985. Véase al respecto: «La fascinación coloidal de Juan José Arreola», El paseante, núms. 15-16, 1990, págs 54-66. El propio Augusto Monterroso se ha referido a las múltiples versiones apócrifas acerca del supuesto origen del cuento «El dinosaurio», texto que, en realidad, se trataría más exactamente de una micronovela. Véase, sobre el particular, el libro de Wilfrido H. Corral, Lector, sociedad y género en Monterroso, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1985, págs. 88-89 (1990: 257).

Quise continuar mis pesquisas en el libro de Corral (1985) para ver qué más encontraba, pero lastimosamente no estaba completo en la plataforma virtual de Internet Archive (apenas unas seis páginas: de la portada a la hoja de créditos; véase: https://tinyurl.com/2pjdkz37).

No obstante, considero que con lo hallado hasta aquí es suficiente para satisfacer la curiosidad del lector sobre el tema de este artículo.

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Nota: La imagen, al inicio de esta entrada, fue tomada de la siguiente dirección electrónica:  https://tinyurl.com/4auu32hv

 

Bibliografía

 

GONZÁLEZ VIGIL, Ricardo. El microrrelato peruano. Antología general. Lima: Petróleos del Perú, 2022. Consultado el 25 de agosto del 2024 en https://tinyurl.com/3x5nz6dz

FERNÁNDEZ FERRER, Antonio (ed.). La mano de la hormiga. Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas. Madrid: Fugaz Ediciones, 1990.

viernes, 19 de julio de 2024

NUEVA COLABORACIÓN PARA LA REVISTA «SUPLEMESIAN»

En junio del 2024, salió el quinto número de la revista literaria virtual Suplemesian, dirigida por el escritor colombiano Ricardo Arenas C., y en ella he publicado un texto de mi autoría titulado «El hombre que sobrevivió al rayo» (ver páginas 30 y 31 en el siguiente enlace: https://tinyurl.com/mr4732up).  

Como indiqué antes, la publicación tiene un excelente diseño, es de libre acceso y tiene una proyección internacional muy amplia en vista de que cuenta con colaboradores de gran talento de diferentes países de Europa e Hispanoamérica.

Decidí incluir el texto en mención en este espacio virtual para que los seguidores de mi blog que no se hayan enterado de la noticia puedan disfrutarlo aquí también. Este es el microrrelato aludido:

 

El hombre que sobrevivió al rayo

 

Aquello ocurrió en 1908, mientras el mayor Raymond combatía en África contra un grupo de soldados zulúes que se sublevaron ante el dominio del ejército inglés. El rayo alcanzó a su caballo y el mayor fue despedido de la montura hasta una distancia de tres metros por aquel potente resplandor fugaz. El mayor Raymond quedó paralizado de la cintura para abajo, pero luego de un año de terapia y rehabilitación se recuperó, se retiró del ejército inglés y decidió escribir un libro sobre su experiencia que tituló El hombre que sobrevivió al rayo, con el que le fue muy bien, pues se vendió mucho, y con el dinero ganado se fue de vacaciones a Canadá.

En el verano de 1914, en Londres, decidió pescar en la ribera del río Támesis, cuando de pronto un rayo cayó en el árbol sobre el que estaba recostado, la corriente lo alcanzó y le paralizó el lado derecho de su cuerpo. Fueron necesarias nuevas sesiones de terapias para su completa rehabilitación, que el mayor Raymond logró luego de transcurridos un año y tres meses de aquel incidente. Durante ese tiempo, escribió otro libro titulado El hombre que sobrevivió a un segundo rayo, que también fue un éxito de ventas, y le ayudó a granjearse una fama creciente.

En 1920, el mayor Raymond estaba paseando por un parque cerca de su vecindario londinense cuando otro rayo lo alcanzó y lo paralizó permanentemente. Esta vez no pudo recuperar su salud como en las anteriores ocasiones y, como estaba parcialmente inmovilizado, contrató a un mecanógrafo para que le ayudase a escribir un tercer libro que tituló El hombre que sobrevivió a un tercer rayo. Cuando se publicó fue otro best seller inmediato, quisieron entrevistarlo en la radio y la televisión, incluso los integrantes de una Tertulia Literaria lo contactaron con ese fin, pero el mayor Raymond prefirió no dar declaraciones porque aún estaba débil.

La gente no podía creer que fuese cierta su historia, pensaban que era una tall tale (historia exagerada) o alguna ocurrencia de un pariente inglés del barón de Münchhausen, pero no era así. Eso le había ocurrido realmente al mayor Raymond. Luego de que transcurrieron otros dos años, su cuerpo, severamente maltratado por la fuerza impetuosa de la naturaleza, no pudo resistir más tiempo con vida y murió. Mucha gente fue a su funeral, le ponían jazmines azules a su lápida, que era la flor preferida del mayor Raymond, y dejaban también diversos tipos de objetos colgados en la cruz de metal que coronaba su lápida. Y eso siguió ocurriendo incluso varios años después de su muerte. Un vecino voluntarioso con ciertas dotes proféticas no comprendidas llevó un pararrayos pequeño en un macetero junto con un jazmín azul para dejarlo encima de la capa de cemento que cubría la sepultura del difunto, pero un amigo del finado tomó a mal ello, lo reprendió severamente y le pidió que se fuera llevándose lo que trajo.

Los años pasaron y, una noche de invierno de 1926, un vagabundo que pasaba por el cementerio se cubrió la cabeza con una manta al sentir la tormenta que se avecinaba y se puso a buen recaudo. En eso, sintió que un rayo caía a unos veinte metros cerca de donde estaba e hizo un ruido extraño y diferente al que era habitual. El vagabundo no pudo resistir la curiosidad de ver dónde había aterrizado la chispa eléctrica celestial y, después que la tormenta cesó, se acercó a averiguar lo que había ocurrido. Cuando llegó al lugar, encontró una sepultura partida en dos por aquella veloz línea de luz quemante que provenía del cielo, y en cuya lápida ennegrecida y chamuscada aún se podía leer el nombre del difunto: Raymond Storm.

 




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Nota: La foto, al inicio de esta entrada, fue tomada de la siguiente dirección electrónica:  https://tinyurl.com/musv4kxp

 

Referencias bibliográficas

 

ROMÁN ENCINAS, Marco Antonio. «El hombre que sobrevivió al rayo». En Suplemesian. V, junio del 2024, pp. 30 y 31. Consultado el 19 de julio del 2024 en https://tinyurl.com/mr4732up